Si me preguntas.

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Desperté por un fuerte olor a alcohol que inundaba mi nariz, en cuanto abrí los ojos veía doble, y mi cabeza dolía.

- Siga mi dedo - dijo la muchacha vestida de blanco, como una enfermera - sus ojos están un poco viscos, vamos a solucionar eso. - comenzó a pasear su dedo en mi campo de visión e intenté seguirlo, mis ojos dolían al principio pero después de unos segundos la incomodidad desapareció.

- ¿Recuerda por qué está aquí? - preguntó la muchacha, ahora que la veía bien, era muy joven.

- Estaba en clase de gimnasia y todo comenzó a estar negro y no podía respirar. - aclaré, con mi voz un poco fallida.

- Exacto, ¿había ocurrido antes? - levantó la vista para verme y comenzó a anotar algo en una hoja.

- Si, una vez, en mi casa, el doctor dijo que puede ser una enfermedad cardio-pulmonar, ¿es verdad? - cuando observé que abría sus labios para responder, solté todo el aire que tenía dentro.

- Si, eso puede ser lo que sucede.

Suspiré.

- Existen tratamientos, ¿sabes? además mediante algunos exámenes debemos identificar que tipo de patología es.

- Eso no ayuda mucho a mi ánimo. - objeté.

No respondió a mi comentario, en vez de eso, volvió a tomar notas o lo que sea. 

- Vete, no necesitas volver a hacer gimnasia, descansa. - dijo tendiéndome un papel - llévale esto a tu profesora y estás libre.

Me levanté de la cama y bajé mis pies, los mantuve firme para poder ponerme de pie, parecía que no era mi cuerpo, que no podía dejar de tambalearme, la habitación giraba sin mi.

- Siéntate, pon tu cabeza entre tus rodillas hasta que pare. - dijo la muchacha llevándome hacia la silla donde ella estaba sentada anteriormente - espera - puso en mi boca una píldora - traga, ¿lo hiciste? - asentí - bien, ahora pon tu cabeza entre tus rodillas.

Mágicamente todo mejoró luego de un minuto, o quizás menos. Todo volvió a su lugar, las náuseas ya no estaban, mi cuerpo volvía a ser mío.

Salí de la enfermería y caminé por el pasillo hasta llegar al patio, de ahí tomé camino al gimnasio y entré. Ahí estaba la profesora, grande, musculosa, titánica, gritando a mis compañeros para que corrieran mas rápido. Toqué su hombro para llamar su atención. Se giró y me vio con su rostro severo, pero inmediatamente se suavizó al verme.

- Profesora Tamara, le traigo esta nota de la enfermera, me pidió que se la entregara y le avisara que me voy a retirar. - ella solo asintió.

- ¿Estás mejor? - tomó el papel y me vio con una especie de ternura, ella siempre había tenido preferencia por mi, antes de que todo esto comenzara, yo era una muy buena deportista, y esto de no poder ejercitar, era una especie de golpe bajo del destino.

- Algo, por eso voy a ir a casa a recostarme. - expliqué - Estoy contrariada, yo soy una buena deportista, y me mantengo en forma, no sé de donde viene ésta debilidad.

- Es estrés, estos últimos meses fueron fatales para ti, debe ser por eso, todo tu cuerpo está débil, quizá pase luego. - puso una mano en mi hombro - ve con Dios hija. - me despidió.

- Hasta luego.

Comencé a caminar hacia la parada y me dí cuenta de que lo había perdido, el autobús estaba doblando en la siguiente esquina, me decidí a caminar cuando vi que el cielo se estaba oscureciendo y que el autobús iba a demorar. Quince minutos de caminata después, comenzó a llover. Intenté proteger mi teléfono poniéndolo en mi bolsillo delantero y me cubrí con el suéter la cabeza, apuré el paso para no mojarme más, porque la llovizna no parecía querer parar. El sonido de una bocina me hizo girar la cabeza y vi a Ron que frenaba la motocicleta para que yo subiese.  

Nadie más.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora