Capítulo II

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-¿Cómo estás?-preguntó ella a la vez que se sentaba en una silla cercana.

-Bien, como siempre-contestó sin despegar la vista del instrumento.

Zoe hizo una mueca, no sabía cómo proseguir. De pronto sintió la mirada de George sobre ella, él se levantó y acercó, haciendo que se sintiera incómoda al instante.

-Tú debes ser la nueva groupie que pedí-sonrió examinándola-Nada mal...

-Te equivocas-tragó saliva-N-no sé qué es una groupie...Yo soy enfermera...

-"Groupie", lo que eres tú, es la "dama de compañía"-hizo comillas con sus dedos-de los músicos famosos, lo que soy yo-dicho esto la tomó del brazo y la hizo incorporarse, para luego acorralarla en la pared y besar su cuello.

-¡¡¡Suéltame!!!-chilló Zoe. Él la ignoró y siguió besándola. De pronto, Zoe recordó el botón de emergencia que, le habían dicho, había en cada habitación. Tanteó desesperada el muro hasta que lo encontró y presionó con fuerza. Una alarma comenzó a sonar, y en menos de un minuto, tres guardias llegaron en su auxilio. Dos de ellos tomaron George por los brazos, separándolo de la enfermera, mientras el tercero la ayudaba a salir.

-¡¡Devuélvanme a mi chica!!-gritaba forcejeando. El ruido de un golpe resonó por todo el pasillo, y luego no se oyó nada.

-¿Qué le hicieron? ¿Está bien?-preguntó Zoe con un dejo de preocupación.

-A veces, una buena golpiza lo hace entrar en razón-el guardia se encogió de hombros.

-Son unos monstruos...-susurró.

-Él es el monstruo. ¿Que no ves lo que trató de hacerte?

-No es un monstruo, solo tiene un problema en la cabeza. Deberían tratar a los internos con respeto.

-Con el tiempo te acostumbras a los quejidos y eso.

-¡¡Agh!!-se zafó de su agarre y salió del lugar.

Si había algo que molestaba mucho a Zoe Greenwold, era que no se respetaran a las personas "diferentes" según los otros, ya que en su opinión, todos eran, son y serán iguales. Trabajaría y se esforzaría para que las cosas cambiaran en el Liverpool Mental Hospital. Se lo debía a cada mujer u hombre, joven o anciano encerrado allí dentro. Lucharía por un mejor futuro para aquellos marginados por la sociedad.

¿Por qué tanto interés en ellos? Bueno, ella tenía un hermano menor, que padecía un gran retraso madurativo. Su madre había sido atropellada cuando Zoe tenía 17 años, y desde entonces tuvo que trabajar para sostener su hogar. Cada mañana se despertaba temprano, y preparaba el desayuno para su padre y hermano. Ayudaba al segundo a vestirse y lo llevaba a la escuela. Ella debió abandonarla, ya que debía ocuparse de la casa, y trabajar en su turno nocturno en un restaurante. Su padre era violento y maltratador, sobre todo con su hijo menor, Harry, o como él lo llamaba, "el adefesio". Zoe le encargaba a su padre darle de comer, ya que ella regresaba pasada la medianoche.

Una vez, al llegar a casa, vio un rastro escarlata en el suelo. Siguió el camino líquido, que llevaba la cocina. Abrió la puerta y la escena la horrorizó: el cuerpo inerte de su hermano estaba tendido en el piso, se veían moretones en sus brazos y piernas, y una herida sangrante en la cabeza. A su lado, su padre lo miraba sonriendo como un psicópata, con un martillo en la mano.

-Nos libramos del monstruo-susurró.

Zoe dio un grito de espanto, y cayó de rodillas junto a los restos de Harry.

-Tú...lo mataste-sollozó.

-Zoe, lo hice por ambos. ¡¡Ahora podemos tener una vida mejor!! ¡¡Somos libres!!

-¡¿¡Qué mierda te pasa!?! ¡¡Él no hizo nada malo!! ¡¡El monstruo eres tú, Maxwell!!!

-¡¡¡No me llames Maxwell!!! ¡¡Soy tu papá!!

-Ya no lo eres-se levantó y llamó a la policía.

Maxwell escapó, dejando su martillo de plata tirado. No pudieron atraparlo, y cuando dieron por oficial el fallecimiento del joven Harry Greenwold, Zoe sintió su mundo desmoronarse.

Desde entonces su meta fue proteger a las personas con problemas mentales, y ahora que tenía 22 años y mucha experiencia cuidando enfermos, se sentía preparada para trabajar en este hospital psiquiátrico.

Fue al departamento que alquilaba y se acostó en su cama. Aún tenía el corazón acelerado por las emociones de ese día. Cerró los ojos y se durmió al instante.

Al día siguiente despertó, desayunó y se vistió para llegar a tiempo al hospital.

Atravesó la pesada puerta principal y comenzó a caminar por un largo pasillo. Al ser su segundo día allí, no era de extrañar que se perdiera. Vio un hombre de espaldas, y se le acercó.

-Disculpe...

El hombre volteó y sus ojos color miel se posaron en la joven enfermera. Debía ser dos años mayor que ella, pero eso no quitaba su buen parecido. Su cabello castaño claro caía agraciado sobre su frente, y unas lindas gafas negras eran sostenidas por su nariz aguileña.

-¿Si?-su voz hizo que Zoe saliera de su ensoñación.

-¿Sabe dónde está el pabellón del cuarto 252?

-Por esa escalera-la señaló-subes dos pisos y verás un cartel con numeración, ascendente a la izquierda, descendiente a la derecha,

-Muchas gracias.

-No hay de qué. ¿Eres la nueva enfermera?

Ella asintió.

-¿Y te pusieron a cargo de Harrison?

-Así es.

Suspiró-Te deseo suerte, es un caso perdido.

-No creo que haya casos perdidos.

Él sonrió-Eres segura de ti misma. Me gusta.

-Gracias-sonrió tímidamente.

-Doctor-un enfermero se acercó-Lo necesitan en el cuarto 300 urgentemente.

-Tengo que irme, nos vemos-le sonrió una última vez, para luego desaparecer en el pasillo.

Zoe siguió su camino, pensando en ese doctor desconocido, y esperando volver a encontrarlo.

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