Capítulo VII

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-Iré a ver cómo está Mick.-Sadie forzó una sonrisa y salió de la habitación. Cuando estuvo lo suficientemente alejada, golpeó un muro y gritó, descargando su ira.

-¿Por qué no me haces caso?-susurró.-¡¡Soy mejor que esa tonta de Zoe!!

Después de blasfemar por unos minutos más, fue al cuarto de Jagger. Al abrir la puerta notó, espantada, que su cuerpo colgaba de la lámpara. Un calcetín estaba enredado en su cuello, y el cadáver se mecía suavemente de un lado a otro. Lo desató con cuidado y lo acostó en su cama, para luego salir corriendo en busca de ayuda.

No era extraño que esto sucediera. A menudo los internos acababan con su vida, incapaces de soportar el encierro un segundo más. Esto, sumado a que Mick sufría un caso más grave de esquizofrenia, que lo hacía oír voces, hizo que a nadie le afectara la noticia.

El funeral se llevó a cabo esa misma tarde. Nadie lloraba, nadie hablaba. Llamaron a los familiares de Mick, quienes no atendieron el teléfono. Lo habían abandonado. Sólo los enfermeros despidieron al desafortunado joven.

El hospital tenía un cementerio, destinado para los que allí perecían. Cada viernes, un jardinero se encargaba de cortar flores del jardín para poner sobre las lápidas, y de mantener el lugar.

Terminaba ya la jornada laboral para Zoe, quien ya se retiraba a su hogar, pensando en el suceso que la había conmocionado. Al instante su mente le mostró una escena desgarradora.

George en lugar de Mick.

La sola idea la hizo estremecer. Sentía un dudoso aprecio hacia él. ¿Cómo podía agradarle, siendo que él la maltrataba como lo hacía? Tal vez eran sus ojos, esos ojos oscuros que mostraban dolor y sufrimiento, los que le impedían odiarlo. Estaba segura de que él tampoco la odiaba, y que, a medida que pasara el tiempo, hasta podría llegar a agradarle.

Llegó a su casa a eso de las cinco. Las luces estaban apagadas, pero el sol iluminaba casi todo el lugar. Dedicó la siguiente media hora a buscar algo para usar en su (¿cita?) con John. No acostumbraba arreglarse demasiado, y esta vez no sería la excepción. Tomó un vestido que creía perdido. Era color crema, largo hasta las rodillas, con mangas finas y que dejaban ver su espalda. Tenía un lazo negro que era removible. Decidió usarlo, ya que podía combinarlo con esos zapatos de charol del mismo color que tanto le gustaban. No tardaría en ducharse, a lo sumo veinte minutos, y solo realzaría su mirar con un toque de rímel, por lo tanto se dedicó a disfrutar su tiempo libre.

Se sentó en su sofá favorito, desde donde le llegaba perfectamente la luz natural. Tomó el libro que estaba sobre a él. <<Final del Juego>> rezaba la tapa, en grandes letras blancas. El autor era Julio Cortázar, un escritor argentino cuyas obras tenían un gran éxito a nivel mundial. El libro contaba con distintos cuentos, pero uno el especial era el favorito de Zoe. Se llamaba "Continuidad de los parques". Trataba sobre un hombre que leía una novela, la abandonaba y seguía leyendo días después. Los protagonistas de la historia que lee cobran vida de una extraña manera y planean asesinarlo. Complicado y rebuscado, típico de Cortázar.

Cada tanto echaba una rápida mirada al reloj de la sala; verificando que no se le hiciera tarde. Pero su método falló cuando descubrió, después de terminar el capítulo ocho, faltaban diez minutos para que John llegara.

Se levantó de un salto, maldiciendo su suerte. Corrió hacia el baño, se despojó de sus prendas y se metió en la ducha. En cinco minutos salió, en dos se vistió, y en tres secó un poco su cabello. Terminaba de ponerse el rímel cuando el timbre sonó.

Cuando abrió la puerta, vio a Lennon en el umbral. Llevaba el cabello peinado hacia la derecha, un traje negro y un jazmín en su mano. Se quedó estupefacto al verla.

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