Capítulo V

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Romine Helmholtz estaba en pareja con George desde hacía muchos años. Sabía los trastornos que su amado tenía, y lo amaba a pesar de todo. A menudo lo visitaba en el hospital, y conversaban un rato. A Romine le dolía que la mente de George estuviera tan dañada, y provocara que dijera incoherencias, como llamarla Pattie reiteradamente.

Romine era una joven bastante agraciada, de piel aceitunada, cabello castaño oscuro, largo y ondulado, ojos color café, adornados por unas bellas pestañas. A pesar de haber nacido en el seno de una familia bien acomodada, era muy modesta, y jamás presumía sus riquezas y fortunas. Había asistido a la escuela que George frecuentaba. Poseía una expresión siempre feliz, que había cautivado al joven Harrison. Romine ya casi no sonreía como antes. Sentía una profunda depresión por el estado de su novio, y aunque su mejor amigo, Brian Jones, le daba todo lo que deseaba y más, ella no se atrevía a terminar con George.

Se arregló para ir a visitarlo, con un vestido rojo que le llegaba hasta las rodillas. Dejó su cabello suelto, se maquilló muy ligeramente y salió rumbo al hospital. Eran las 14:54 cuando llegó. Cruzó el pasillo principal, subió las escaleras y dobló por los pasillos, hasta toparse con la habitación 252. De la misma salió una bella joven de cabellos cobrizos y ojos verdes. Ambas mujeres se miraron, como si con eso pudiera saber todo sobre la otra. ¿Qué hace en el cuarto de George? Se preguntó Romine interiormente.

La enfermera hizo una leve inclinación de cabeza y siguió su camino, mientras Romine la seguía con la mirada, fruncía el ceño y entraba al cuarto.

Zoe llegó rápidamente al bar de en frente. Éste tenía una fachada típica de la época, con sillones de cuero y meseras que portaban trajes de un rosa chillón. Un blues sonaba cuando ella pasaba, llamando la atención sin desearlo, gracias a su melena.

Allí, sentado en una mesa en el fondo, se encontraba McCartney. Llevaba un suéter azul, y el cabello alborotado. Miraba aburrido el centro de mesa, un original servilletero con la forma de Elvis.

-Dicen que si fijas la mirada en algo mucho tiempo, morirás de aburrimiento porque no pasará nada.

-Zoe Greenwold, tan bromista como siempre.

-¿Tú crees?-rió mientras se sentaba frente a él.

-Claro.-sonrió.- ¿Cómo estás? Hace mucho que no nos vemos.

-Sí, parece una eternidad...Estoy bien, ¿y tú?

-Bien. Dime, ¿Cómo están Charlotte, Maxwell y Harry?

¿Acaso lo había preguntado con intención de lastimarla? ¿Podía su amigo llegar a ser tan cruel?

Claro que no. La última vez que lo vio, toda la familia estaba unida y feliz; era lógico que preguntara por ellos.

-Charlotte y Harry están...en un lugar mejor...y sobre Maxwell, no tengo idea.-tomó un poco de agua para disipar ese nudo que comenzaba a formarse en su garganta.

-¿Quieres decir que tu madre y hermano...murieron?

Asintió con la cabeza.

-Dios, lo siento. Debí mantener la boca cerrada.-se levantó, fue hasta su lado y la abrazó.-Lo lamento mucho, Zoe.

-No te preocupes, no lo sabías.-dijo en voz baja, disfrutando ese gesto y correspondiéndolo.

-¿Puedo preguntar cómo...? Perdóname, no es de mi incumbencia.

-Charlotte fue atropellada.-interrumpió.-Y Harry fue asesinado.

-¿Asesinado? ¿Quién podría ser tan vil como para asesinar a un chico como él?-preguntó encolerizado.

-Maxwell.

-¿Maxwell?-parecía que cuanto ella más explicaba, menos él entendía.

-Sí. Mi padre mató a mi hermano.-una lágrima rebelde escapó de su ojo izquierdo.

-¡¡Dios mío!!-exclamó horrorizado.- ¿Pero qué carajos le pasó por la cabeza? ¿Qué razón tuvo para hacerlo?

-Él nunca lo quiso. Lo llamaba "monstruo" o "adefesio". Un día llegué del trabajo y vi el piso manchado. Seguí el rastro que iba a la cocina. Ahí estaba Harry. Tenía una herida en la cabeza, de la cual brotaba sangre y materia gris.-su voz se quebró.-Y Maxwell tenía un martillo de plata en la mano, y sonreía...

No soportó recordar tal hecho, y rompió en llanto. Su amigo la volvió a abrazar, tratando de consolarla. ¿Quién diría que el relato le sacaría lágrimas a él también?

Por los siguientes minutos nadie dijo nada; las palabras no eran necesarias. Paul había querido mucho a Harry, y esta noticia lo había shockeado por completo.

-Ese bastardo huyó...Y usar su apellido me avergüenza.

-Tranquila, pequeña.-acarició su mejilla, borrando el rastro de la última lágrima.-Estoy seguro que tu madre y hermano están bien donde sea que se encuentren, y que siempre te cuidan.-le brindó una cálida y reconfortante sonrisa.

-Gracias por tus palabras.-Zoe le devolvió la sonrisa.

-Sabes que no me gusta verte triste. Me hiciste llorar con esa historia.-pasó su pulgar por su ojo derecho, el cual seguía un poco cristalizado.

-Lo siento.

-No te preocupes.-le sonrió de nuevo y regresó a su lugar.

Pasaron el siguiente rato poniéndose al día. McCartney le contó sobre su fracaso en la música, alegando que todo fue culpa de El loco cavernícola. Zoe preguntó a quién se refería, y cuando Paul contestó que era George, tuvieron un desacuerdo menor.

-Lo siento, no fue profesional llamarlo así. Pero ya sabes, queda el rencor. Hoy podríamos estar de gira, tocando frente a miles de personas.-suspiró.

-Lo entiendo, pero no lo difames de esa forma. Sabes su condición.

-Sí...-miró su reloj.-Es algo tarde. ¿Te acompaño a tu casa?

-Claro.

Pagaron la cuenta y emprendieron el regreso.

-Creo que nos veremos de nuevo en el hospital...

-Eso espero, Zoe.-besó su mejilla y se fue.

Zoe suspiró y entró a su hogar. Bajo la puerta había una carta. La tomó y notó que estaba perfumada. Una fragancia dulce, masculina...

Al abrir la carta leyó las palabras impresas.

"Mi dulce:

Desde que llegaste diste vuelta mi mundo. Nunca me había pasado antes, y créeme que me encanta la sensación. Quiero conocerte más, y que tú me conozcas también.

¿Aceptas salir conmigo?

En caso de que la respuesta sea un tan anhelado <<Sí>> te espero en el jardín del hospital mañana a las 10:00.

PD: Sin ti, estaría en la miseria" 

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