Jack acompañó a Zoe a su casa. En el camino ninguno hablaba. Él pensaba qué estaría pensando ella, y ella pensaba en John. Estaba en un callejón sin salida, entre dos amantes...
-Alquilé un departamento aquí cerca. Cuando quieras me llamas y salimos. No creo que pueda mañana, pero haré lo posible.
-Está bien.
-Nos vemos, Zoe.-besó su mejilla cálidamente y se fue.
Suspiró y entró a su casa. Se dejó caer en el sofá y cerró los ojos. Su mente daba vueltas en torno a John y Jack, en sus labios aún permanecía el rastro de este último. El asunto le cerró el estómago, por lo que no se molestó en preparar la cena. Se quedó dormida allí, sin dejar de pensar en su problema.
Despertó automáticamente al día siguiente y se preparó para ir a trabajar. Al llegar vio una ambulancia estacionada frente al hospital, junto a unas patrullas de policía. En el hall principal, enfermeros, doctores y oficiales iban de un lado a otro. Algunas palabras sueltas llegaron a sus oídos.
<<Sobredosis>>
<<Acumulaba su medicina a escondidas>>
<<La nueva debía encargarse de él>>
Esto último la alarmó más que nada. ¿De quién hablaban? ¿Acaso asumían que era su culpa que un interno cometiera suicidio?
-¿Señorita?
Dio un pequeño y dio media vuelta. Un oficial con bigote negro la miraba, sosteniendo una libreta y una pluma.
-¿Podría decirme su nombre?
-Zoe Greenwold, oficial. ¿Qué sucedió?
-Un interno apareció muerto esta mañana. Sus compañeras nos dijeron que usted era quien lo cuidaba.
Su alarma se convirtió en desesperación pura. Solo podía tratarse de Ringo...O George.
-¿De quién se trata?
-Mathew Lumbroff.
La imagen de aquel joven de cabello cobrizo, alto y de ojos negros apareció en su mente. Era un suicida, había tenido varios intentos de "llegar al otro lado". Había cuidado de él un par de veces y notó un profundo cambio la última vez que lo vio. Sus pensamientos ya no eran tan oscuros, incluso sonrió un par de veces mientras charlaban. ¿Cómo era posible que estuviera muerto?
-Yo no lo maté.
-Nadie dijo que lo hiciera.
Había metido la pata. No tuvo oportunidad de detener el paso de esas cuatro palabras. El policía la miraba directo a los ojos, como intentando hacerla flaquear.
-Seguiremos investigando. Tendrá que ir al juzgado a declarar.
Ella asintió y el hombre se retiró. Zoe se dirigió al cuarto de George, pero en el camino vio la oficina de John abierta y se detuvo. Él estaba sentado tras su escritorio, con ambas manos cubriendo su rostro. Sus lentes negros reposaban a su lado.
-John...
Levantó la vista hacia ella. En sus ojos color miel se veía el dolor de quien tiene el corazón roto.
-¿Qué quieres, Greenwold?-Pronunció su apellido con desdén. Era frío y distante, como si no la conociera.
-Lo que viste ayer...
-No tienes que explicarme nada.
-Pero quiero hacerlo.
-¡Pero yo no quiero oírte! ¡Tengo cosas que hacer y no tengo ni ganas de escuchar tus excusas para haber besado con tanto deseo a ese soldadito de cuarta!
-¡¡Escúchame, John!!
-¡¡He dicho que no, Zoe!!
-Es que no entiendes...
-No, no lo entiendo. No entiendo por qué me miraste de esa forma cuando nos conocimos. No entiendo por qué aceptaste salir conmigo. ¡¡No entiendo por qué me enamoraste sabiendo que tienes novio!!
Una lágrima cristalina comenzó su recorrido a través de su mejilla, pero no logró su cometido porque él la secó con su dedo índice curvado hacia adelante. Zoe no sabía qué hacer ni qué decir. Ella estaba llorado también, pero dejaba que el agua corriera libre por su rostro.
-No quiero verte. No por ahora.
-John...
-Tal vez en unos días deje que me expliques, pero no ahora. Buen día, Zoe Greenwold.
Y sin más se fue, dejándola sola en la oficina. Cuando logró calmarse se dirigió al cuarto de George. En el camino apareció una enfermera rubia, de unos cuarenta años. Zoe la reconoció: era la enfermera que había recibido al bebé de Marianne.
-Hola. Tú eres Zoe ¿cierto?
-Sí... ¿Tú eres...?
-Isabella, una gusto.
Estrecharon sus manos e intercambiaron tímidas sonrisas.
-¿Cómo te va con el pequeño?
-Oh, es una lucha. En mi casa no cabe nadie más, pero no tengo a quién darle al niño.
-¿Por qué no se lo entregas a su padre?
Isabella la miró confundida.
-Su padre...Se ahorcó hace unos días.
-Dios mío...
-Lo sé-suspiró.-Dejó una carta en la que decía que no quería que el bebé fuera a un orfanato. Deseaba que algún enfermero del hospital lo criara.
-¿Por qué querría algo así?
-Según me han dicho, a él lo crió un doctor de aquí desde que nació. Su madre era una interna que murió al darlo a luz, y no había registros del padre.-¿Por lo tanto quiere que su hijo pase por lo mismo?
-Así es. Deberé buscar quien lo críe. Y hablando del niño, debo ir a alimentarlo. Con permiso.-le dedicó una tímida sonrisa y comenzó a caminar hacia la cocina. Allí habían puesto una cuna, donde el pequeño descansaba. Se llamaba Edward, y en poco tiempo se había ganado el cariño de todo el personal. ¿Quién podría resistirse a esos adorables ojos color musgo y esos pequeños mechones anaranjados que crecían en su cabeza?
Tal vez fue un impulso, pero ninguna voz en la cabeza de Zoe se opuso cuando ella llamó a Isabella y le pidió que dejara a Edward a su cuidado. No tuvo que decirlo dos veces, su compañera aceptó de inmediato y ambas fueron a buscar al bebé a la cocina. Se le permitió salir temprano para acomodar las cosas del niño en su casa. Dieron las tres en punto cuando terminaba de arrullarlo en sus brazos para que durmiera, y de pronto el timbre sonó.
La sonrisa en la cara de Jack se borró de golpe de al ver a esa criatura en los brazos de su novia. La miró a ella y luego a él de nuevo, como si fuera la primera vez que veía un bebé.
-¿Qué es eso?-fue lo primero que salió de sus labios, haciendo que Zoe riera levemente para no despertar a Edward.
-Un bebé. ¿No es obvio?
-Pues...sí, ¿pero por qué lo tienes tú?
-Lo adopté. Cierra la puerta, por favor.-Dejó a Edward en su cuna con cuidado y regresó con Jack.
-¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué?
-¿Quieres calmarte? No es para tanto.
-¿Cómo que no es para tanto? ¡No estoy listo para ser padre!
-Tuve que hacerlo...Isabella no podía encargarse de él.
-¿Quién diablos es Isabella?
-Si dejas de maldecir, con gusto te explico.
Así, después de veinte minutos, Jack comprendió toda la historia. No dijo nada, permaneció sentado mirando hacia la nada.
-Es él o yo, Zoe.
-¿De qué hablas?
-Lo que oíste. Ese niño o yo. No quiero tener nada que ver con él.
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Psicosis
FanfictionMiles de personas gritando su nombre. Llorando de alegría, clamando por más canciones. Sus compañeros lo miran, dando la señal para que tome el micrófono. -Buenas noches, soy George Harrison, y cantaré la última canción de este concierto.-comenzó a...