Capítulo VIII

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Tuvieron que ponerle un chaleco de fuerza, y un enfermero resultó herido en el intento. Decidieron sedarla, para después encerrarla en el cuarto 315.

Su cabello castaño largo hasta los hombros estaba desordenado y enredado, y en algunas partes de su cara permanecían las manchas de sangre. Sus ojos verdes saltaban de un lado a otro, como los de un animal que presiente estar en peligro.

Fue Zoe quien se encargó de arreglar su aspecto, lo cual no fue fácil. Primero debió disculparse mil y un veces con John, quien a regañadientes aceptó con la condición de que repitieran la cita en un par de días.

Ya en el cuarto de Marianne, armada con un cepillo y un balde con agua y una pequeña esponja, la encontró sentada en posición fetal en la esquina más alejada. Murmuraba algo ininteligible, que supo al acercarse, era un Padre Nuestro.

-Marianne...Tranquila, no voy a hacerte daño.-dijo con la dulzura que la caracterizaba.

-...Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino...

-Ven, voy a desenredar tu cabello y limpiarte un poco. Te sentirás más fresca y cómoda.

Acercó su mano a ella, quien se alejó instintivamente. Zoe acarició suavemente su mejilla, intentando calmarla y transmitirle confianza. El cuerpo de Marianne se ablandó ante su tacto. Su respiración se volvió pausada y sus ojos se cerraron poco a poco. La joven enfermera acarició sus cabellos, cuyos mechones estaban pegajosos y resecos por ese líquido escarlata. Entonces se le ocurrió darle un baño. La llevó a los vestidores, que contaban con cinco duchas que pocas veces eran utilizadas.

Le quitó la blusa que llevaba, junto a sus pantalones y zapatos, y por último, no sin pudor, su ropa interior. Al fin y al cabo, no tenía nada que no tuviera ella misma.

Al mero contacto de agua tibia con su cuerpo desnudo, Marianne soltó un estruendoso grito que desconcertó a Zoe. Entre sus alaridos se entendía que solo podía bañarse con agua bendita, ya que cualquier otro tipo le quemaba la piel. Zoe le hizo entender que no había duchas de agua bendita, mientras seguía lavando su cabello, pero también le dijo que todo estaba bien, que el agua no la lastimaría.

Logró terminar su tarea después de una hora. Envolvió a Marianne con una toalla y le ordenó que se quedara allí, mientras salía a buscarle una de las batas que estaban destinadas a los internos.

Volvió después de quince minutos, pero Marianne no estaba. Zoe entró en pánico. Había una interna desnuda, perdida en ese inmenso hospital. Los otros enfermeros sabían que ella se encargaría, ¿qué pensarían si la vieran a Marianne? Dirían que Zoe era una irresponsable, hasta podría perder su trabajo.

Todo esto lo pensó en cinco minutos. Sí, a veces podía ser bastante paranoica. ¿Irónico? Tal vez. Pero les sorprendería saber cuántos trabajadores de manicomios terminan en estados similares al de los internos.

Zoe Greenwold, preséntese en la oficina del doctor Lennon.

Tragó saliva. Seguro le esperaba un gran regaño. Sus pasos resonaron por los pasillos, hasta que llegó a la oficina de John. Tocó un par de veces la puerta, hasta que esta se abrió por sí sola. Se asomó a la oficina y observó. Marianne, aún con la toalla cubriéndola, jugaba como una niña pequeña, arrodillada frente a John. Él estaba sentado en su sillón de cuero, recitando unas palabras de El Nuevo Testamento. Su voz sonaba cansada y angustiada, pero era fingida.

-Y dará a luz un hijo, y llamarás Su nombre Jesús, porque Él salvará a Su pueblo de sus pecados.

Zoe carraspeó, y ambos voltearon a verlo.

-Oh, Zoe, ¡qué bueno que llegaste! Necesitamos otra mujer para que llore por mí. Ya casi me crucificarán. Saltearemos todo lo intermedio, es aburrido.

Ella frunció el ceño, claramente confundida.

-Marianne, ¿nos esperas un minuto?

-Claro que sí.

John se levantó y salió junto a Zoe.

-Explícame qué fue eso.

-Llegó de pronto y para entretenerla decidí actuar algunas escenas de El Nuevo Testamento.-Contestó encogiéndose de hombros.

-Muy astuto, Lennon.

-Lo sé. No te diré nada por haberla perdido de vista...con una condición.

-¿Cuál?-alzó una ceja, desconfiada.

-Dame un beso.-sonrió y le lanzó una mirada coqueta.

-Eres terrible.-rió, aunque por dentro muriera de nervios.

-Entonces pido otra cosa.-suspiró.

-No...No me molestaría lo que pides...

Sus mejillas se colorearon levemente. John sonrió y acortó la distancia entre ellos. Zoe cerró los ojos, oyendo cada vez más fuertes los latidos de su corazón. Sintió el roce de sus labios con los del doctor...

-Emm...¿interrumpo algo?

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