Capítulo IV

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Cuando encontró la descuidada cocina no dudó en arreglarla un poco. Lavó los platos, barrió y limpió las ventanas. Fue ahí cuando notó el gran jardín trasero. Poseía dos hectáreas completas, llenas de flores de todos colores y estilos. El rocío cubría el césped, y bellas aves saltaban en él. Unos colibríes revoloteaban juguetones entre las fuchsias. Era un espectáculo realmente magnífico. Parecía el único lugar del hospital por el que alguien se preocupara.

Preparó los sándwiches para George y los puso en un plato. Regresó al pabellón, y mientras caminaba los sonidos provenientes de un cuarto llegaron a sus oídos.

-¡Ya levántate, narizón!

-¡Déjame en paz, monigote!

-¡¿¡Cómo me llamaste!?!

-M-O-N-I-G-O-T-E.

-¡Me tienes harto, Starkey!

Zoe abrió la puerta y vio con terror como un robusto enfermero levantaba la mano para golpear a un interno. Se interpuso antes de que impactara en el rostro de ese muchacho.

-¡¿Qué rayos te pasa!?-reclamó molesta, no, furiosa es la palabra correcta.

-¡¡Este sujeto me tiene los cojones por el suelo!!

-¡Eso no es un argumento!-se acercó al otro chico, quien la miraba asustado. Se puso delante de él y encaró al enfermero-¡¡Estás encargado a cuidarlo, no tienes derecho a lastimarlo!!

-¡Si tanto te preocupa, encárgate tú de él! ¡¡Ya no soporto este lugar!!-dicho esto salió del cuarto.

Zoe no sabía qué hacer. Apenas podía manejar a George, ¿Cómo se las arreglaría con este chico?

-Gracias por eso.-musitó absorto por su acción y belleza.

-No agradezcas-volteó a verlo con una sonrisa.-No podía permitir que te hiciera daño.

-Soy Richard-sonrió también.

-Yo soy Zoe.-extendió su mano y él la miró confundido.

Richard Starkey había llegado al Liverpool Mental Hospital hacía tres años, víctima de un gran trastorno de la personalidad. Consciente de sus actos, los realizaba libremente; tenía un comportamiento impulsivo, desviado e irresponsable, así como una grave bipolaridad. Los psicólogos que lo trataron dedujeron que se debía a su infancia difícil. Su madre, desesperada, recurrió al instituto mental después de someter a su hijo a miles de tratamientos. Incluso exorcismos, asumiendo que su condición se debía a las jugarretas de Lucifer.

Richard tenía comportamiento agresivo. Acostumbraba a medir la resonancia de las personas, golpeando sus cabezas con distintos objetos y empleando distinta fuerza. Decidieron encerrarlo en el hospital cuando le rompió el cráneo a un niño. El pequeño falleció y la madre no encontraba consuelo.

Desde entonces Elsie, su madre, debió hablar por días enteros con ella, tratando de convencerla de que no tomara acciones legales. La mujer, destrozada, aceptó con la condición de que Richard fuera enviado a un manicomio, donde lo retuvieran y no hiriera a nadie.

Su afición a las baterías hizo que el encargado del hospital, Leo Malvi, se apiadara de él y le consiguiera unos bongós, que usaba como tratamiento. No era ignorado el hecho de que Richard tuviera un gran talento con la percusión, y todos los médicos comentaban que si no estuviera pirado habría sido una gran estrella.

Por esa razón a veces lo llamaban Ringo Starr.

Zoe, al no obtener reacción de su parte carraspeó.

-Debo darle esto a otro interno. Luego regreso.-tomó el plato con la comida y salió.
~-~-~
-Tardaste mucho.-comentó con la boca llena.

-Hubo algunos contratiempos-se sentó en la cama.

Los rodeó un extraño silencio por unos minutos.

-¿Quieres algo más?

-No, puedes irte.-tomó su guitarra, una hoja y un lápiz.

Zoe salió del cuarto, y se dirigió al de Ringo. Al entrar lo vio tocando sus bongós de forma tranquila y relajada, por lo que decidió no interrumpir y esperar a que se desocupara.
Tan solo unos minutos después él notó su presencia.

-Volviste.-mostró una bella sonrisa.

-Siempre cumplo mi palabra.-se sentó a su lado.

-¿Qué haces?-frunció el ceño, a lo que ella lo miró confundida. Claro, no sabía lo que Richard padecía.

-Solo me senté...

-¿Quién crees que eres para sentarte conmigo? ¡¡Yo soy un gran y famoso músico, no puedes venir y sentarte conmigo así como así!!

-Lo siento.-se levantó.

-Mejor vete, necesito mi espacio.

Zoe salió de ahí, consternada por el repentino cambio de humor de Ringo. Oyó unas voces femeninas cerca y decidió seguirlas. Llegó a una sala de gran tamaño, donde enfermeros y enfermeras conversaban amenamente.

-¿Por qué debe estar aquí? Es tan lindo e indefenso...-Bianca se cruzó de brazos.- ¿Ya viste sus cejas? ¿Y esa hermosa sonrisa con colmillos que posee?-suspiró, refiriéndose a George.

-Está aquí por una razón.-contestó su amiga Sadie Hopkins.-Y John dice que no saldrá jamás-dijo, como si por el hecho de que John lo dijo esa fuera la verdad absoluta. Claro, ella creía que todo lo que su amado doctor decía era creíble e indudable.

-Sobre este tema, la palabra final siempre es de Paul.-la mirada de Luna brilló de forma singular.-Mi hermoso juez...

Lilian Sky tomó la palabra.-¿Hermoso? No sabes lo que dices, Ringo es hermoso. Sus ojos son preciosos, y su sonrisa tan...

No completó la frase, ya que notó que Zoe estaba ahí. Las cuatro miradas se posaron en ella, junto a unas cálidas sonrisas.

Pasaron el siguiente rato hablando y conociéndose. Zoe prefirió evitar hablar de su familia.

-¿De quién debes encargarte?-preguntó Ana.

-George Harrison...Y Richard Starkey.

Zoe no lo sabía, pero se había ganado dos enemigas.

Pronto tendría dos más.

Y es que había llamado la atención de tres hombres.

Tres hombres con dueñas.

Dueñas que harían lo imposible por alejarla de ellos.

Bianca también tenía una enemiga, que pronto compartiría con Zoe.

¿Su nombre? Romine.

La novia de George.

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