Capitulo 1.

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Todo empieza cuando conoces a esa persona. Esa persona que te hace sentir especial, única. Ahí es cuando empieza todo. En mi caso, esto ocurrió hace dos años, unas navidades que recordaré toda mi vida.  

Me encontraba en casa de mis abuelos, celebrando Noche Buena con toda mi familia. Escuchaba las risas de mis primos que correteaban por los pasillos, y la charla que mantenían mis tíos y mis padres. Yo era la única que parecía no pasarlo bien. Me dolía la cabeza y solo deseaba que se hiciera el silencio de una vez. 

-Alondra, ¿necesitas algo? -Escuché que decían desde la puerta. 

Aparté los ojos del techo y ladeé la cabeza para poder mirar la delgada figura de mi abuela, que me miraba preocupada. Sonreí forzadamente mientras me incorporaba en la cama y apoyaba mi cuerpo en la pared.

-No, no, gracias abuela. Estoy bien, solo que no he descansado muy bien esta noche, nada más.  

-¿Estás segura?Si quieres tomar algo, yo...  

-No te preocupes, -la interrumpí moviendo mi mano -yo estoy bien, tú baja y charla un rato con la familia, que seguro que hace mucho que no te ves con algunos, ¿no?  

Recibí una sonrisa como respuesta y yo asentí satisfecha. Esperé a que la puerta volviera a estar cerrada para dejarme caer en la cama de nuevo. Me froté los ojos con los dedos con cuidado de no quitarme la pintura y resoplé. "¿Qué coño me pasa hoy?" Me miré en el gran espejo de la pared y puse una mueca de fastidio. El corto vestido negro que me había comprado expresamente para este día, tenía ahora la falda de vuelo algo arrugada a acusa de mis vueltas en la cama. Suspiré y decidí que era hora de espabilarme un poco. Me puse de pie y pasé las manos por las arrugas del vestido, intentando que quedara medio presentable. Al menos mi pelo no había sufrido muchos daños. Los rizos seguían igual de marcados que siempre, cayendo por mi espalda, cubriendo la desnudez de mis hombros. Cogí mis tacones y me dispuse a salir por la puerta.  

La casa de mis abuelos era enorme, de unas cinco plantas en el centro de Sevilla. Una ancha escalera de caracol me ayudó a descender hasta la primera planta, donde se encontraba el comedor, y con él, toda mi familia. Con un último suspiro, crucé la enorme puerta de cristal y me acerqué despacio.  

-¡Alondra, cariño! ¿Pero dónde estabas? ¡Te has perdido la paliza que le han metido tus primos a tu hermano jugando al fútbol! -Gritó mi madre mientras me cogía de los hombros y me empujaba hasta sentarme con mis tías.  

-Eh... Estaba en...  

-¡No importa! -Me interrumpió sonriendo. -¿Has visto lo guapa que viene hoy Laura? Creo que se ha comprado un vestido nuevo. ¿Y ese rubio que se ha puesto?¡Le queda de miedo...! 

Tardé unos segundos en comprender que ya no estaba hablando conmigo. Mi madre suele comportarse así cuando estamos con gente, se vuelve extrovertida, alegre, incluso me atrevería a decir que un poco cariñosa. Pero eso es solo una fachada, nada que ver con cómo es cuando estamos solas en casa. Eché un vistazo rápido a la sala en la que me encontraba. Mis primos jugaban fuera al fútbol a pesar del frío que hacía, los hombres de la casa en la cocina bebiendo cerveza y charlando animadamente, y las mujeres sentadas con sus vestidos de lujo criticando a la primera que pasaba por delante. "¿Qué pinto yo aquí? Parece que ni pertenezco a la familia". Posé la mirada en mi abuela, que me miraba comprensiva. Me hico un gesto hacia la puerta con la cabeza, y a mi se me iluminaron los ojos, ilusionada. Sonreí agradecida y cogí mi chaqueta vaquera de uno de los percheros. Con una última mirada a mi abuela, anduve hasta la puerta principal y la cerré detrás de mí.

Hacía frío, demasiado para mi gusto. Me abroché la chaqueta hasta el cuello y eché a andar por la solitaria calle. Mis tacones resonaban en el suelo y empezaba a notar cómo mis dedos se congelaban. Resoplé y anduve más rápido en dirección a casa de mi mejor amiga. Pasé por la catedral, dónde las campanas daban las doce de la noche. No pude evitar sonreír, me encantaba la noche. Salir de fiesta con mis amigas, sin tener que pisar mi casa en toda la noche, era uno de mis pasatiempos preferidos. Cada vez que me iba acercado a casa de mi amiga, la música era cada vez más notable. Y mi sonrisa cada vez más grande. Desde las ventanas se podían ver las figuras moviéndose al ritmo de la música, bailando entre ellas. Llamé al timbre y esperé impaciente. A los dos minutos me abrió una Silvia un poco borracha y con chupetones por todo su cuello.  

-¡Alon! ¡Ya pensaba que no ibas a venir! ¾Gritó mientras me cogía del brazo y tiraba de mí hasta el centro del gentío.  

-¿Y cuando me he perdido yo una fiesta, nena? -Respondí sonriendo. Ella soltó una carcajada y se puso a bailar dando gritos. Cogí una de las botellas de cerveza que había en la mesa de café y me la bebí de un trago. Grité eufórica al sentir el alcohol bajando por mi garganta. Empecé a mover mi cuerpo mientras me quitaba la chaqueta, imitando a una bailarina de striptis. La gente me miraba con lujuria, estaban todos ya medio borrachos. Cuando bajé uno de los tirantes de mi vestido con una sonrisa pícara, noté unas manos en mi cintura y cómo alguien me pegaba a su cuerpo. El bulto en sus pantalones era notable y sonreí sensual. Comencé a mover mis caderas al ritmo de la música a la vez que me terminaba la tercera cerveza. No sé en qué momento mi vestido cayó al suelo y quedé en ropa interior delante de todos. Pero no me importaba, yo seguía bailando. Veía a Silvia también moverse sensual hacia mí, lamiéndose los labios. Y sentí unas ganas terribles de besarla. Me acerqué a ella despacio, recorriendo mi cuerpo con mis manos mientras ella sonreía. Bajé el tirante de mi sujetador y entonces sentí sus labios en mi hombro. Solté un pequeño gemido de placer y cogí su culo entre mis manos. Notaba sus pechos contra los míos, y sus labios en mi cuello, succionando y mojándolo. Una de sus manos subio hasta mis pechos y lo apretó con fuerza. Un grito de placer salió de mi boca, haciendo que mis bragas se mojaran cada vez más.  

-Alon... -susurró ella en mi oído a la vez que una de sus manos recorría mi espalda. -Alon soy lesbiana... Y no sabes cuanto me pones... Déjame follarte...  

Yo no pude sino jadear ante la propuesta. Ella sonrió y cogió mi mano, ayudándome a subir las escaleras lo más rápido que podíamos. Cuando llegamos a su cuarto, cerró la puerta y me tiró a la cama. La observé mientras se quitaba el vestido y me miraba intensamente a los ojos. Jadeé cuando se desabrochó el sujetador y dejó sus pechos al aire. No pude evitarlo más y me deshice de mi ropa interior lo más rápido que pude y me dejé caer en la cama. Silvia me miraba atenta, mientras se quitaba el tanga, dejándolo caer por sus largas piernas. Recorrí mis pechos con mis dedos, apretando mis pezones, sacando gemidos de placer de mis labios. Seguí bajando con mis manos, hasta llegar a mi sexo. Abrí mis labios y gemí al notarlo totalmente mojado y sentí como Silvia jadeaba y se colocaba delante de mí.  

-Tócate... -me susurró.  

Mi dedo se deslizó hasta mi clítoris y comencé a moverlo con fuerza, haciéndome gemir y arqueando mi espalda. Sentía los labios de Silvia por mis muslos y uno de sus dedos rozando mi ingle despacio.  

-Cómo me pones... Quiero que te corras para mí.  

Entonces se acercó un poco más y apartó mi dedo de mi sexo. Yo me quejé un poco, pero me tuve que coger a las sábanas cuando sentí su lengua en mi clítoris y uno de sus dedos dentro de mí.  

-¡Dios! -Grité cuando mi cuerpo empezaba a sentir ese calor que tanto me gustaba.  

-Si, si... Correte venga.  

Con un último gemido de placer, mi cuerpo empezó a agitarse y llegué al clímax. Silvia empezó a lamer mi jugo y yo intentaba controlar mi respiración.  

-Dios Alon... No sabía que eras eyaculadora. Me has manchado toda la alfombra.  

Sonreí ante el comentario y no pude evitar quedarme dormida.

No sé qué me pasa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora