Primera confesión (1968)

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            Maximiliano Álvarez vivía en el barrio de Avellaneda, en una casa muy humilde, con una reja oxidada, jardín con pastos altos y desprolijos, eran la antesala. Todo olía a polvo y desuso. Un nutrido número de perros de razas indiscriminadas, vagaba en busca de comida; algunos con excoriaciones; otros con las patas lastimadas o con cortes en el cuerpo.
           La sala de estar había sido un patio, lo cerraron con vigas de madera y un techo de chapa, amplificaba el ruido de la lluvia. Una foto enmarcada del General Perón, en su caballo blanco con pintas, adornaba el centro de la pared. La familia acostumbraba a reunirse en ese sector de la casa. Había otros dos ambientes, de generosas dimensiones; en uno vivían Maximiliano, su hermana menor, Martita, y la madre de ambos. En el otro, la familia del tío, hermano de la madre, Rodolfo, con Myriam, su mujer, y sus tres niños.
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            Cuando Maximiliano aún no había terminado primer grado, su padre abandonó a la familia. Tomaba y les pegaba. La madre, Vicenta, una luchadora del día a día, llevaba adelante la casa. Su objetivo era, darle a sus dos hijos, la educación a la que ella no había accedido.
            Rodolfo, el tío de Maximiliano, coleccionaba autos; si se presentaba la oportunidad de comprar uno, se revolucionaba la cuadra. Pedía dinero prestado a los vecinos y a su hermana. Rodolfo era un eterno deudor; sus promesas de pago  restaban credibilidad a sus palabras; siempre, de alguna forma, encontraba la excusa justa para postergar sus obligaciones. Dejaba los autos en la vereda para ponerlos a punto; sus adquisiciones no estaban en estado óptimo, ni siquiera funcionaban. Les faltaban partes del motor o de la carrocería. Él siempre repetía: "Este auto no me va a ganar, dentro de unos días va a estar como un cero kilómetro en la calle, y va a ser el mas rápido de Avellaneda". La falta de dinero postergaba sus anhelos. De los tres vehículos que tenía, sólo uno, y con ciertos inconvenientes, funcionaba: un Borward Isabella del año 1952.
          El tí­o lo habia adoptado como a un hijo; y su influencia dejó una marca profunda, en la vida de Maximiliano. Le dio mucha importancia a la formación fí­sica; lo inició en las técnicas de las artes marciales. Ese año, Maximiliano, rindió su examen para acceder al cinturón azul. Lo logró con mérito.
También ese año se preparó para su Primera Comunión. La intención de Vicenta era que Maximiliano la tomara con su primo y dos compañeros del barrio, el mismo día, por esa razón postergó su compromiso con la iglesia. Con mucho esfuerzo por parte de toda la familia, Maximiliano tendrí­a su acercamiento religioso y su tan merecido cinturón azul.                          
               Por las tardes, a la hora del mate, el tí­o le contaba anécdotas a su sobrino, de historia argentina. Con mágicas palabras mantení­a fascinada su mirada y su curiosidad desarrollando la imaginación y las fantasías de Maximiliano. Rodolfo había conocido en persona, al General Perón, gracias a su activa participación dentro del Partido. Estas circunstancias lo llevaron al placer de la investigación, fue estimulado a  buscar bibliografía de diversos autores y a incorporar conocimientos de cuanto documento pasara por sus manos.
            Eran las épocas del decreto ley contra el comunismo, en realidad estaba destinado a todo foco de oposición. Se organizaba el movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, y también se gestaba un grupo incipiente de raí­ces nacionalistas llamado Tacuara.

           -Los Apóstoles transmitieron a través de los años, y hasta el fin de los tiempos, lo que habí­an recibido y aprendido de Cristo y del Espí­ritu Santo. Los receptores fueron los obispos; ellos lo dispersaron a sus sucesores y a todas las generaciones que creyeron en la palabra divina -el catequista explicaba a los niños, los principios para tomar la Primera Comunión. Maximiliano estaba siempre muy atento, el sacrificio de su madre era para él una gran motivación.

    -Abraham, fue sometido a una prueba y tuvo fe en Dios. Siempre obedecía a su llamado; por eso se convirtió en El Padre de todos los creyentes -el rabino se acomodó la kipá y le aclaró la pregunta que Claudio Vainstock le había formulado.
David, el padre de Claudio, había logrado escapar de Polonia en el inicio de la Segunda Guerra; se estableció en la Argentina,  puso rumbo a Lanús logrando dejar atrás persecuciones, amarguras, sufrimientos y odios. Pagó el alto precio de ser el único sobreviviente de una familia numerosa. Su nueva familia y sus amigos más allegados, se formaron con las personas entre los que habí­an llegado, como él viajaron en el mismo barco migratorio.
            En Lanús, David instaló una ferretería con un amigo entrañable, con él compartía los sinsabores del pasado y la ilusión de estar en una tierra de esperanzas.
-Hijo, vos sabés, asumir el momento del Bar Mitzva es una elevada aspiración, ineludible. –David le repetía a Claudio- Sabés, ese acto religioso es la circunstancia más memorable en la vida de todo varón judí­o.
-Papá, sabés que no me identifico con lo que me decís. Las tradiciones, para mí, no son importantes. No soy creyente pero no niego mis raíces; sabés que los rituales religiosos me ponen mal; bastante tengo con los míos. Mis amigos no tienen nada en común con el bar mitzvá, eso me aleja de ellos y no quiero. El judaísmo es parte de tu pasado, yo me siento más cercano a las raíces argentinas –Claudio buscaba la forma de no herir a su padre.
-No me podés hacer esto, si no estudias la torá vas a hacer enfermar a tu madre y eso no te lo voy a perdonar. –David tocía cada vez que retaba a Claudio.
Las discusiones en la cena crecí­an en su magnitud, a medida que se acercaba la fecha.
-Si no hago el Bar Mitzvá; igualmente me voy a sentir judío. Esto me pasa por  ser hijo único.
-Vos sabés que una buena acción hacia Dios, de un muchacho de trece años,  es para mí un acto inclaudicable. Es el compromiso con tus antepasados. No les podemos fallar.
Por las noches, durante la cena, le repetía:
-Vas a alcanzar la madurez y los jóvenes judí­os tienen que cumplir con la obligación de observar los mandamientos religiosos desde los trece años. Y vos no vas a ser una excepción.

Confesiones de claseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora