Un nutrido grupo de oficiales de las promociones 1948 a 1953 se reunieron en una cena de camaradería para conversar sobre temas castrenses y otros concernientes a la realidad del país. Preocupados por el camino que transitaban los argentinos, les pareció pertinente el encuentro. Por disponibilidad se eligió el Casino de Oficiales del regimiento al que había pertenecido el padre de Julia, el Mayor retirado Amadeo Lorenzo. La convocatoria incluía a los familiares directos: Julia concurrió junto a Cristian, su madre, Estela y sus dos hermanas.
Los recuerdos de Julia con respecto a la carrera del padre eran poco felices, cargaba con una amargura permanente que se transformaba en reiterados reproches. Durante su infancia había estado muy presente la frustración de la madre por la imposibilidad de continuar sus estudios por los sucesivos traslados, ella quería ser Veterinaria. Amadeo quería que Estela siguiera de cerca la educación de Julia y sus hermanas; su realización profesional quedó como una asignatura pendiente. Las discordancias de la gente con respecto a los militares hacían que Julia tomara distancia de la carrera de su padre. Para esa ocasión Amadeo le pidió que lo acompañara; para él era de suma importancia un hecho de esas características.
Antes de iniciar la cena, el Jefe a cargo del Regimiento fue presentado para realizar el discurso de apertura. Parado y con el cuerpo erguido, daba la impresión de ser un ídolo. Sacó unos papeles que tenia dentro de una carpeta de cartulina y comenzó con su discurso:''Serás lo que debas ser, y si no, no serás nada'', reza la máxima sanmartiniana; hoy más que nunca, se hace presente en la vida de los argentinos. ¿Para qué queremos nuestras Fuerzas Armadas? Por esa respuesta, vengo a compartir con los compañeros de armas, esta Cena de Camaradería. La institución estuvo siempre al servicio del país; y ahora es deshonrada. En carácter de Jefe de este Regimiento quiero compartir con ustedes, además de un grato momento, un conjunto de reflexiones.
Hoy nuestras Fuerzas apoyan la paz fuera de los límites de la soberanía nacional, en Haití, Puerto Príncipe. Con más de mil soldados cumpliendo funciones que van desde la asistencia y modernización de las fuerzas armadas de Haití hasta la creación de un cuerpo separado de policía. También, y no hace tanto tiempo, nos convocaron, por ley, para derrotar a la subversión. Lo hicimos con convicción y patriotismo. Hoy, 1993, decir "militar" es pronunciar una mala palabra. Lo digo de corazón, sin odio y sin rencores, con profundo compromiso patriótico y convencimiento: derrotamos al comunismo de la misma forma que otrora pusimos fin a los lazos coloniales con España. Juramos sostener esa convicción de libertad frente a toda dominación extranjera...El Jefe del Regimiento continuó la lectura del discurso; Cristian observaba al conjunto de los organizadores, en la mesa central. Una persona, sentada a tres sillas del Jefe, le había llamado la atención; Cristian, antes de realizar algún comentario prefirió tener la certeza de su hipótesis. Amasó un trozo de miga de pan hasta darle forma de viborita; pensaba; relacionaba y no lograba redondear la idea que lo tenía concentrado.
Así, señores, es un honor compartir con ustedes esta noche; les pido que levantemos la copa para dar inicio a este encuentro fraternal.
¡Vivan las Fuerzas Armadas!
¡Viva la Patria!
¡Viva!
¡Salud!Los hombres impulsados por una especie de respetuoso homenaje se pararon y levantaron las copas
-Mi amor, ¿ves a ese tipo que está sentado en la mesa central, al lado del de bigotes? –Cristian seguía amasando la viborita-, el que tiene la camisa blanca.
-Esperá que me pongo los lentes; no veo nada. –Julia sacó los anteojos de la cartera y se los acomodó: ¿Ese que se está rascando o acomodando el pelo?
-¡Exacto! –Cristian se alegró-, ese que se está peinando con los dedos.
-Ni idea -afirmó Julia-, ¿Quién es? Sí, ya sé. ¿No es el que nos vendió el Renault 12?
-No, nada que ver –dijo Cristian.
El mozo interrumpió para preguntar quién tomaría vino tinto o blanco. Julia prefería una gaseosa; Cristian optó por cerveza. Aunque, en realidad, prefería sacarse la duda.
-Amadeo, ¿usted conoce a todos los que están en la mesa central?
-Si, Cristian. Creo que a todos. Quién habló fue compañero de promoción. Un tipo fenomenal. Estuvo en Malvinas; él es con quién te ibas a encontrar cuando surgió la posibilidad de ir como voluntario, ¿te acordás? Es una persona muy derecha.
-Papá, no saqués temas complicados a la hora de comer. Siempre lo mismo con vos –dijo Julia.
Amadeo continuó su relato:
-Es de Lanús; sus padres eran muy humildes; él muy trabajador. Se casó con una mujer muy bonita y callada. Pobre, lo tenía...
Cristian lo interrumpió:
-Luego me cuenta, Amadeo; disfrute de la reunión.
Al padre de Julia, le gustaba contar, todo tipo de historias, en forma desordenada, así como aparecían en su cabeza:
-Al lado está el Mayor Céspedes; no lo conozco tanto pero tengo buenas referencias. Y al lado de Céspedes... No, a ese no lo conozco. El otro, estuvo en líos con la esposa; no quería cambiar de...
-Espere, Amadeo; necesito saber quién está en el tercer asiento.
-Te lo averiguo para la semana que viene –dijo el padre de Julia-; no te preocupes, son todos amigos.
-¿No me lo puede averiguar ahora? –a Cristian se le rompió la viborita.
-¿Es tan urgente? –Amadeo se molestó; ¿querés que haga tareas de inteligencia acá, en la cena? ¿Es prioridad número uno?
-Creo saber quién es, y necesito sacarme la duda. ¿Vio cómo son esas cosas, suegrito?
Amadeo se puso de pie resuelto a cumplir su misión. Estela conversaba con sus otras hijas; Cristian siguió, con la mirada, a su suegro; tomó un trago de cerveza y acarició la mano de Julia. Ella despreocupada, ordenaba su cartera.
Amadeo había logrado el objetivo; regresaba a la mesa con una sonrisa dibujada en la cara. Se sentó; se colocó la servilleta en el cuello de la camisa y arrimó la silla:
-No entiendo qué te puede interesar de ese tipo. Si vos no conocés a nadie en esta cena. Ingeniero no es –Amadeo lanzó humo por la nariz-; pero si sos tan curioso te cuento. El tipo pertenece a las fuerzas, por la edad te darás cuenta de que no es de nuestra camada, más bien es de tu generación; vino a dar una mano con la organización. Se llama Maximiliano Álvarez.
-¡Igual que nuestro compañero de clase! –Dijo Julia, ingenua-, pero no puede ser.
-No es igual. Él, es Maximiliano, nuestro ex compañero de clase. Me pregunto qué tiene que ver con todo ésto
-Hablando de compañeros de clase –Amadeo cambió de tema-, ¿le pediste el dinero a César?
-Papi; te dije que esos temas los arregles vos. Yo lo llamé por teléfono; no lo encontré. Intentá vos también. No tengo todo el día para hacer trámites.
Cristian se acercó a la mesa donde estaba Maximiliano. Julia, sorprendida, lo siguió; no se veían hacía dieciocho años. Lograron saludarlo; los mozos ingresaron con el primer plato; el encuentro resultó breve. Al principio Maximiliano dijo no reconocerlos; enseguida se saludaron. Fue un encuentro más frío de lo que Julia y Cristian esperaban. Maximiliano se mostraba indiferente, distante, esquivo. Julia le preguntó sobre su vida; respondió con evasivas. A Maximiliano se lo notaba más preocupado por la organización de la cena, que por el encuentro con sus ex compañeros. Ellos y el grupo, pensaban que estaba desaparecido. Habían intentado contactarse con él y con los familiares durante años y el resultado había sido siempre negativo. Ahora se encontraban en la cena de camaradería y Maximiliano lo único que mostraba, era una gran preocupación por el evento. Se intercambiaron los números de teléfono y quedaron en encontrarse en la semana, para conversar.
![](https://img.wattpad.com/cover/68200358-288-k943620.jpg)
ESTÁS LEYENDO
Confesiones de clase
Historical FictionConfesiones de clase invita a atravesar el tiempo: la Argentina de los años setenta, protagonizada por un grupo de adolescentes pujantes, apasionados, confiados en sus ideales. Y el tiempo con sus transformaciones, naturales metamorfosis surgidas de...