1976

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            El 22 de mayo Sandra organizó la fiesta de su cumpleaños. El día anterior había dejado preparadas varias docenas de empanadas de carne, de humita y de atún; dos damajuanas de vino tinto, gaseosas y una botella de ginebra. Sandra y su guitarra serían las protagonistas del festejo; la cita era por la noche. Pero la fiesta de su cumpleaños número veintidós no se pudo concretar. Fruto de malas interpretaciones y palabras equivocadas, el destino de Sandra sufriría un quiebre en su vida que, en este caso, no le dio aviso, ocurrió, pasó.
              Durante esa mañana llegó al edificio donde vivía Sandra, un automóvil con cuatro personas armadas; uno se identificó ante el encargado: "grupo de tareas" de la Policía Federal, y tocó el portero eléctrico del departamento de la familia Fernandez. Nadie respondió. El encargado, estaba en la vereda, los atendió. Luego le dijo a la mamá de Sandra que, le pareció, que le preguntaron por una tal Sandra, o por una profesora de música, por los nervios no recordaba bien. Meses más tarde reconoció que el grupo policial tampoco había preguntado por la familia Fernandez sino que buscaban a una mujer, que según la descripción, había creído que podría tratarse de Sandra. De todas formas el factor paranoico ya se había disparado. 
                 Sandra ya había escuchado acerca de esos operativos, compañeros del colegio habían sido llevados de sus casas, por la fuerza. No quiso regresar a su departamento. El temor y la ansiedad derrotaron su tranquilidad; tomó la decisión: le dijo a su madre que se iba a vivir, por un tiempo a Brasil. Esa noche, con mucho temor, fue a dormir a la casa de Jimena. También le comentó a su amiga: "me voy hasta que la situación esté más clara".
-Me voy con vos -dijo Jimena, decidida-, nos vamos juntas; yo tampoco soporto las sirenas, los autos militares y lo que le está pasando a algunos compañeros. No puedo vivir con miedo todo el día.
-Vuelvo en menos de un mes. –Sandra intentaba tranquilizarla-; No vale la pena que dejes la facultad; vas a perder el semestre, es hasta que la situación se calme; ¿cuánto tiempo pensás que puede durar esta realidad?
-No me importa, me voy con vos. Yo también tomé la decisión, hace rato que lo vengo pensando –dijo Jimena-; el jueves me pararon en el centro, me pidieron documentos; por suerte no me llevaron a la seccional. Todavía no sé cómo me salvé. Estuve toda la semana con taquicardia, encerrada en casa.
              Con una valija cada una, algo de plata ahorrada y sus instrumentos musicales, partieron en micro hacia San Pablo. Mientras se alejaban de la estación, Sandra y Jimena, tomadas de la mano, miraban a través de la ventanilla, sin decir una palabra. Jimena lloraba. Sandra apretaba los dientes, maldiciendo. Iniciaban un exilio que, sin planificar, les traería grandes cambios en sus vidas. Sandra daba clases particulares de música y canto hacía tres años; su madre se ocupó de postergar los horarios de todos los alumnos hasta el fin de las vacaciones de invierno: ''le surgió una beca por un mes, en Brasil''. El único contacto que tenían en el país vecino, era el número de teléfono del Director del Colegio de Música de San Pablo, amigo del profesor de flauta traversa, de Jimena.

                    Las chicas alquilaron una habitación en un hotel, económico, en el centro de San Pablo. Plagado de insectos, sucio, incómodo, fue lo mejor que consiguieron para pasar los primeros días. A cambio les daba la tranquilidad espiritual perdida en Buenos Aires. Pero esa serenidad iba minando el estado de ánimo y contribuía a aumentar la angustia del exilio: la dificultad con el idioma, la distancia con sus familias y la falta de trabajo. A pesar del estado en que se encontraba la habitación, tuvieron que aceptar una condición que les impuso el dueño del hotel: no podían hacer ruido con los instrumentos musicales, a ninguna hora.
              Luego de una semana en San Pablo, Jimena comenzó a extrañar su rutina y a su familia:
-¿Volvemos? Me parece que el peor momento ya pasó.
-Jimena, si vos querés, volvé. Por ahora prefiero ésto a la tensión de Buenos Aires. Ayer hablé con mi tío; me dijo que todo seguía igual, a él le parece que va a durar bastante más de lo que creíamos. Tenemos que pelear y conseguir un trabajo acá. Yo, por ahora, me quedo; no me enojo si tu decisión es otra. Te entiendo.
-Me quedo con vos hasta el final -Jimena dio un sorbo al mate, todavía les resultaba sencillo conseguir yerba-; nos volvemos o nos quedamos, pero siempre juntas.
             Los escasos ahorros se reducían; ellas no lograban insertarse en una actividad laboral; pegaron carteles en los comercios ofreciéndose como profesoras de iniciación musical, también como animadoras de cumpleaños infantiles y como profesoras de español. Intentos infructuosos. Lograron conectarse con el Director del Colegio de Música; él les consiguió una habitación en la parte trasera de un pub a cambio de tocar todas las noches temas seleccionados por el encargado. Sin otra  alternativa, accedieron a la oferta.
             Esa noche la madre de Sandra insistió, por teléfono en que regresaran, pero el cambio de hotel y el nuevo trabajo les hicieron postergar la decisión. A Jimena, también la contrataron como camarera, sin sueldo, sólo por las propinas. Sandra prefirió insistir con los carteles en comercios, ofreciéndose como docente de música y profesora de guitarra.
               El ambiente del local era desagradable;  la falta de respuesta a los anuncios de Sandra y la música seleccionada por el dueño del pub, mantenían en jaque el equilibrio afectivo de ambas. Jimena perdió el semestre en la facultad. Los alumnos de Sandra ya no llamaban.
                Surgió una propuesta por parte de un alumno de Sandra radicado en Méjico: ir a probar suerte al país azteca; formar un grupo musical folclórico y dar recitales en distintas ciudades. A Sandra le pareció muy arriesgado; el pasaje era costoso y la oferta inconsistente. Al límite con los ahorros, Sandra tendría que comenzar a realizar tareas de camarera, situación a la que no deseaba llegar.

Confesiones de claseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora