La sesión

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           Hacía veinte minutos que Roxana estaba sentada en la sala de espera de la clínica; a las paredes les faltaba pintura y las sillas, si el presupuesto no alcanzaba para arreglarlas, no resistirían otra temporada. Ella había sacado un turno con el Licenciado a cargo del servicio. Cuatro personas más compartían la sala; esperaban a otros profesionales: una señora con el pelo canoso leía una revista de actualidad, angustiada por no haber cumplido con las tareas domésticas, controlaba impacientemente su reloj. A su lado, un señor de saco negro, camisa arrugada y corbata bordó, pasaba el tiempo completando el crucigrama del diario. Cerca de la puerta, una mamá le daba el pecho a su bebé, con profunda mirada de amor simbiótico.
             La prima de Roxana le había recomendado esa institución como: "un lugar donde podría encontrar las palabras necesarias para ordenar sus pensamientos". Antes de darle la dirección le dijo:"estás en una edad difícil; te va a venir bien tener unas  charlas con un profesional".
Una persona de guardapolvo blanco abrió la puerta; amable, invitó a su nueva paciente a pasar al consultorio.
            Roxana se paró; se acomodó la ropa y entró. El Licenciado se sentó del otro lado del escritorio. A ella le molestaban la luz y los ruidos de las frenadas de los colectivos que entraban a través de la ventana. Ya en su silla, ella se dedicó a inspeccionar con la mirada, el lugar. Puso sus carpetas sobre el escritorio y esperó una señal del hombre de guardapolvo. Enseguida, él le dijo:
-Contame, ¿qué te está pasando?
            Roxana tardó en dar una respuesta; trató de recordar lo que había preparado para el encuentro; sabía que le iba a resultar difícil el comienzo. Ella hubiera preferido una profesional del mismo sexo; sospechaba que sus problemas tenían origen en la mala relación con su madre. Las ideas se presentaban de manera confusa, por un instante quiso levantarse y salir corriendo. No se animó. El Licenciado, unos años mayor que ella, le transmitía confianza, a pesar de cierta sensación de comodidad, a Roxana le costaba dar el primer paso. Respiraba profundo; igual le faltaba el aire. No quería que él se diera cuenta de que estaba ansiosa; adoptó una postura relajada. Él se reclinó y realizó unas anotaciones incomprensibles en una hoja, esperó que ella tomara la iniciativa. El Licenciado había apoyado sobre el escritorio la ficha de alta. Ella alcanzó a leer su nombre, debajo estaba anotada la fecha de su nacimiento; en el margen derecho habían estampado el sello de la institución. Sintió calor; con una carpeta comenzó a abanicarse; le pareció oportuno contar algo de su infancia, no encontraba la primera palabra. Roxana, casi sin aire, acalorada y ansiosa, descartó esa idea, le pareció sin sentido. ¿Por qué hablar de su vida con un desconocido? Podría decirle que situaciones la bloqueaban o cuales eran sus alegrías; como su prima le había aconsejado. No quería hacer un relato extenso.
                 El Licenciado intentaba manejar la situación con miradas tranquilizadoras,  para no presionarla. Dejó el lápiz sobre la ficha institucional; sabía que a ella le faltaba un estímulo; buscó en su memoria, apoyo intelectual. Cada segundo a Roxana, le parecía una eternidad. Consultar a un psicólogo había sido una decisión muy conversada con su prima, pero se inhibía frente a él. Le pareció que él iba a tomar la iniciativa; en realidad, lo necesitaba.
Si sus padres discutían, el clima en la casa era irrespirable, ella quería salir del departamento; correr lo más lejos posible. Roxana escuchaba desde su dormitorio los gritos de su padre. La mamá trataba de bajar el tono; se quedaba callada; adoptaba una posición sumisa ante las agresiones verbales. Las peleas eran agitadas, interminables; con frases descalificatorias del vínculo. Después, el silencio inundaba la casa. Ella no se podía dormir. Cuando Roxana era chica, la madre la vestía y la peinaba para ir al colegio. Los días de los encontronazos le hacía una "cola de caballo"; estiraba su pelo con fuerza, la dejaba muy tirante; si la nena se movía, cosa inevitable, la madre le pegaba con los dientes del peine en la cabeza. Roxana todavía seguía sintiendo esos golpes, a veces creía que su cabeza iba a estallar; retumbaba como el batir de unos tambores. Ella toleraba a su madre por el sometimiento y la pasividad que demostraba frente a los embates del padre. La mujer no encontraba las palabras necesarias para reemplazar aquel silencio, única respuesta a las ofensas que recibía. Permanecía largas horas encerrada en su dormitorio escribiendo o hablando por teléfono.
-Tengo una amiga que se llama Julia. La padre siempre la obligó a tomar todo caliente: La leche, el mate, la sopa... Le decía que en invierno le subía la temperatura y además la inmunizaba. No se porque me acordé de mi amiga. -Roxana, al fin, habló- Estoy en la duda, no se qué carrera seguir –cruzó las piernas.
-Contame, ¿cómo es eso? –el Licenciado la animó.
-Me gustan varias carreras; no me puedo decidir. No quiero optar por una exacta; no me llevo bien con las matemáticas, odio física.
- ¿Y qué es lo que no odias?
-Mil cosas.

Confesiones de claseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora