Julia, Gloria y Ernesto (2003)

2 1 0
                                    


Se había cumplido un año desde la separación de Julia y Cristian. La reconciliación nunca se produciría. Las decisiones que tomaba Julia no tenían reconsideración, era un rasgo de su personalidad, la protegía de situaciones no deseadas y, también la perjudicaba. Ella no solía contar abiertamente los motivos que acompañaban sus decisiones, Se protegía, construyendo un muro de teorías y principios. La ponía de mal humor hablar del pasado.

Cristian había intentado recomponer en reiteradas oportunidades el lastimado vínculo, pero Julia le hacía ver que estaba herido de muerte.
        La mudanza de Cristian a Córdoba sorprendió a Julia, pensaba que su falta de iniciativa lo dejaría inmóvil y sin proyectos. Patricia se encargó de avivar el fuego de la rivalidad:
-Gracias a mí, Cristian logró en un día, lo que junto a Julia no pudo durante dos décadas.
Julia no tardaba en dar sus respuestas:
-Sí, a mí también me llegó ese comentario venenoso. Lo dice porque a Cristian nunca le gustó Patricia, es una resentida. Siempre lo dije.
Julia logró que las nenas; Milagros y Florencia, fueran permanentemente hostiles con Patricia; complicó así la intención de ella, de conquistar a su ex marido. La rivalidad se perpetuaba; para Julia era una lucha de poder; se sentía molesta. Patricia sufría por la falta de amor de su ex compañero de clase.
        Las nenas vivían con Julia durante el año y en las vacaciones de verano pasaban los tres meses con Cristian, en las cabañas que él había construido en Córdoba, en el terreno lindero con la clínica de Patricia. Julia aprovechaba el período estival para ir a visitar a su amiga Roxana, continuaba internada en la clínica de Patricia; por períodos se conectaba con la realidad. La acompañaba Soledad; ella trabajaba en un ministerio y convivía con Juan Pedro, un muchacho que había conocido en un recital de rock.
        Milagros cumpliría siete años en octubre; Florencia, tenía cinco; no dejaba de sorprender a los abuelos con sus disparatados comentarios cargados de inocencia.
         Julia deseaba superar el amargo sentimiento que acompañaba su cotidianeidad, a raíz de la separación. Por un lado las nenas, tanto esfuerzo le había costado tenerlas, sufrían con cada desencuentro y les disgustaba pasar largas temporadas fuera de la casa.
Julia terminó herida por la relación con Guillermo. Con él intercambió e-mails; el vínculo llegó a tener una fuerte carga afectiva. Al comienzo parecían dos desquiciados que, sin saber por qué, querían estar todo el tiempo juntos. Los horarios de él eran acotados; eso exasperaba a Julia. A pesar de las promesas de que se irían a vivir a la casa de él, ella no lograba tranquilizarse; percibía que no ocurriría. Guillermo tenía las palabras exactas que estimulaban a Julia; los adjetivos más delicados para halagarla y los verbos oportunos para excitarla. Pero él no estaba dispuesto a dejar a su familia. El tiempo precipitó la definición. Julia tomó la decisión irreversible: le puso al vínculo un eterno paréntesis. Él insistió. En vano. Ella era implacable, sabía que ése no era el camino que quería.

Un mes más tarde Julia participó de un nuevo congreso de turismo, en Nueva York. Si bien esos eventos habían perdido el atractivo que tenían en un principio, eran parte de sus obligaciones laborales.
        En el brindis de bienvenida, ella conoció a un operador de Acapulco. Desde el primer momento se sintieron atraídos. Los cuatro días que duró el congreso no salieron de la habitación. Fue un momento mágico, el sexo, exclusivo protagonista, resultó ser la una única motivación para estar juntos. Julia no se comunicó con las nenas durante ese tiempo; utilizaban el teléfono sólo para hacer pedidos al restaurante. Julia descubrió sensaciones que desconocía, diferentes estremecimientos que nunca antes había sentido, agitaciones y vibraciones que le dejaron intensas marcas de placer. La relación había sido planteada de esa forma. Y aceptada por ambos. Ella no recordaría el nombre de él. Jamás volvieron a verse. Para ella la impronta quedó muy profunda.

César al enterarse de que Julia se había separado, intensificó la búsqueda de un nuevo encuentro. Él puso en peligro el equilibrio hogareño y desafió la astucia de Mercedes; insistió con llamados y e-mails; logró concretar la cita con Julia. Esa época, para César, no era económicamente la más productiva; fruto de tensiones y nervios precipitó la reunión con Julia. Fue una nueva frustración. César, con suma torpeza, no encontraba las palabras para iniciar el diálogo que tanto esperaba. Falto de estrategia, perturbó el ánimo de Julia. Ella no disponía de energía amorosa para él. El encuentro terminó de forma similar al de la noche del hotel alojamiento años atrás: con un portazo.

Confesiones de claseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora