1977

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        A finales de noviembre, luego de varios meses de estar desaparecida, reapareció Roxana. Así como se la llevaron de golpe, emergió de repente de un mundo oscuro. La dejaron a media cuadra de su casa; una vecina la reconoció aunque llevaba el pelo corto, lo cual le daba, a Roxana, un aspecto infantil. La vecina la llevó hasta el departamento, donde vivían los Russak. Por el portero eléctrico adelantó la noticia. La madre no creyó las palabras de su vecina.  Cuando vio a Roxana, se estremeció; le temblaban las manos; no podía encontrar la llave de la puerta de entrada. Había perdido las esperanzas de recuperarla. Ya había hecho todo lo que su imaginación y su intuición le habían dictado.
           La mujer recorrió en busca de Roxana; todas las comisarías y todos los hospitales, golpeó las puertas de cuanta dependencia militar existía. Las respuestas eran siempre las mismas: negativas. Nadie la podía ayudar, pero la madre no claudicaba. Todos los días realizaba alguna acción para avanzar. Sentía que retrocedía; cada intento alejaba la posibilidad de tenerla de nuevo cerca.
           Una de las pasiones de Roxana era la literatura. Escribía cuentos cortos; tenía un cuaderno con frases; le gustaba la poesía. Sólo compartía sus escritos con la gente más cercana. Uno de los destinatarios de las frases de amor era Claudio. Había escrito un poema y lo había colocado debajo del vidrio de su escritorio:

                            Minutos, horas y días

Es la última vez que nos veremos
Pero me quedo con tu perfume
Me quedo con tus caricias
Me quedo con los recuerdos más lindos que viví
Me quedo con las tardes en común
Me quedo con tus cariñosas palabras
Me quedo con tu tierna mirada
Me quedo con la hermosa sensación de haber disfrutado                               
de tu cuerpo
Me quedo con la hermosa sensación de que hayas disfrutado                
de mi cuerpo
Pero también me quedo con la impresión de que nos faltaron
minutos  de amor,
horas de mimos,
días para compartir.

           La madre de Roxana mantenía dormitorio tal como ella lo había dejado. La pared, frente a la puerta estaba tapizada por un gran corcho. Roxana había colgado posters de sus actores favoritos; un banderín de Bariloche; una foto de ella con Claudio, en Miramar; una cartita arrugada, también de Claudio, con una frase de amor. Otra foto, con las chicas en el departamento de Julia en Mar del Plata, varios boletos capicúas; una foto de su Primera Comunión y un mechón de pelo rubio de su sobrina. Todo se encontraba en su lugar: la ropa en el armario estaba doblada y acomodada. El despiste de Roxana incluía la falta de orden, la madre siempre muy cerca para ayudarla.
           Arriba de su cama, un poster con la foto de unos niños rubios sentados en un parque regado de hojas secas; impresa una poesía de Mario Benedetti, provocaba a soñar y a recordar viejos amores.
           Al abrir la puerta, y ver a Roxana, la madre se sintió sacudida. La tomó de la mano; la sintió fría. La primera mirada que le dio a su hija, le invadió un sentimiento de profunda tristeza. Al abrazarla se dio cuenta de que su hija, no le correspondía; y notó una falta de respuesta ante sus muestras de afecto. Roxana observaba la sala como si fuera una persona desconocida. La madre sintió un nudo en el pecho; era como si le clavaran alfileres, le costó mantener firmes los brazos; le corría una helada sensación de desesperanza. Con todas sus fuerzas se mantuvo de pie y buscó pensamientos optimistas para sostener a su hija. Por dentro lloraba; algo no estaba bien; trató de no pensar en lo que sabía. Otra vez la vecina se sumó al abrazo; las dos lloraron. La madre decía palabras mezcladas con suspiros, con respiraciones profundas y con frases reprimidas por el tiempo y el desánimo. Roxana, seguía distante.
          Tenía puesto el mismo pantalón con el que se la habían llevado aquella noche de febrero. La camisa era otra, más holgada, de corte masculino. La madre le tomó la cara y la miró. Roxana no pronunció una palabra; entró al departamento. Repasó con la mirada cada rincón de la casa. En la cocina se detuvo largo rato apoyada sobre una banqueta. Una lágrima le corrió hasta perderse en la ropa. Ella pasó por el comedor y se quedó frente a un cuadro con la figura de un payaso. Lo movió dejándolo descentrado. Siguió hasta su dormitorio; se sentó en su cama; y arrancó la muñeca que estaba apoyada sobre un almohadón. La apartó y la tiró al suelo. Miró un portarretratos, tenía una foto de ella abrazada a Julia, reían delante de la puerta principal del colegio.
-¿Dónde la encontraste? –La madre preguntó con sorpresa a su vecina-¿Te dijo algo? ¿Alcanzaste a ver cómo llegó?
-Estaba tomando mate en la vereda con Ernesto y, de repente, como de la nada, la vi aparecer. Al principio no la reconocí. Ernesto me dijo: ''Esa es Roxana''. Pensé que era un chiste, viste cómo es él, pero después, a medida que se fue acercando, me di cuenta de que era ella. Dobló justo en la esquina, en la agencia de Prode. No me dijo nada, estaba así como la ves, callada. La llamé: ¡Roxana! Y nada, ni me miró. Enseguida la agarré del brazo y la traje.
-Roxy, hija,  ¿me oís? ¿Qué te hicieron?
La madre la abrazó y comenzó a llorar. Las lágrimas contenían días de desesperanza; amarguras; desencuentro y preguntas sin respuestas. Brotaban con la misma fuerza que las había contenido; expresaban las horas sin control, los momentos en blanco. La frialdad de Roxana sorprendía a la madre, pero estaban juntas. Eso era lo que contaba. Había sido un objetivo tenaz, obsesionante, deseado a cualquier precio. No se había resignado a perderla.
            La mirada perdida de Roxana confundía a la madre; ella intentaba un contacto; resultaba infructuoso. Su rostro permanecía inmóvil, inexpresivo. De pronto rió. La madre se alegró; duró poco. La sentaron. Intentaron darle algo de comer. Roxana giró la cabeza y se quedó mirando el cuadro del payaso. Luego se paró y siguió recorriendo el departamento. Por momentos musitaba y, de repente, se callaba. No respondía a ningún estímulo. La vecina propuso llevarla al hospital.
-No; ya se va  a poner mejor. Está así porque recién llegó; parece ida. Pero mi Roxy, va a dormir y mañana va a ser la de siempre. Vamos; ayudame a bañarla. Debe haber pasado unos días terribles; ya va a estar bien. ¿Viste? Hace un ratito se rió. Cada minuto la noto mejor.
-Lo ideal sería llevarla al hospital ya mismo. Que la revisen y si está todo bien la traés de vuelta. Está muy cambiada; no reacciona. Yo no la veo como siempre. Estoy asustada. Habrá pasado días muy difíciles, pero es raro que no diga una palabra. Es mejor que la vea un médico; alguien que entiende. Mal no le va a venir.  No te mira; no quiere comer. Esta no es la Roxana de siempre. Hacéme caso; yo te acompaño.

Confesiones de claseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora