Renuncia al amor

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-¡Oh, venga ya! Levántate nenita -sonreí con suficiencia, le estaba dando una paliza a Damian.

Yo era la mejor en las clases mágicas, sobretodo en duelos. Le ganaba hasta a los profes, aunque nunca lo admitirían.

-¡¿Me has llamado nenita?! -preguntó fingiendo estar muy enfadado, aunque yo sabía que, en el fondo, le estaba afectando a su ego.

- Ah -hice una "o" perfecta con los labios, fingiendo estar arrepentida - sí -dije transformando mi expresión a una totalmente desvergonzada y picaresca.

Damian se levantó rápidamente pero, antes de que pudiera siquiera pensar en un hechizo, yo ya lo había paralizado de hombros para abajo. Damian consiguió zafarse de mis ataduras mentales y se preparaba para atacar de nuevo cuando el profesor lo interrumpió.

-Ya basta, dejémoslo así por hoy, no queremos que el señor Rossi pierda todo su ego hoy, ¿no? -dijo el profesor con una sonrisa asomándole por la comisura de los labios.

Damian bajó de la tarima un poco alicaído, tal vez le dejaría ganar algún día para no dejar su autoestima al mismo nivel del sótano bajo cero.

-Bien -continuó el Dragón (el mote le venía de su carácter no de su mal aliento) - ahora vamos a hacer un poco de lucha cuerpo a cuerpo, señorita Salem, he oído que es usted la encargada del señor Strauss, podría hacernos una demostración de lucha con él.

Dylan subió a la tarima sin vacilar. Yo sonreí y le lancé un beso con la mano, estaba segura de mi victoria.

-Señorita Salem, quitese los tacones -ordenó el profesor.

-Pero son mi mayor arma -protesté, sabía que ganaría igual sin ellos pero era muy divertido ver la cara de susto de los chicos cuando les ponía la punta del tacón en el cuello.

-Los tacones -insistió el profesor en un tono que no admitía réplica y haciendo un gesto con la mano para que se los entregara.

Suspiré, con cara de niña enfurruñada me quité los tacones y se los entregué al Dragón.

-Recordad, no quiero golpes, solo inmovilizar. Empezad - dijo el profesor después de que volviera a su sitio.

Dylan y yo empezamos a acercarnos muy lentamente, probándonos. Al final me aburrí de tanta vuelta y ataqué yo primero. Le tumbé muy fácilmente, me senté sobre él, inmovilicé sus manos por encima de su cabeza y acerque mi rostro al suyo hasta que estuvieron a unos centímetros de distancia. ¡Dios mio, que bueno estaba! Si no fuera porque no quería complicarme la vida le habría besado allí mismo.

Pero él no perdió el tiempo. Me giró hasta quedar él encima de mí, acercó su boca a mi oido, y , por un momento pensé que iba a mordisquearme la oreja pero luego susurró:

-Eres rebelde.

Me giré y volví a quedar yo encima.

-Divertida -ahora él estaba encima.

-Y guapa.

Le dí la vuelta y quedé sentada sobre su espalda, inmóvilizandole las manos.

-Me gustas -murmuró cuando me incliné un poco.

-Ya está bien, levantaos -ordenó el profesor.

Me levanté de su espalda y le ofrecí la mano para ayudarle. La cogió inmediatamente. Sonreí, había dicho que yo le gustaba pero no iba a caer en sus redes. Había decidido renunciar al amor.

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