Capítulo III: Give 'em Hell, Kid

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Alguien estaba tocando a la puerta. Gerard se escabulló silenciosamente de la cama. Movió con cuidado un brazo colocado recelosamente sobre su cintura desnuda al mismo tiempo que trataba de no soltar ningún gemido ante el dolor que sentía en la gran mayoría de su cuerpo. La noche anterior Frank lo había obligado a tener sexo con él de nuevo y no había sido más delicado que la primera vez. Apretó los labios con fuerza al sentir un penetrante dolor en su trasero, cosa que no sirvió de mucho puesto que el corte en su labio aún dolía como el infierno. La hinchazón en su rostro había disminuido considerablemente, pero todavía se veían claros vestigios de la tumefacción restante.

Se detuvo en seco cuando el moreno se revolvió en la cama. Las desaseadas sábanas que alguna vez habían sido blancas pero que ahora eran de un color marfil, tapaban su hombría pero dejaban al descubierto su torso desnudo con su infinidad de tatuajes. Frank siempre gustaba de agregar otro a su colección y ahora la tinta cubría la mayor parte de su piel. Gerard cubrió su propia desnudez con una descolorida camiseta ahora demasiada grande para él y unos jeans raídos. Volvieron a tocar a la puerta y se apresuró a ir hacía la sala. Frank nunca estaba de buen humor si era despertado por las mañanas y ciertamente aquello no beneficiría a Gerard.

Miró por el agujero de la puerta y vio a un hombre de pie. Se trataba de un muchacho de unos veinte y tantos de años de cabello castaño que se había mudado al edificio hacía poco tiempo, quizás un piso más abajo que ellos. Gerard jamás había entablado una conversación con él, sólo lo había visto una o dos veces cuando Frank le permitía salir con él. Decidió ver que se le ofrecía.

— ¿Sí? —Gerard entreabrió la puerta de manera que su agraviado lado derecho no quedase a la vista pública del recién llegado.

— Oh, hola. Soy Davy, tú vecino —sonrió con simpatía el castaño, pequeños hoyuelos se formaron en ambos lados de sus mejillas en el proceso— Espero no estar molestando.

— No, solo estaba... No estás molestando, en serio —murmuró torpemente, sus habilidades sociales estaban algo oxidadas al no interactuar con nadie en mucho tiempo.

— Es un alivio. Escucha, ¿crees que podrías darme una mano? Necesito ayuda en mi apartamento para mover unos muebles —dijo mientras trataba de verlo mejor en la pequeña abertura.

— ¿Yo? —dudó, comenzando a ponerse nervioso. Frank se molestaría con él si salía y Gerard sabía muy bien lo que vendría después— Lo siento, pero no crea que pueda...

— Por favor —suplicó— He tocado a la puerta de una docena de gente y tú fuiste el único que me abrió, bueno, además de una anciana amable, pero no creo que ella pueda ayudarme a mover un armario.

Gerard debió de hacer dicho que no, debió de haber puesto una excusa cualquiera para deshacerse de él y dejar que siguiera su camino, pero simplemente no podía rechazar asistir a alguien que pedía su ayuda. No sabía cómo.

— Te prometo que no tomará mucho tiempo —prometió. Davy lo miraba con sus ojos grises expectantes, arguardando su respuesta.

Por otro lado, Frank aún dormía y este no tenía porqué enterarse, pensó. Ni siquiera se daría cuenta de que había salido en primer lugar.

— De acuerdo —asintió Gerard. Miró hacía sus espaldas por puro impulso paranoico para asegurarse de que no hubiera nadie y luego abrió la puerta en su totalidad. Si Davy vió su hematoma (probablemente lo hizo) no lo mencionó o trató de ignorarlo, pero su sonrisa se desvaneció al instante y fue reemplazada por una mirada de preocupación.

— Por... aquí —hizo ademán para que lo siguiera. Gerard echó un último vistazo al interior del apartamento. Todo estaba en silencio. Suspiró y la cerró detrás suyo, sabía que lo que estaba haciendo estaba mal, terriblemente mal, pero por una vez dejaría de lado el miedo y haría lo que creía correcto.

Scars on my skin ↠ FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora