Capítulo V: Sykes

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— ¿Cómo te sientes, Gerard? —el hombre de la bata le preguntó mientras revisaba su historial médico.

— Con dolor —murmuró con esfuerzo. Le costaba hablar y respirar, e intentar hacer las dos cosas al mismo tiempo le costaba aún más.

— Es normal. Después de todo has pasado por una cirugía bastante seria. Dime, ¿te sientes mareado o aturdido?

— Solo... un poco mareado.

— Es el efecto de la anestesia, se te quitará en unas horas, no te preocupes —aseguró el doctor. El hombre de la chaqueta de cuero marrón se aclaró la garganta, tal como si quisiera dar nota de su presencia— Oh, claro. Gerard te presentó al Inspector Sykes de servicios sociales. Él te hará algunas preguntas si no te importa.

¿Inspector? ¿Por qué querría un inspector de servicios sociales hablar con él? ¿Acaso los médicos habían notado sus golpes y lo habían llamado? De pronto recordó las palabras que le había dicho Frank antes de marcharse: "No lo arruines", las cuales habían quedado grabadas en su mente. Cuando se dio cuenta de que estaba tardando demasiado en responder y que ambos los miraban expectantes, simplemente asintió con la cabeza.

— Bien, los dejaré solos para más privacidad. Cualquier cosa que necesiten mándenme a llamar, no estaré muy lejos. Gerard, Inspector —se despidió antes de abandonar la habitación y cerrar la puerta tras él. El Inspector Sykes tomó asiento en la silla que había sido ocupada anteriormente por Frank, con un bloc de notas y bolígrafo para anotar en su regazo.

— Hola, Gerard. Soy el Inspector Sykes —se presentó el antes nombrado con una media sonrisa. El sujeto parecía encontrarse alrededor en sus treinta años; no era muy mayor ni tampoco demasiado joven. Su nariz era grande y pronunciada y sus labios rosados eran algo prominentes. Llevaba el cabello castaño suelto sobre su rostro, lo cual le daba un aspecto juvenil— Cómo te ha dicho el Doctor Rousseau, estoy aquí para hacerte algunas preguntas. Ahora, según me he enterado has ingresado al hospital por una laceración de hígado, ¿estoy en lo cierto?

— Eh... sí. Eso me han dicho —a pesar de que por dentro estaba inquieto, trataba de mantener un tono apacible y tranquilo.

— ¿Cómo ocurrió? —quiso saber a medida que anotaba algo que Gerard no llegaba a leer en su libreta.

— Pues... yo... —debía pensar en algo rápido y que sonara creíble— Tuve un accidente mientras iba con mi bicicleta. No vi el auto venir, soy muy distraído.

— Qué curioso. Su novio, el Sr. Iero, dijo que usted se había caído de las escaleras —levantó una ceja curiosa.

— Verá... yo... —balbuceó Gerard. No supo que responder, además que al hacerlo solo complicaría más las cosas.

— ¿Y qué hay de los otros golpes en su cuerpo? ¿También fueron causados por la bicicleta? —questionó. El sujeto era muy intrépido en cuanto a su diálogo.

— No es lo que parece —dijo al fin.

— Escuche, Gerard —Sykes se enderezó seriamente en su asiento, dejando de lado su libreta— Me ganó la vida atendiendo casos de abuso, puedo ver cuando alguien está mintiendo. Lo veo en sus ojos, todo el miedo y terror. Fui llamado por qué los médicos que lo atendieron alertaron a servicios sociales sobre su estado y ellos me enviaron a mí. Sea sincero conmigo, esas heridas no fueron causadas por un accidente de bicicleta o escalera y usted lo sabe al igual de bien que yo.

— Inspector... —comenzó con voz apenas audible pero no llegó a terminar su sentencia, puesto que fue interrumpido por el castaño.

— Oliver. Llámeme Oliver. Quiero que te sientas cómodo conmigo —hizo una breve pausa para mirarlo atentamente con sus penetrantes ojos verdes— Dime, Gerard. ¿Quién te ha hecho eso? No tengas miedo, puedes confiar en mí, nadie te hará daño aquí. Sólo debes decirlo y nosotros nos encargaremos del resto. ¿Fue tu novio, acaso?

Sí, lo fue. Él era el responsable de cada una de sus heridas, físicas y psicológicas. De cada lágrima derramada. Pero Gerard era demasiado cobarde para decirlo. Una pequeña batalla comenzó a librarse dentro suyo. Sabía que al acusar a Frank lo arrestarían y hasta quizás lo encarcelarían, o si por alguna casualidad saliese impune la ira hacía él sería indecible, en otras palabras no le cabía duda de que terminaría muerto. Pero seguía siendo Frank, el monstruo que había atormentado su vida desde hacía dos años y Gerard no conocía una vida sin él. Así que supo lo que tenía que decir.

— Fue un accidente de bicicleta, ya se lo dije —aquellas palabras sellaron su destino para siempre. Aunque en ese momento no lo supiese, tendrían consecuencias nefastas sobre él. Había elegido proteger al perpetrador de su sufrimiento, aún cuando se le había presentado una oportunidad que nunca antes había tenido.

Sykes lo miró con derrota y algo de pena. El castaño conocía a las víctimas de la violencia, él mismo había sido una, y había creído que quizás lograría hacerlo hablar con algo de persuasión. Pero sin la declaración de la víctima él no podía hacer nada. Era lo mismo que presentar una teoría sin fundamentos, era inservible. No podía entender por qué algunos decidían callar y seguir soportando el maltrato, no era digno de un ser humano.

— Entiendo —se dejó caer de pleno en la silla, derrotado— No tengo más preguntas.

El castaño se despidió luego de un momento y Gerard lo observó irse en silencio, preguntándose si había hecho lo correcto, si aún no era muy tarde para cambiar de opiñión. Tuvo la horrible tentación de pegarle un grito y contarle todo, pero como siempre la cobardía le ganó y cerró la boca.

Gerard fue despertado algún tiempo más tarde por el feroz abatido de la puerta. No tenía idea de cuánto tiempo había pasado desde la visita del Inspector Sykes puesto que en la habitación no había ningún reloj. Frank entró hecho una furia a la habitación.

— ¡Maldito idiota! —gruñó, pateando con fuerza la silla junto a su cama, la cual fue a parar a una esquina con un ruido sordo— ¡No debías decir nada! ¡Debías haberte quedado callado! ¡Fueron a hablar conmigo y ahora dudan de mi argumento!

— No quise hacerlo... —juró con lágrimas en los ojos. Omitiendo decirle que de hecho lo había encubierto.

— ¡Patrañas! —su cabello negro se encontraba despeinado y caía sobre su rostro— No pienso dejar a que vengan por mí. No lo haré. Ten, vístete. Nos vamos a casa. No podrán encontrarnos, aún no tienen tus datos —recogió su ropa de donde estaba depositada y se la arrojó a la cara.

— P-pero Frank, no puedo hacer muchos esfuerzos...

— Yo te ayudaré —el moreno desconectó bruscamente las máquinas a las que estaba conectado— ¡Apresúrate! ¡No me hagas enfadar más, pequeña mierda!

Gerard hizo lo que le ordenaron y se vistió con las viejas ropas que poseía. Le dolía la incisión al moverse y cada movimiento que realizaba era como recibir una puñalada. Se suponía que aún era demasiado pronto para caminar, pero Frank se lo llevó arrastrando de allí sin importarle aquello en lo más mínimo.

Scars on my skin ↠ FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora