Capítulo XI: Scars on my skin and soul

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Estaba atado. Las firmes ataduras en sus manos fue lo primero que logró ver al recuperar la consciencia. No podía moverlas, se encontraban sujetas a las patas superiores de una cama y sin importar cuanto forcejease con ellas Gerard no podía librarse de su agarre. El grueso material rozaba su delicada piel creando dolorosas marcas.

Miró hacia ambos lados, observando que efectivamente se encontraba en el dormitorio del apartamento. Y lloró. Lloró al caer en la cuenta que estaba a merced de Frank de nuevo, no solo a su merced, sino que también bajo su poderío absoluto. Se sentía atemorizado, frustrado e impotente. Sobretodo frustrado, había estado tan cerca de escapar que simplemente no era justo, no lo era.

No sabía lo que planeaba hacer con él, pero sospechaba que no sería nada bueno. Se sobresaltó cuando la puerta del cuarto se abrió y de ella emergió Frank, con una expresión de piedra en su duro rostro. Contuvo la respiración.

— Gee, al fin despiertas —dijo este, acercándose a él y sentándose en el borde de la cama, el colchón se hundió bajo su peso. Gerard se estremeció cuando rozó su mejilla con su fría mano.

— D-déjame ir —murmuró, pero Frank solo sonrío.

— ¿Porque debería hacerlo? Tú me perteneces, Gerard —dijo— Seré honesto contigo, me soprendió un poco el hecho de que decidieras huir de mí, ni siquiera sabía que tenías las pelotas para hacerlo en primer lugar. Pero ya no más, estamos juntos de nuevo. No puedes escapar. Siempre te encontraré, amor mío.

— No le pertenezco a nadie —rugió, escupiéndole en la cara y sin saber de donde demonios sacaba el valor para hacerle frente. Sabía que si lo provocaba su castigo sería peor, pero llegó a tal punto que ya no podría importale menos. Estaba seguro que acabaría con su vida de todas maneras, conocía esa mirada loca en sus ojos.

Frank no dijo nada, solo se limitó a limpiarse el rostro con la manga de su chaqueta. Gerard hubiera esperado un golpe como mucho, incluso cerró los ojos de antemano pero el puño nunca llegó. Se atrevió a abrirlos y vio que el moreno simplemente se movió de su lugar y comenzó buscar algo en el cajón de la mesita de noche. Gerard le observó sacar una bolsa de plástico, tomó su brazo e hizo un torniquete alrededor de este, luego procedió al vaciar el contenido de un pequeño frasco en una cuchara y a tomar un encededor para calentar el líquido. Finalmente trasladó el contenido a una jeringa, Gerard sabía muy bien lo que estaba haciendo.

— ¿Q-qué haces? Detente.

— Quizás con esto seas más dócil —murmuró, para luego inyectar la droga en su vena a pesar de los intentos de Gerard por resistirse, tratando de empujar al moreno con sus piernas. Pero al final, Frank siempre obtenía lo que quería.

Gerard soltó un alarido cuando la fina aguja traspasó su piel, odiaba las agujas. Inmediatamente los efectos de la heroína se presentaron e hicieron su trabajo a la perfección; sus sentidos se adormecieron y una sensación de calma comenzó a invadirlo. Sabía que no debía permitirse ceder, que debía estar despierto, pero la sustancia en su torrente no le permitía hacerlo. Sus ojos comenzaron a parpadear, giró la cabeza hacia Frank pero se encontró con que el moreno ya no estaba allí.

Luego de unos segundos de incertidumbre y con sus ojos divagando por el cuarto le observó volver a entrar, está vez con un cuchillo en su mano. Gerard quería emitir una señal de alerta a su cuerpo, pero su cerebro no respondía. Lo único que fue capaz de hacer fue sollozar. Frank retomó su lugar en la cama, sonriendo. El filoso artilugio de cocina no era de su agrado.

— Frankie... por favor, no lo hagas —sollozó, sientiendo como el moreno comenzaba a trazar una línea con el cuchillo por toda la extensión de su abdomen. El frío metal le provocaba escalofríos. Gerard comenzó a forcejear con las cuerdas, lastimándose aún más las muñecas, en un último intento desesperado.

— Pudimos haber tenido una buena vida juntos, Gee —comenzó Frank, ahora acercando el cuchillo a su rostro— Quizás formar una familia, criar hijos... ¿Porqué no quieres estar conmigo? ¿Ya no me amas?

— S-solía hacerlo —balbuceó Gerard en medio de las lágrimas, recordando la ocasión en la cual el destino había decidido que su camino se encontrará con el bello chico de cabellos oscuros y ojos del color de la madreselva, había sido pura casualidad. Quizás su destino no fue encontrarse en primer lugar, quizás había sido un error y ahora él lo estaba pagando con su sufrimiento— P-pero luego me di cuenta de que eres un monstruo, uno sin corazón ni capaz de sentir amor.

— Yo siempre te amé, lo sigo haciendo —aseguró— por esa misma razón no puedo permitir que te alejes de mí.

Las cuerdas finalmente parecían estar cediendo, aflojando su agarre poco a poco.

— Te amo, Gerard.

Frank le besó y la placentera sensación de tener sus labios contra los suyos no impidió que sintiese un horrible dolor extenderse por su estómago, sabía que lo había provocado; Frank le había apuñalado. El líquido rojo y caliente comenzó a emanar de la herida casi de inmediato, manchando las sábanas. Gerard permaneció en estado de shock por unos segundos, procesando lo que acababa de suceder. Acababa de recibir una herida profunda por parte de alguien que dijo amarlo. Y Frank no se detendría allí, pensaba en asesinarlo.

Sus manos finalmente quedaron libres y antes de que el otro abatiera de nuevo con su arma, Gerard le pateó lo más fuerte que pudo en el pecho e hizo que perdiera el equilibro. El cuchillo salió disparado de su mano y fue a parar lejos. Aprovechó su confusión momentánea para salir de la cama e intentar huir y conseguir ayuda, mientras sujetaba su estómago sangrante. Quizás era la heroína la que estaba actuando, puesto que en otras circunstancias el dolor sería mucho peor o ni siquiera podría caminar.

Se tambaleó y cayó al suelo cuando Frank le sujeto por la pierna, para arrastrarlo de nuevo hacia él dejando un rastro de sangre a su paso. Comenzó a patear y gritar como nunca lo había hecho en su desgraciada vida, Frank posicionó sus fuertes manos sobre su cuello y apretó. La falta de oxígeno nublaba su vista, rasguñó el rostro de Frank provocándole una fea lastimadura pero este no lo soltó, dispuesto a terminar con lo poco que quedaba de él.

Gerard tanteó el cuchillo con sus dedos, lo sintió tan lejos y tan cerca a la vez. La sangre se le subió a la cabeza, sentía que los ojos le explotarían y comenzó a ver puntos negros. Estaba muriendo, no duraría mucho sin aire en sus pulmones y Frank lo sabía, lo único que hizo al notarlo fue incrementar su agarre.

Y entonces sucedió, en cámara lenta como en una película.

Gerard logró alcanzar el cuchillo y antes de saber lo que hacía se vio a sí mismo clavarlo con fuerza en el cuello de Frank. Las manos en su garganta desaparecieron y pudo volver a respirar. Tosió varias veces tratando de recuperar el tan necesitado y vital oxígeno perdido. Recién en ese entonces logró enfocar la vista y vislumbró a Frank respirar entrecortadamente en el suelo; una mano apretaba su cuello y un líquido carmesí y espeso se escurría a mares, manchándolo todo.

Se arrastró hacia él lo más rápido que un herido podía hacerlo. Contempló lo que había hecho con desolación y lloró, aún lo amaba, pero se vio obligado a hacerlo.

— ¡Tú me has obligado a hacer esto! —sollozó, a medida que la vida de Frank escapaba de su cuerpo— ¡Tú querías matarme! ¡No tuve opción!

Pero Frank no le respondió, no podía hacerlo. Le miró y por primera vez desde que lo había conocido, Gerard vio en sus ojos algo que jamás hubiera pensado ver en ellos: miedo.

— A-aún te amo —dijo en su susurro, sosteniendo su mano. Ni siquiera sabía si Frank le había oído, pues su pecho dejó de moverse y sus ojos avellana permanecieron quietos, mirando hacia la nada.

Gerard no pudo evitar no llorar aún más fuerte, pues aquel era el único amor que había conocido y conocerá, y él había apagado su vida. El monstruo ya no asustaría más.

Fin

Subiré el epílogo más tarde :3

Scars on my skin ↠ FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora