Capítulo 30: ¿POR QUÉ A MÍ?

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– Linda, esperamos tu regreso.

– Gracias, igual yo las espero en Jacksonville, gracias por recibirme y por ayudarme, con gusto volvería a visitarlas.

Les di un abrazo a cada una y caminé hacia chequeo, no entendía nada, me llamó como a su hija, no quiso hablarme, deseaba hacerlo, me sentí vacía, decepcionada, afligida.

Subí al avión y lo primero que hice fue tomarme una pastilla para el dolor de cabeza que me ocasionan las alturas y sostener el sobre que me habían entregado mis padres.

Esperé hasta el despegue del avión, al menos algo hice bien en este viaje, algo de lo que me podía sentir orgullosa, seguir las instrucciones.

En el momento perfecto abrí el sobre, de él cayó en mi manos un collar, me estaba preparando para mi segundo regalo, un collar de oro muy refinado, parecía con un valor especial, más adelante me di cuenta de que en verdad tiene un valor especial, proseguí sacando del sobre una carta que estaba escrita a mano con la letra de mamá. Empecé a leer.

Cariño, eres lo mejor que ha pasado en la vida de tu padre y en la mía, desde que llegaste nos llenaste de abundante felicidad y amor, no sé si estés preparada para lo que citaré a continuación y pase lo que pase siempre serás nuestra niña.

Durante años esperé junto a tu padre tener un bebé, fuiste el deseo fuerte, persistente y tozudo de tenerte. Fuiste una voluntad. Sin embargo, amor, casi de golpe... cuando un día nos llamaron y nos dijeron que estábamos a punto de conocer a nuestra hija ¡qué miedo aterrador! No sabría explicarte cómo se puede sentir una alegría desbordada, una especie de frenética felicidad, casi infantil, y a la vez un profundo temor, pero así fue... El miedo a saber cómo serias, miedo a mí misma, de no saber estar contigo, a la altura de unas circunstancias que desconocía, que había escogido y que, sin embargo, no dominaba. Eras nuestra hija, pero ya habías andando una parte del camino sin nosotros, y esa pequeña parte andada nos pesaba como una losa. Nos pesaba y nos hería. Recoser, recoser rápidamente la herida abierta, entre aquel instante en que naciste y el momento en que nacías con nosotros: a este pensamiento dediqué buena parte de mis energías y casi todos mis recursos mentales. Estábamos dispuestos y encantados de sobreponer la alegría de tu llegada a los miedos y el llanto. Pero no sabíamos que significaba todo ello, ni sabíamos cómo lo haríamos.

Tú ya tenías nombre. No viniste vacía de equipaje a la vida que estás viviendo con nosotros. Llevabas una maleta con cuatro cosas. Y una de las pocas cosas era tu nombre, Dilaila Parker Blake.


Hannah BlakeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora