Capítulo 6

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El sol que irrumpe en la habitación me despierta y de mal humor, como todas las mañanas.

Eso te pasa por no bajar las persianas.

Buenos días para ti también, consciencia.

Venga, arriba. Demuestra que puedes ser puntual. Aunque no lo seas.

Dios, mi mente es peor que una madre.

Gracias, es todo un reto para mi ser tu madre. ¡Arriba de una vez, James!

Me levanto y repito la misma rutina de todas las mañanas: ducha, cambio de ropa, no saludar al Abuelo, oír sus quejas por mi antipatía, desayunar, hacer que sigo oyendo sus quejas mientras veo la tele, seguir desayunando, seguir fingiendo que lo escucho y salir por la puerta.

Las primeras clases en el instituto pasan normales, también el asco que me da mirar a ese crio en cada clase que comparto con él. Se ha convertido en algo habitual en tan poco tiempo... Ahora estoy en el patio, comiéndome el bendito bocadillo que me ha preparado el Abuelo. No quiero decir que se lo agradezca o que esté bueno siquiera, solo es que... tengo hambre.

Ya, seguro. Es tarde para arreglarlo. Has admitido que necesitas al Abuelo en tu vida.

¡Que no! Solo se le dan bien los bocatas.

Lo que tú digas, monstruo insensible.

-¿Sabéis algo de David? – pregunto cuando he acabado (de disfrutar) el bocadillo.

-Ah, sí, está ingresado. – me suelta el rubio de bote, uno d los muchos que hay allí, como si fuera lo más normal del mundo.

Le doy palmaditas a Alen cuando se atraganta con su almuerzo y miro al rubiales.

-¿Desde cuándo está ingresado?

- Anoche lo llevó su madre... O su padre, no lo se, y tuvieron que ingresarlo. El por qué no lo se.

-Tengo que ir a verlo. – digo levantándome y cargando mi mochila al hombro.

-Voy contigo. – informa Alen, siguiéndome.

Salimos sin escuchar las diferentes advertencias de todos los que estaban allí de que no vamos a poder salir y llegamos hasta la salida. Hacemos el amago de salir pero el jefe de estudios nos pilla justo en la puerta.

-¿Dónde os creéis que vais? – nos pregunta mientras nos obliga a girarnos para verle.

-Íbamos a...

-Visitar a un amigo al hospital. – me interrumpe Alen, soltando la verdad. ¿Pero qué hace?

-De eso nada. Estáis en horario escolar, así que hacia dentro. Vamos.

-Pero... - intento arreglarlo, pero es tarde. Nos tira hacia dentro del edificio otra vez y nos acompaña hasta nuestras clases correspondientes.

-Y como os vuelva a ver intentando fugaros, lo pongo por escrito en vuestro expediente, ese que esta tan lleno de delitos y cosas así.

Los dos asentimos a lo que dice, como si fuéramos robots programados para hacerlo en respuesta a su voz y entramos, Alen en su aula y yo en la mía.

Cuando el timbre por fin suena, acabando así la clase, me levanto, como la mayoría de alumnos, pero la profesora parece que ha decidido jodernos un poco más a ser posible. Pues de eso nada, se va a quedar aquí quien yo te diga. Todos se sientan, excepto yo que soy el único que se dirige hacia la puerta. Abro y me paro, de espaldas en la puerta, cuando la profesora empieza a decirme que va a ponerme una amonestación y un parte y no se que más.

Él, Ella Y ÉlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora