Capítulo 7

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-Adelante, pase por favor. – le invita a pasar la madre de David, no muy contenta por su aparición.

-Necesito informarle de algo, a ser posible a solas.

Con esta frase, el médico calvo y con gafas nos obliga a salir de la habitación. Quiero saber que cojones le pasa a David. ¿Por qué no podemos quedarnos? Joder, somos sus amigos y nos preocupamos por él, por eso estamos aquí, cosa que ningún familiar, excepto su madre, ha hecho.

-¿Nos vamos? Aquí no pintamos mucho, acabamos de llegar y ya nos han echado.

-No, Alen, tú lo has dicho: acabamos de llegar. Quiero enterarme de lo que le está diciendo ahora mismo, porque la cara de David tirado en esa camilla no era nada agradable. Seguro que le pasa algo jodido. – me siento en una de las sillas que hay empotradas a la pared de fuera de la habitación y respiro hondo.

James, necesitas tranquilizarte. Inspira, espira, inspira, espira.

¡No ayudas!

-¿Qué crees que tiene? Tú sabes más sobre el mundo de las drogas. ¿Qué le puede pasar?

-No lo se. – me encojo de hombros y poso mi mirada en la pared blanca de en frente – Entiendo sobre ese tema pero nunca he probado una mezcla de unas siete drogas. A penas he probado tres tipos de droga, por separado. No se que coño puede estar pasando en su cuerpo.

Nos hacen esperar como un cuarto de hora allí fuera, sentados, sin hablar y observando a la gente que pasa. Esos quince minutos me han dado para mucho. Me he fijado en especial en la habitación de en frente, la que se veía su interior a través de la gran ventanilla que, a diferencia de la mayoría, no estaba tapada. Al principio, me he compadecido de la pequeña niña que había dentro, porque era obvio que sufría alguna enfermedad. Pero poco a poco, esa compasión se ha ido esfumando. Yo odio que sientan pena por mi, ¿por qué tengo que sentirla por los demás? En cuanto me he formulado esa pregunta, la compasión ha sido sustituida por admiración. Es increíble como, teniendo once años como mucho, puede aguantar el peso de una enfermedad que no tiene que ser nada fácil siempre con una sonrisa. Las veces que ha salido y ha pasado por delante de mí, iba correteando y riéndose. Creo que va a ser mi ídolo hasta que la vuelva a ver, que no creo que eso ocurra.

-Eh, ¿me estás escuchando? – pregunta Alen dándome en el hombro. Le miro y pestañeo varias veces. ¿Me estaba hablando? – Joder James, por lo menos dime que no quieres escucharme y yo me callo. Digo que el médico acaba de salir, que si entramos.

-Sí, vamos. – me levanto y miro a la niña que me tiene enamorado una última vez antes de entrar en la habitación. El móvil se me cae al suelo cuando veo a la madre de David llorando descontroladamente y dando golpes al armario con el puño cerrado. Esta imagen me esta desagarrando el poco corazón que tengo y eso que no la conozco de casi nada. Alen también parece que se ha quedado inmóvil. Mis pies andan por mí y se acercan a ella. Abro mucho los ojos, sorprendido, cuando se tira a mis brazos y llora aun más fuerte en mi pecho. Suspiro y no tengo más remedio que rodearla con mis brazos, dejando que se desahogue todo lo que ella quiera y pueda. No soy de los que consuelan a la gente, ni mucho menos lo que sienten empatía hacia ellos, pero no puedo quedarme quieto mientras esta mujer llora por su hijo. No se parece en nada a la que hemos visto hace un cuarto de hora, firme y segura, que parecía que no tenía ni sentimientos. Ahora esta derrumbándose, en los brazos de un tío al que ha supuesto que era un fumeta cuando me ha preguntado de dónde sacó la droga David. Esto es surrealista.

-¿Qué ha pasado? ¿Qué pasa? – pregunto cuando deja de llorar. Pensaba que iba a deshidratarse por los ojos, por Dios.

-Da...David... - tartamudea apunto de volver a derrumbarse – Está en... - sorbe por la nariz y coge aire- Está en coma. – murmura rompiendo a llorar de una manera aun más impactante que antes.

Él, Ella Y ÉlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora