Haribo parecía más espabilado aquella noche. Habían pasado dos días desde que volviese a casa, dos días que había pasado con pocas ganas de jugar, pero recuperando el ánimo poco a poco para tranquilidad de su dueño. Aquella noche, la tercera que pasaba en el piso tras su visita a la clínica, estaba mucho más agitado. Como siempre, poco antes de la cena, Giancarlo le abrió la puerta de la jaula y le instó a que saliese de la hamaca donde descansaba para jugar. Tras un primer remoloneo en el que el hurón se escondió dentro de su acolchada caseta hamaca con forma de barco pirata, el animalito asomó el hocico y terminó por bajar y salir, no tardando ni medio segundo en desaparecer por la puerta de la habitación, corriendo en dirección al salón, donde Angelo y Andrea le recibieron con alegría.
Giancarlo se asomó a la estancia y rió al comprobar que su mascota había comenzado a subirse sobre Andrea, intentando arrebatarle al rubio el trozo de focaccia (1) que sujetaba con la mano izquierda.
— ¡Haribo! —exclamó el estudiante de Psicología mientras intentaba sostener al animal —. ¡No! ¡Haribo, abajo! ¡Giancarlo, tío!
— Vamos, está enfermo —bromeó el pelirrojo sin moverse un milímetro —. Dale de comer, no seas malo con él.— ¡Él tiene su comida y yo no se la quito!
— Seguro que si se la pides, te da un poco.
Haribo gemía lastimeramente, pero Andrea seguía manteniendo la comida en alto, alejada de las patas del pequeño hurón. Alessandro asomó entonces la cabeza por la puerta del salón, buscando algo con la mirada. Cuando sus ojos encontraron al hurón, rió y entró en la habitación, poniéndose de cuclillas antes de llamarle.
— Haribo —Giancarlo observó al chico desde arriba. Llevaba las mangas de su camisa roja remangadas hasta el codo y un pequeño delantal azul le cubría los vaqueros —. Ven, toma.
El animal no necesitó mucho más. Una vez se dio cuenta de que Alessandro sostenía un pequeño trozo de focaccia a una altura más accesible, corrió hacia él y saltó sobre la comida. El moreno rió, divertido. Le gustaban muchísimo los animales, pero no había tenido ninguno en casa nunca por lo que solía aprovechar cada visita al piso para jugar con Haribo. Al hurón le gustaba, y Giancarlo no negaba que la rapidez con la que el chico se había ganado a su mascota había sido algo esencial para él a la hora de darle una oportunidad. Era una persona muy prejuiciosa, sí, pero siempre había opinado que si alguien trataba bien a los animales no podía ser mala persona. Ya no lo pensaba. No desde que se lo expuso a Alessandro y el chico le miró, fijamente, con la expresión ensombrecida que cualquier judío con un antepasado que había sufrido los campos de exterminio habría tenido.
« — Adolf Hitler era un gran amante de los animales —había dicho mientras acariciaba la cabeza de Haribo. Vitto le miró de reojo —. El nacionalsocialismo fue el inventor de los derechos de los animales. En la Alemania nazi había cartillas de racionamiento para perros y campos de concentración para judíos —la expresión de odio y tristeza de los ojos del chico nunca podría borrarse de su mente —. Con esa lógica estás diciendo que los que diezmaron a gente como yo eran buenas personas porque amaban a los animales. »
Desde ese momento, el pelirrojo había decidido cambiar un poco su punto de vista. No es que alguien que fuese bueno con los animales fuese buena persona, es que alguien que fuese malo con ellos, simplemente, no podría ser bueno.
Alessandro se incorporó, aún con la mirada fija en el hurón que comía con avidez el pedazo de focaccia que le había dado. Desvió la mirada hacia Giancarlo, que le sonrió fugazmente, y dió media vuelta para regresar a la cocina, donde Vitto y él habían decidido ocuparse de la cena de esa noche. Giancarlo cruzó la estancia hasta dejarse caer en el sillón con un gran suspiro. Fijó su atención en la partida de Call Of Duty que Angelo y Andrea estaban jugando y sólo apartó la mirada cuando la cabeza de su mascota apareció en su campo de visión. El animalito había apoyado las patas delanteras en el sofá e intentaba subirse a él. El chico alargó la mano y la cerró con cuidado en torno al cuerpo del animal, ayudándole a subir. Haribo no tardó en comenzar a corretear por encima de él, pidiéndole juegos que el pelirrojo comenzó a darle al momento, intentando cazarle con la camiseta.
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Giancarlo
Short Story"No todos necesitamos que nos completen -le espetó -. Yo no soy la mitad de nadie. Estoy bien y completo como estoy." Desde que tiene memoria Giancarlo nunca ha sentido ningún tipo de atracción romántica hacia las personas que se cruzaban en su vida...