No necesitó la ayuda del despertador aquella mañana, tal era su grado de preocupación aquel día. Nunca había tenido problemas para madrugar, pero tampoco era una de esas personas que necesitaba levantarse temprano todos los días para poder aprovechar cada estúpido segundo de la mañana. Ese tipo de cosas siempre le habían parecido más propias de personas con graves problemas obsesivo compulsivos. Como Vitto.
Que la casa estuviera en completo silencio sólo podía significar dos cosas: o era muy temprano, o su amigo se había quedado a dormir en casa de Alessandro. Ninguna de las dos le hacía especial ilusión. Tenía clase a las diez, y muy temprano para Vitto ya empezado el año académico, significaba que serían menos de las siete. Levantarse más de tres horas antes de las clases no era algo que entrase en sus planes. Por otra parte, estaba de mala leche y necesitaba que su amigo le bajase los humos con esa mezcla de ironía e indiferencia que el moreno había ido desarrollando con los años como arma defensiva ante sus ataques de irritabilidad. Ninguno de los dos tenía muy clara la razón, pero el caso era que eso solía ayudarle a tranquilizarse. Y necesitaba tranquilidad para dar dos horas de literatura estadounidense de los años treinta.
Se levantó de la cama con la misma energía que tendría un condenado a muerte camino del cadalso, descorrió las cortinas y abrió la ventana sin importarle que el frío hubiese comenzado a abrirse paso por las calles de Roma y él sólo llevase un pantalón de pijama de tela fina. El frío era una buena ayuda para despejarse por las mañanas.
Tras una rápida visita al baño salió por fin del cuarto y recorrió el breve pasillo, abriendo la puerta que separaba los cuartos de la cocina, el salón y la entrada. Se sorprendió al entrar en la cocina y encontrarse con Vitto y Alessandro allí. El mayor le dedicó una sonrisa y un buenos días antes de meterse la cucharilla del café en la boca. Aún llevaba el pijama y no se había molestado en recogerse el pelo, que ligeramente alborotado, contrastaba con la impecable estampa de Alessandro, ya arreglado por completo, sentado a la pequeña barra rosa fucsia, donde mantenía las manos alrededor de la taza de té.
— Que bueno estás, ¿no? —bromeó Vitto dejando la cucharilla en el fregadero mientras le miraba el torso descubierto. El pelirrojo frunció el ceño confundido.
—Sí, siempre lo he estado.
Alessandro disimuló una sonrisa mientras Vitto ponía los ojos en blanco y Giancarlo sacaba de la nevera una botella de leche que abrió apoyándose en la puerta ya cerrada del electrodoméstico, y de la que comenzó a beber sin molestarse en coger un vaso para hacerlo. Su mirada pasó de Vitto a Alessandro, y de nuevo a Vitto.
— ¿No habéis follado o es que sois menos escandalosos de lo que os recordaba?
El castaño cerró los ojos en lo que Giancarlo interpretó como un intento desesperado de controlarse para evitar el sonrojo. La devastadora honestidad del pelirrojo al tratar esas cuestiones seguía siendo un problema para él. Por supuesto, eso sólo contribuía a que sacase el tema cada vez que tenía oportunidad. Y no pensaba parar hasta que se comportase como una persona de veintiún años y dejase de encontrar algo vergonzoso en una acción tan natural como el sexo. Su meta era conseguirlo ese año, antes de que Alessandro se laurease. (1)
Sus palabras, sin embargo, no tuvieron ningún tipo de efecto sobre Vitto. El moreno se limitó a beber su café (lo cual le parecía genial, porque sólo el olor que salía de la taza le estaba poniendo enfermo) y dejar el recipiente en el fregadero una vez terminó.
— Dijiste que te dejásemos vivir en la ignorancia, así que hemos sido silenciosos.
La expresión de Alessandro no mejoró con la explicación del chico, mucho menos cuando el pequeño vio que Giancarlo sonreía con burla.
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Giancarlo
Short Story"No todos necesitamos que nos completen -le espetó -. Yo no soy la mitad de nadie. Estoy bien y completo como estoy." Desde que tiene memoria Giancarlo nunca ha sentido ningún tipo de atracción romántica hacia las personas que se cruzaban en su vida...