Siempre había mantenido la firme opinión de que si le preguntasen alguna vez cuál había sido el peor día de su vida, el recuerdo de su mudanza a Latina habría acudido a su memoria de forma inminente. Ahora no lo tenía tan claro.
A pesar de que el otoño estaba más que asentado y que la iglesia de Latina no se caracterizaba por un sistema de calefacción adecuado, no dejaba de sentir que se asfixiaba. Los puños y el cuello de la camisa le apretaban, el olor del incienso le embotaba la cabeza y habría dado cualquier cosa porque quien quiera que fuese quien tocaba el órgano parase en aquel mismo momento. Si anteriormente había odiado las iglesias, en aquel momento su rechazo hacia ellas estaba a punto de alcanzar una magnitud inexplicable.
Fue consciente de la entrada del sacerdote cuando sintió que el resto de asistentes a la ceremonia se alzaba a su alrededor. Se puso de pie con lentitud y movimientos mecánicos, con la mente en blanco y los ojos vidriados clavados en el féretro de madera que descansaba junto al altar. Había sido incapaz de apartar la mirada de él desde el mismo momento en el que entrase en el templo. Necesitaba concienciarse de aquello pero no quería hacerlo. Llevaba más de veinticuatro horas sumido en shock y en su interior sentía auténtico miedo de salir de aquella situación. De volver a una realidad que ya no le gustaba en absoluto.
«Se había levantado demasiado temprano para estar de tan buen humor. El reloj marcaba las nueve y diez y le dejaba unos veinte minutos de margen antes de tener que salir del piso camino de la universidad. El departamento de idiomas había comenzado a impartir unos cursos de árabe ridículamente baratos para personas que tuviesen al menos una base del idioma y quisieran seguir mejorando. No había tardado ni diez minutos en decidirse. El árabe era uno de esos idiomas que había estudiado de manera fugaz en su primer curso, uno que le había gustado y que sabía que le abriría muchas puertas en un mundo donde la influencia de los jeques de Oriente Medio era cada vez más fuerte.
Vitto había salido de la habitación mientras él terminaba de desayunar. El pelirrojo encontró extraño el hecho de que aún vistiera el pijama, pero lo achacó a un nuevo avance en su lucha por controlar uno de sus tantos principios de TOC y se limitó a dedicarle una mirada curiosa ante la expresión seria de su rostro mientras vaciaba la taza de té.
—¿Has tenido una pesadilla? —preguntó con cierta burla. Vitto no le respondió—. Ha tenido que ser jodida si aparte de sin sonrisa te ha dejado sin palabras.
—¿Tienes un momento para hablar? —Quizás fue el tono quebrado de la voz de su amigo o quizás el hecho de que su expresión no mutó en absoluto pero no pudo evitar sentir como la atmósfera se cargaba de malas vibraciones—. Es importante.
Sostuvo la mirada de su amigo durante un instante, en completo silencio. Había muchas cosas que le gustaban de Vitto, la inmensa mayoría, para ser sinceros, como la forma en la que siempre estaba ahí cuando se le necesitaba, sin agobiar, sólo ahí, estando, esperando. Había otras tantas cosas que no le gustaban demasiado, que le chocaban e incluso llegaban a molestarle, pero a la que se había acostumbrado con los años, como sus manía con el orden o su necesidad de limpiar cada sábado los azulejos de la cocina y el baño como si fueran a convertir la habitación en un quirófano. Pero también había algunas cosas que odiaba, que era incapaz de soportar, y, aunque fuera muy egoísta, verle triste y serio, era una de ellas.
Dejó la taza sobre la mesa con un ruido sordo. Vitto la siguió con la mirada y Giancarlo sintió como aquella tensión se hacía cada vez más fuerte, más intensa.
—¿Qué pasa?
Sintió que Vitto vacilaba. Apoyó la mano sobre la mesa pero eso no impidió que el pelirrojo fuera consciente del pequeño temblor que se adueñaba de ella. Tampoco de que mantenía el móvil fuertemente sujeto. Alzó la mirada hacia él. Vitto parecía dudar.
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Giancarlo
Short Story"No todos necesitamos que nos completen -le espetó -. Yo no soy la mitad de nadie. Estoy bien y completo como estoy." Desde que tiene memoria Giancarlo nunca ha sentido ningún tipo de atracción romántica hacia las personas que se cruzaban en su vida...