Epílogo.

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Mayo. Roma.

A veces olvidaba lo cansado que era tener que agotar a Haribo. Normalmente las salidas del hurón se repartían en pequeñas sesiones de una hora aproximadamente entre las cuales el animal descansaba durante un periodo de tiempo lo suficientemente amplio como para que él pudiera, igualmente, recuperar fuerzas. Pero aquella tarde no había tiempo.

Eran las cuatro y cuarto cuando Giancarlo se dio por satisfecho. Había jugado con Haribo durante tres horas, además de las otras dos y media que le había mantenido despierto antes de almorzar. Ahora el hurón parecía lo suficientemente agotado, pero aún así no podía dejar que se durmiera hasta que fuese el momento de irse. Pasaría toda la noche fuera y no quería que su mascota se viera solo demasiado tiempo. Debía pasar dormido todo el tiempo posible mientras estaban fuera.

La alarma sonó sólo dos minutos antes de que tres fuertes golpes en su puerta le avisaran de que no había más tiempo. Con pesadez se arrastró fuera de la cama sobre la que Haribo se había hecho un pequeño ovillo, y caminó hasta el baño arrastrando los pies. Su traje colgaba de la puerta del armario y sus zapatos estaban sobre la cómoda, recién limpiados y en perfectas condiciones. La camisa estaba en el baño. Vitto le había dicho que el vapor del agua caliente la ayudaría a mantenerse lisa y la había dejado ahí la noche anterior. Giancarlo la miró de reojo antes de empezar a desnudarse. Bueno, fuera cosa del vapor o no, seguía estando perfectamente lisa.

Cuando se deslizó dentro de la ducha y el agua caliente le golpeó en los músculos de la espalda dejó escapar un suave quejido. Había estado bajo tanta presión aquellos últimos meses que no había un sólo centímetro de su cuerpo que no agradeciera aquella sensación de calor. Necesitaba que todo aquello se acabase de una vez, necesitaba más de dos días seguidos en los que pudiera hacer cualquier cosa que no conllevase pensar. O jugar a videojuegos. Si al inicio de aquel curso académico alguien le hubiese dicho que un par de meses después odiaría todo lo que tuviera que ver con videojuegos, se habría reído, pero aquella hipotética persona habría tenido razón: no quería volver a ver un videojuego en lo que quedaba de mes.

Se obligó a salir de la ducha tras diez maravillosos minutos. El reloj corría en contra. Necesitaban estar en la universidad a las seis y no podían llegar tarde bajo ninguna circunstancia. Angelo se había encargado de recordárselo durante toda la semana. Había sido un auténtico calvario que, por fin, estaba próximo a terminar.

Veinte minutos después estaba vestido, peinado y listo para salir camino a la universidad salvo por el pequeño detalle de que sus manos habían comenzado a temblar. Se apoyó en el lavabo, con la mirada baja, e intentó tranquilizarse. Inspiró profundamente y dejó salir el aire despacio, repitiendo la operación varias veces hasta que sintió que la presión de su pecho disminuía. No era el momento para tener un ataque de ansiedad, pero, sin embargo, era el último momento que tenía para ello. No podía dejar que sucediera durante la presentación. No era un lujo que pudiera permitirse.

—¿Giancarlo?

—Un minuto.

Sus manos se aferraron con fuerza a la fría porcelana del lavabo mientras volvía a inspirar y espirar. Podía hacerlo. Había trabajado mucho aquellos últimos meses, había repasado cada detalle y practicado con Angelo, Vitto y Andrea en varias ocasiones. Todo estaba bien atado. Todo iba a salir bien y no había nada de qué preocuparse.


Si hubiera que elegir el acontecimiento más importante en la vida de un estudiante italiano este sería, sin duda, su laurea. Era a la vez el sueño más ansiado y la pesadilla más temida de todo estudiante. La presión en relación a ella empezaba ya en el primer curso y sólo la promesa de la celebración ayudaba a aliviar esa tensión.

GiancarloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora