Capítulo X.

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Había pensado tanto en ello que si seguía haciéndolo le estallaría la cabeza. Lo que más le carcomía era lo sencillo que parecía todo, tanto que si hubiera sabido años antes que una llamada a la empresa y la presentación de datos que probasen que era hijo de Beatrice le podían abrir las puertas para encontrar a su madre, lo habría hecho mucho antes. ¿Cuántas veces siendo un niño había deseado que ella simplemente apareciera y le sacase de casa de su padre? ¿Cuánto había pensado en regresar con ella a Nápoles y continuar allí su vida? Habían sido tantas, tantos días y tantas noche imaginando, planeando... Y ahora, sin embargo, no estaba seguro de que fuera lo correcto.

Dante no parecía demasiado contento con la situación cuando Giancarlo apartó la mano del chico de su pierna con un gesto malhumorado. No tenía ganas, no ahora, por sorprendente que pareciera. Iba a tener que acostumbrarse. Por alguna razón, desde que había claudicado, no demasiado convencido, a sus propias exigencias internas y había formalizado la relación con Dante, le resultaba mucho más cansado acostarse con él. Como si ya no fuese un acto regido por el deseo sino por la responsabilidad que conllevaba ser una pareja.

No podía decir que hubiese demasiada diferencia entre su relación anterior y la actual. Seguían viéndose con la misma asiduidad con la que lo habían estado haciendo tras el funeral de Enzo, un par de veces por semana, y quizás la única diferencia era que ahora se daban las buenas noches antes de ir a dormir. Giancarlo estaba casi seguro de que era una de las razones por las que no le apetecía tanto mantener relaciones sexuales con él, pero sabía que eso no tenía nada de extraño. ¿No era un hecho casi demostrado que las parejas perdían poco a poco la enorme líbido de la adolescencia con el paso del tiempo? Él simplemente la había perdido rápido. Nunca se le había dado bien hacer las cosas poco a poco.

Tampoco le ayudaba el hecho de no dejar de cuestionarse si era buena idea seguir el consejo de la encantadora mujer de la tienda de regalos de Pompeya con respecto a su madre. Mentiría si dijese que nunca se había planteado el buscar a su madre, volver con ella a Nápoles y retomar la vida que había dejado al marcharse a Latina. Lo había hecho tantas veces que había planeado (él, que odiaba incluso pensar qué iba a cenar el día siguiente) cada una de las cosas que diría y haría. Pero aquellas ilusiones de adolescente quedaban ya lejos y habían sido desechadas, empujadas a un rincón de su mente en el que no volviera a pensar en ello, cuando había comprendido que su madre no tenía intención de regresar a por él. Y ahora un foco iluminaba ese oscuro rincón de su subconsciente obligándole a centrar la atención en aquella posibilidad una y otra y otra vez.

Se incorporó, sentándose al borde de la cama y se pasó las manos por el rostro. Suspiró. Odiaba todo aquello, absolutamente todo, se preguntaba si acaso en aquel momento había una sola cosa en su vida que no odiase con todas sus fuerzas. Le había costado mucho conseguir equilibrar mínimamente su mundo, su día a día. Había conseguido alejarse de la familia de su padre lo suficiente para no querer ahorcarse pero no tanto como para perder su estabilidad económica (sí, puede que fuera un poco materialista, pero eso era algo que nunca había negado, ni siquiera le importaba que se lo echasen en cara como si acaso fuese el peor de los defectos), tener un grupo de amigos consolidado, con una idea de diversión y amistad parecida, una mascota adorable, una vida sexual activa y, ante todo, superar el trauma que el abandono de su madre le había supuesto. ¿Por qué todo se había ido al traste? ¿Por qué había pensado que ir a Nápoles ayudaría? Todos sus problemas habían empezado allí, ¿por qué tendría que haber sido diferente en aquella visita?

Sintió como el colchón se hundía tras él con el peso de Dante. Se tensó al sentir que se acercaba a él por la espalda. No quería tener que echarle, pero acabaría haciéndolo si no le daba su espacio. A diferencia de Vitto, que había aprendido con el paso del tiempo los momentos en los que podía hacer contacto físico con él y los momentos en los que no era la mejor idea, Dante parecía creer que con el incremento de la confianza esos momentos se habían convertido mágicamente en momentos en los que necesitaba que estuviera encima de él. No había ningún tipo de momento así. Ni siquiera entendía cómo a alguien podían no agobiarle ese tipo de situaciones. La gente tenía que aprender que ayudar no significaba acosar.

GiancarloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora