Capítulo XII.

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Casi una semana. Había pasado casi una semana desde la última vez que vio a Dante o le dirigió la palabra a Vitto, desde que volviera de Siena con aquella mala sensación haciéndose dueña de él y descubriera que sus amigos no tenían pensado más que contribuir a su malestar.

No había disminuido. Muy al contrario, aquel molesto sentimiento que le embargase el anterior sábado aumentaba con cada noche de mal sueño y le hacía permanecer encerrado en su habitación, lo más alejado posible de sus compañeros de piso. Incluso había pedido a Alessia hacer el trabajo que debían entregar en dos semanas por medio de alguna plataforma online que le evitase tener que quedar con ella alegando una gripe que no padecía. Definitivamente, aquella era una de esas ocasiones en las que Vitto habría asomado la cabeza por su habitación, preocupado. Pero Vitto parecía haber entendido que, por esta vez, su lugar estaba lejos de él.

Nada había cambiado aquel viernes cuando regresó de la universidad. Había pasado las últimas dos horas ignorando las lecciones de Técnicas de traducción inversa, alimentando su mal humor con las risas y comentarios de algunos de esos compañeros que no sabían mantener la boca cerrada cuando algo no les interesaba, y cuando regresó al apartamento su estado de ánimo dejaba mucho que desear. Ni siquiera él se soportaba.

Lanzó las llaves sobre el mueble de la entrada y sólo se detuvo en su camino hacia su habitación cuando Vitto salió de la cocina con demasiada prisa y tuvo que detenerse antes de chocar con él. La mirada de desprecio que le dedicó no consiguió, sin embargo, que su compañero apartase la mirada de él mientras cruzaba el pasillo y entraba en su habitación.

Su cuarto estaba más desordenado de lo habitual. A pesar de ser el más amplio de la casa, la cantidad de muebles lo hacía parecer ligeramente más pequeño y el desorden no ayudaba a combatir esa sensación. Dejó la mochila en el suelo y se dejó caer en la cama. Haribo dormía en una de las hamacas de la segunda planta de su jaula. Escuchaba a Angelo hablar con Gia por Skype y estaba casi seguro de haber escuchado la puerta de Vitto, aunque de igual forma lo último que habría hecho para entretenerse habría sido dirigirle la palabra. Sólo necesitaba distraerse.

Había dos cosas que le hicieran desconectar por completo de sus problemas, y sólo una de ellas podía hacerla sin implicar a alguien más. Se impulsó con las manos para ponerse en pie y barrió la habitación con la mirada, buscando su bloc de dibujo mientras se deshacía de su chaqueta y la dejaba caer a los pies de la cama. Subió la persiana y abrió la ventana para luego rescatar su bloc de debajo de un montoncito de apuntes de gramática árabe. Había utilizado los lápices acuarelables en algún momento de las últimas dos semanas y no tenía muy claro dónde debían de estar, por lo que terminó decantándose por llenar de agua uno de sus tarritos para limpiar pinceles y hacerse con la paleta de acuarelas de toda la vida que guardaba en una de sus cajas de materiales.

Cuando se acomodó en la cama, con la espalda en la pared y las piernas cruzadas, su mente desconectó un poco más con cada pincelada. Se dejó llevar, sin miedo, y pronto el pincel llenó de tonos azules la superficie del papel, dando forma a un paisaje que no tenía claro haber presenciado alguna vez pero que veía con nitidez en su cabeza. Unos altos pinos perfilados contra el oscuro cielo nocturno, cuajado de resplandecientes estrellas y una fina luna menguante cuya luz aclaraba el cielo a su alrededor.

Apenas escuchó los suaves golpes en su puerta. Su "pasa" fue mecánico, ni siquiera se detuvo a pensar que tal vez su visita fuera Vitto, tan absorto estaba en los movimientos del pincel sobre el grueso papel de acuarelas. Tampoco escuchó con precisión que la puerta se cerrase, ni el sonido sordo de los pasos que se dirigieron hacia el interior de la estancia. Sólo cuando la voz de Alessandro resonó a escasos metros, salió de su estado de ensoñamiento.

GiancarloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora