Capítulo VII.

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Estudiar una carrera que no quiere conlleva una serie de desventajas para el estudiante que hacen que su vida académica sea cuanto menos el triple de sufrida que la del estudiante medio. Giancarlo había experimentado algunos problemas con las asignaturas optativas de aquel último año de magistrale similares a los que afrontó dos años atrás, cuando estaba próximo a finalizar su laurea. Cuando una carrera no te interesa es complicado encontrar siquiera tres asignaturas que te llamen la atención. Él, con mucho esfuerzo y estirando al máximo sus gustos e intereses, había encontrado cinco y consiguió interesarse por otras dos basándose en los profesores que las impartían, pero aún le quedaban algunos huecos que rellenar en su currículum y que le estaban llegando a causar un tremendo dolor de cabeza, sobre todo cuando su padre amenazó con elegir las asignaturas él mismo si Giancarlo no conseguía rellenar por sí solo la matrícula.

Había conseguido la matrícula la última semana después de claudicar y pedirle a Alessia sus asignaturas. Si iba a aburrirse y amargarse en una clase, prefería hacerlo acompañado de alguien con quien poder quejarse, aunque fuese en voz baja.

Historia de la Ciencia era una de las pocas lecciones por las que aún le merecía la pena levantarse por las mañanas. El profesor no era de sus favoritos, pero incluso siendo uno de esos catedráticos egocéntricos que sólo conseguían vender sus libros obligando a sus alumnos a comprarlos, el temario resultaba lo bastante interesante como para hacerle estar allí a las nueve de la mañana. Por supuesto, el hecho de compartir aquella clase con Alessia resultaba todo un aliciente.

Aquella mañana la chica no se presentó hasta el inicio de la segunda hora. Giancarlo le dedicó una mirada de cansancio mientras daba buena cuenta de un paquete de patatas. Cuando llegó a su altura, la chica dejó caer el bolso en el asiento que había libre, a su derecha, y le dedicó una mirada asqueada al aperitivo.

—Lay's —gruñó—. ¿No sabes que las Lay's usan aceite de palma?

Giancarlo pasó la mirada de su amiga al paquete de patatas y giró este para leer los ingredientes. Los había repasado antes de comprarlo y no recordaba haberlo leído. No lo habría comprado de haber sido así. Alessia, tras haber recibido una perezosa negativa por su parte a adoptar la dieta vegana, había puesto todo su esfuerzo en concienciarle sobre las atrocidades de la producción de aceite de palma. Giancarlo sólo había necesitado leer un par de artículos sobre el asesinato de los chimpancés, normalmente quemados vivos al arrasar la selva para ampliar la producción de aceite; después de aquello, dejar de comprar cualquier cosa que contribuyese a ello había sido una decisión instantánea.

—Me cago en mi vida.

Alessia disimuló una sonrisa satisfecha cuando el pelirrojo escupió con poca delicadeza las patatas que se había llevado a la boca segundos antes de la llegada de la chica y estrujó la bolsa con amargura, dejándola bajo la mesa.

—No te agobies, ya aprenderás.

—¿Por qué no has venido a primera hora?

Alessia se encogió de hombros y acarició distraída una de las pequeñas plumas artificiales con las que había adornado su cabello.

—Médico.

El pelirrojo le miró en silencio y asintió. A pesar de los casi cinco años de amistad, ambos eran conscientes de que aún había una línea que marcaba el límite de confianza de ambos en cuanto a cuestiones personales. Alessia no tenía ni idea de los motivos de las discusiones paternofiliares que tanto minaban la moral de su compañero. Giancarlo sólo sabía que tenía algunos problemas de salud que le hacían visitar al médico bastante a menudo. Y ambos sabían que no debía preguntar nada más sobre ello.

GiancarloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora