Capítulo IV.

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Si algo le gustaba de las universidades italianas era la posibilidad de faltar a las lecciones sin tener que cursar las asignaturas en modalidad no frecuentativa. No era algo que hiciese a menudo. Gran parte de sus asignaturas eran lectorados (1) de forma que se le hacía algo complicado no asistir a ellas, pero había otras que podía saltarse con bastante facilidad. Según la normativa vigente en el país, un alumno podía faltar a un emocionante cuarenta por ciento de las horas lectivas de una asignatura antes de que se viera obligado a cursar el modelo no frecuentativo, lo que solía conllevar un trabajo extra o un par de preguntas más en el examen, a veces un libro más que sumar al temario, quizás un par si el profesor era especialmente desagradable, y si no llegaba a tocar ese porcentaje, el profesor no tenía nada que decir al respecto.

No a todos los profesores les gustaba esa norma y muchos de ellos intentaban asustar a los alumnos asegurando que no aprobarían si no acudían a todas las lecciones, pero a la hora de la verdad poco podían hacer cuando eran ellos quienes tenían la legislación de su parte. Aún así, había quienes se las apañaban para entorpecer el aprendizaje de quienes no acudían día a día o miraban con lupa la asistencia, por lo que uno debía andar con pies de plomo si no quería verse con un par de trabajos que entregar antes de la evaluación. Por suerte para él, Giancarlo podía ser un auténtico dejado con el orden de su habitación, pero era estrictamente minucioso calculando las horas exactas que podía saltarse y repartiéndolas a lo largo del curso bastante equitativamente.

Ese era uno de esos días en los que, definitivamente, no pensaba moverse para ir a clase. Por alguna razón que no entendía, estaba cansado (según Vitto, de no hacer nada), y prefería quedarse durmiendo hasta bien entrada la mañana que madrugar, hacer todo el camino hasta la universidad para dar dos míseras horas de clase sobre algo que podría leer en un maldito libro.

Esa mañana no contó con la compañía de su mascota. La noche anterior habían permanecido jugando con él hasta pasadas las doce de la noche y dado que los hurones tenían una media de catorce horas de sueño, no esperaba que se levantase hasta pasada la hora de comer.

Despertó a las diez y media y desayunó con una tranquilidad que no había podido tener en varios días. Mientras esperaba a que el pan se tostase observó distraído el calendario de la cocina. Aquel sábado estaba marcado con un círculo en el calendario y no pudo evitar fruncir el ceño al leer la anotación.

" Bautizo de Federica "

Un escalofrío le recorrió la espalda. Había intentando librarse del bautizo de su (medio) sobrina desde el mismo momento en el que su padre le había anunciado que tendría lugar en Latina y que tendría que ir. No le gustaban las iglesias, no le gustaban los bautizos y no le gustaban los niños, por lo que si sumaba todo eso al hecho de que ni su hermana le soportaba a él ni él a su hermana, no encontraba motivo alguno para acudir a la celebración. Salvo que su padre no iba a dejar que la gente se preguntase por qué Giancarlo no había acudido al bautizo de la hija de su hermanastra. Bufó al recordarlo. Como si la gente no supiera ya que la simpatía de uno hacia el otro era prácticamente inexistente desde el primer minuto en el que el chico puso los pies en aquella casa.

Intentó no pensar en ello, al igual que intentó no pensar en las veces que su padre le había negado la posibilidad de invitar a algún amigo a la ceremonia para tener al menos con quien criticar a la gente. Obviamente habría llevado a Vitto, a menos que no hubiera podido ir por lo que fuera (a veces el señor Giordano necesitaba a su hijo en la finca y el chico desaparecía un par de días), en cuyo caso habría llevado a Alessandro. Cualquiera de las dos opciones era buena. Vitto nunca había tenido el visto bueno de su padre. Podía ser educado, amable e incluso servicial, pero Raffaello no era el tipo de persona que creía conveniente para su familia el mantener amistad con hijos de trabajadores del campo. Era un supremo gilipollas en todos los ámbitos de la vida, Giancarlo no habría esperado que no lo fuera en aquel. En cuanto a Alessandro, el chico era lo suficiente reservado, inexpresivo y seguidor de las leyes hebreas como para causarle un ataque de nervios tanto al cura como a su padre. Habría sido una grandísima opción y todo un espectáculo el ver cómo barría con la mirada la mesa del banquete evaluando sus posibilidades a la hora de comer. Claro que Vitto tenía mejores ocurrencias a la hora de comentar los modelitos de los invitados, y eso que el moreno no era un experto en moda, pero tenía una imaginación desbordante para esas cosas.

GiancarloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora