Cuando habían cambiado su primer piso de estudiantes por uno más pequeño tras la marcha de Marco, el cuarto miembro del grupo inicial, Vitto se había prestado voluntario para quedarse con el cuarto pequeño y evitar la rifa que habría tenido lugar en caso contrario. Giancarlo, que se había asegurado de obtener el dormitorio más amplio, nunca había entendido su decisión hasta que comprendió que era más sencillo para alguien como él mantener sus TOCs a raya en un entorno más reducido.
No solía entrar en la habitación de Vitto. Era como un terreno prohibido para él, a pesar de que el moreno nunca le había especificado que así fuera. Pero era una decisión propia, derivada de su preferencia a estar en su propio terreno, donde pudiese tirar la camiseta al suelo sin que nadie le acuchillase con la mirada, donde podía echar a su visita si se cansaba. Donde se sentía más protegido y menos a merced de los demás.
Cuando llamó a la puerta de Vitto aquella tarde tras regresar a casa, una molesta sensación de fragilidad se abría paso poco a poco en él. Tenía curiosidad y, ¿por qué no aceptarlo?, miedo ante la posible reacción de Vitto. Él nunca había sido una persona dada a pedir disculpas y, aunque Vitto nunca se había mostrado cruel con quienes aceptaban sus errores, no podía dejar de pensar que quizás los suyos eran demasiado grandes o numerosos para que una disculpa fuese suficiente. Tal vez, ambos.
Volvió a llamar cuando no obtuvo respuesta. Sus nudillos golpearon la madera con más fuerza que vez anterior y se inclinó un poco sobre la puerta.
—¿Vitto?
—No está.
Se sobresaltó. No había escuchado abrirse la puerta de Angelo. Cuando se giró, encontró al castaño tras él. Acababa de salir de la ducha, como hacía notar lo húmedo de su cabello, y parecía tan cansado como siempre. Giancarlo le dedicó una mirada interrogante.
—Se han ido hace un rato —explicó mientras pasaba por su lado y abría la puerta de su habitación, justo enfrente de la de Vitto—. Estará el fin de semana fuera.
—¿En Bracciano?
Angelo negó con la cabeza, ya dentro del cuarto. Giancarlo se apoyó en el marco de la puerta de su compañero.
—En casa de Aless, supongo.
Se pasó una mano por el pelo y dejó escapar un suspiro. Genial, tendría que esperar hasta el lunes para hablar con él. Eso podía ser tan bueno como malo. Podía ayudar a que Vitto se relajase, a que no estuviese molesto porque llevase días sin hablarle, pero también podía hacer que se molestase aún más porque pasara el fin de semana sin hablar con él. Pero no iba a ir a hablar con él, no cuando se había escondido en casa de los Sabatello. Cuando lo hacía así, durante todo un fin de semana, era porque necesitaba desconectar de ellos. Si no, solía estar en el apartamento de estudiantes, donde tenían más intimidad y libertad.
—¿Has cenado?
—No tengo hambre. —Se separó de la puerta y caminó con pesadez hacia su habitación—. ¿Vas a Latina este fin de semana?
—No. Podemos hacer algo si quieres.
Se tomó un momento antes de responder. Angelo no solía proponer planes tan cerca de los exámenes. Lo hacía porque creía que necesitaba distraerse. Lo sabía. Abrió la puerta de su habitación. Haribo, que había permanecido dando vueltas por la casa hasta entonces, corrió hacia el interior.
—Claro. Avísame mañana cuando te levantes.
El "de acuerdo" de Angelo se estrelló contra la puerta de la habitación de Giancarlo cuando cerró tras él. Recorrió el minúsculo pasillo que se formaba nada más entrar y se dirigió directamente hacia la cama. Haribo había subido en ella y se había hecho un ovillo sobre la almohada. Giancarlo se dejó caer a su lado y le observó en silencio, como sus ojos se fueron cerrando y acompasándose su respiración. Permaneció allí, en silencio, acariciando la cabeza del pequeño hurón, hasta que también él cedió al sueño.
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Giancarlo
Historia Corta"No todos necesitamos que nos completen -le espetó -. Yo no soy la mitad de nadie. Estoy bien y completo como estoy." Desde que tiene memoria Giancarlo nunca ha sentido ningún tipo de atracción romántica hacia las personas que se cruzaban en su vida...