XXIII

1K 97 31
                                    

  El miedo era un camino libre hacia la ansiedad, y la pelinegra acababa de corroborarlo.

  El yo-yo se resbaló de sus temblorosas manos, sus rodillas colapsaron contra el suelo y un grito desgarrador amenazó con romperle las cuerdas vocales.

  Para su buena suerte, el cerbero fue mucho más ágil y evitó que su cuerpo cayera de golpe seco contra el suelo interponiéndose entre ambos, dando como resultado que la cabeza de una sollozante azabache empapara la parte superior de su traje de spandex en lágrimas agrías.

  Recapitulando todos sus pecados mentalmente, desde el momento de su parto hasta sus actuales quince años. Se llevó una mano a la máscara y colocó la otra sobre su reloj.

—Señorita, yo ya ha descubierto su identidad, permítame mostrarle la mía para que estemos a mano y...

—No lo hagas, ¿está bien? No quiero que lo hagas, los portadores de los Miraculous deben permanecer ocultos unos de otros hasta que sea sensato revelar nuestras caras—sonaba desesperada, pero más que nada agotada. ¿Por qué le molestaba tanto el tema de unas estúpidas máscaras?

—¿Y cuándo será sensato eso?

—Cuando derrotemos a Hawkmoth y ya no haya peligro.

—Bueno...—vaciló un instante—... ¿puedo al menos enseñarle a usted mi ca...?

—No. No lo hagas, ya te dije que no... no puedes decirle a nadie sobre esto, ¿está bien?—murmuró entre sollozos—. Mucho menos a Chat Noir, de todos, él es el único, el primero y el más importante. Si el supiera quién soy... yo...

  Dejó la oración colgando en el aire, aunque Agmong pudo terminar la idea con facilidad. Se le hacía algo raro que, siendo súper compañeros superhéroes salvadores de París, no supieran quién era en realidad la persona que se escondía bajo esa máscara. ¿Y si en alguna batalla pasaba algo? ¿Cómo contactarían a la familia del otro? 

—Es... lo que más he intentado resguardar entre nosotros dos—continuó ella, como si leyera sus pensamientos—. Confío plenamente en Chat Noir, pero necesito garantizar que él... él no huirá en cuanto sepa que en realidad soy una mocosa débil obsesionada con Adrien Agreste.

  La culpa oprimió su pecho, sabía que cuando alguien metía detalles insignificantes al ojo humano a colación mientras lloraba significaba mucho más que simple remordimiento. Significaba que esas palabras, hubieran sido buenas o malas, habían logrado colarse hasta el interior de esa persona y se habían volteado en su contra. Una frase inofensiva había sido la gota que derramó el vaso y había causado dolor y sufrimiento en esa persona.

  Así que sólo atinó a abrazarla febrilmente, sin decir nada, acariciando su cabello y mirando hacia algún punto perdido en el horizonte. Conocía mejor que nadie ese dolor agrío de la pérdida, del haberlo resguardado todo para que en un momento alguien llegara a demoler completamente el pequeño balance de tu mundo que habías establecido.

—Lo... lo siento Ladynette, yo... yo jamás quise... nunca fue mi intención el...—¿por qué tartamudeaba? ¿No decían que las personas que habían sufrido eran mucho mejores en ayudar a otras personas a sentirse mejor? ¿Entonces por qué se le hacía a él imposible el intentar ayudarla?

—¿Ladynette?—la chica arqueó una ceja, levantando un poco la vista—. Por favor, no me digas que a ti también te encanta hacer bromas, no soportaría a otro como Chat en el equipo...

  No parecía enfadada, sino preocupada. Temía por su salud mental, porque estaba segura de que si duras penas podía con el hecho de llevar una doble vida, tener dos bufones en su doble vida haría de ese hecho meramente imposible.

Eco ||Miraculous LadyBug|| ||MariChat|| [E D I T A N D O]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora