XIX

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  Se colocó los audífonos, dispuesto a empezar a hacer el bosquejo en ese gran lienzo que tenía frente a él.

  Las mechas rojas y naranjas de su cabello resaltaban entre su natural negro debido al ventanal que se cernía frente a él, permitiendo que la luz rebotara en su cabello revuelto y lo hiciera parecer una auténtica bola de fuego.

  A su espalda podía oír los pasos apurados de los estudiantes de Robótica corriendo con sus prototipos fallidos y sus invenciones a medias, intentando hacerlas funcionar antes de acabar el semestre para así poderse conseguir un buen futuro.

  Entendía el sentimiento, desear alcanzar a rozar siquiera algo que estaba fuera de tu alcance. Pero la esperanza está ahí, ¿no? Y quién sabe, era probable que tan sólo un diminuto puñado de ellos pudiese lograrlo.

  Fueron necesarios otros diez minutos de silencio para cerciorarse de que no hubiese moros en la costa para que el pequeño kwami saliese de su escondite en el portafolio de pinturas de su portador. Revoloteando alrededor del lienzo empezó a tronar la boca, llevándose una mano a la barbilla, como señal de que la estaba examinando detenidamente.

—¿Y qué piensas?—preguntó Antonio tan pronto acabó de dibujar. Pausó su música y se retiró los audífonos, colocándose la diadema negra en la nuca y dejando las bocinas a tocarse en medio de su cuello.

—Es bueno—comentó Tomás, rascándose la parte naranja de su cabeza mientras que el intenso rojo fuego de su cola jugueteaba con las sombras—. Pero creo que le falta un poco más de... passione.

—¿De qué hablas, rouge? Bien sabes que las artes sono per me più di una passione; ce le ho proprio nel sangue.

  La pequeña cosita roja se tornó de espaldas al ventanal, dejando su degradado rojo intenso a naranja atardecer bien expuesto, revoloteó hasta sentarse encima de el bello dibujo y se encogió de hombros.

—Da Vinci y Manfredi usaron todos mis consejos, ¡y mira cómo terminaron! Además de ser portadores eran excelentes en lo que hacían, ¿o no?—comentó con tono arrogante, jugando nuevamente con las sombras que proyectaba su cola puntiaguda de demonio en la blanca tela.

—Sus estilos son muy distintos al mío—el chico rodó los ojos, colocándose nuevamente los audífonos—. Y, además, son del siglo pasado. Han pasado muchas cosas en la historia del arte desde ellos, ¿sabías?

—Como quieras—soltó una risa ahogada, un leve ronroneo de saber que finalmente, su portador era más culto y listo que él mismo—. De todos modos pienso que es excelente.

  Y el Italiano sonrió con superioridad antes de retomar su trabajo, con la música resonando en sus tímpanos.


  Fue al toque de tres horas cuando por fin se alejó de su trabajo, sonriente de oreja a oreja y con orgullo brillando en las pupilas.

  Se quedó quieto, admirando su hermosa obra maestra. Si bien no su mejor trabajo, estaba entre los primeros. Usando simplemente la monocromía del rojo había logrado crearse a sí mismo, el súper héroe demoníaco todopoderoso que Tomás advertía que era. 

  El kwami se posó en su hombro, observando el trabajo que el gran Antonio Morelli había realizado en tan sólo unas horas. Se sentía orgulloso, el manejo de las sombras era simplemente fantástico. El decolorado era tan natural que sólo lo percibías hasta llegar al otro extremo, donde algo embonaba en tu cabeza, diciéndote que no habías empezado así.

  Las líneas del lápiz habían sido cuidadosamente borradas antes de empezar el trabajo, en un lienzo nuevo también por si acaso. Y estaba seguro de que, si no tuviera que bosquejar en grande y no sólo en su libreta siempre antes de realizar un trabajo, Antonio sería el mejor pintor que jamás hubiera existido. O por lo menos, que él hubiera conocido.

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