XXXII

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  ¿Cómo le dices a la chica de la que pasaste un año enamorado que necesitas consejo amoroso para utilizar... con alguien más?

  Bueno, Adrien necesitaba saber la respuesta: URGENTE. Y al parecer su querido amigo, el Señor Google, se negaba a ayudarle en sus caprichos.

  Sus dedos seguían danzando sobre la pantalla, volando de un lado a otro sin tocar ningún botón o tecla. Sus pensamientos seguían confusos desde la pasarela de la noche anterior (que, por cierto, había sido un éxito rotundo).

  Recordaba el día en el que su padre le había preguntado su opinión acerca de abrir un concurso de diseño y dejar que la o el ganador creara una pasarela para la línea de invierno de Gabriel Agreste. Casi se le caía la taza de las manos cuando éste le solicitó que formara parte del jurado. Pasaron unos días hasta lograr enterarse de qué iba toda la cosa, y fue muy difícil escabullirse hasta el estudio de Nathalie para entenderlo todo con claridad. Aparentemente, las ventas de la compañía estaban decayendo notoriamente porque carecían de publicidad, y no se habían expuesto más líneas de ropa. Entonces, su muy poco elocuente padre decidió abrirle las puertas a jóvenes diseñadores en un intento de ganar más ventas y atención nuevamente.

  Adrien quería matar a su padre, pero era el mundo de los negocios, y las cosas giraban alrededor del dinero, siempre. Además de que él mismo dependía de ese dinero, así que no podía negarse.

  Hubo demasiadas inscripciones y aún más cantidad de diseños. Adrien era el último juez de la fila, él junto con otro par de asistentes de su padre calificaron los diseños que lograron hacerlo hasta el final, después de haber pasado por infinidad de filtros. Como muchas adolescentes y amigas del menor de los Agreste se habían inscrito él tenía prohibido leer los nombres de las carpetas, temiendo que el concurso fuera a verse afectado por solidaridad hacia sus compañeros. 

  El rubio no tenía muchas esperanzas en que alguien de su colegio lo hiciera hasta la final, de todos modos. No había personas muy creativas en esa aula. Bueno... tal vez sí había una, pero de todos modos las chances de que la pelinegra ganase eran escasas.

  Tal fue su sorpresa cuando llegó a casa después de su clase de Esgrima y divisó a la chica Chino-Francesa recargada contra el escritorio de Nathalie, platicando con la secretaria en un intento de disipar los nervios.

  Recuerda muy bien su breve conversación, un corto intercambio de palabras que más o menos fue así:

—Oh, ¡Marinette, hola! ¿Qué haces aquí?

—¿Oh? Eh... ah, ¡Adrien! ¿Qué-qué haces t-tú aqu-í? 

—Es... mi casa—respondió con una ligera sonrisa.

  Las mejillas de la chica se volvieron escarlatas y se dio una palmada en la cabeza antes de empezar a balbucear.

—Supongo que ganaste, ¿no? ¿Es por eso que estás aquí?

  Ella asintió febrilmente, agradecida por el cambio de tema y Nathalie (que en algún momento entre el balbuceo de la chica y su pequeña charla se había parado a imprimir algo) le entregó una carta a la pelinegra.

—Ten, es el itinerario. Tiene todo lo que necesitas saber. Hay exactamente dos semanas para tener los diseños listos—había dicho con voz mecánica antes de irse por el corredor.

—G-gracias—había susurrado Marinette a la nada antes de despedirse del rubio con una sonrisa y salir de la mansión dando saltitos.

  Y esa sonrisa seguía impresa en la mente del pequeño Agreste mientras sus dedos tecleaban a una velocidad peligrosamente rápida.

"Maneras de confesarse a una chica."

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