XXVI

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  Podía jurar que eso era lo más cercano al Infierno.

  Es decir, justo frente a ella se encontraban tres chicos enfundados en trajes de cuero negro, no tenía certeza de cuándo habían mutado de sus vivos colores originales a un tono casi tan apagado como el cielo de esa misma noche, sólo que ellos no portaban el fino resplandor de los diamantes nocturnos sino que más bien tenían su propio resplandor en las manos, colores neón brillando sobre un lienzo negro.

  Marinette se dijo a sí misma que si hubiera tenido un poco más de los instintos y manera de ver el mundo de Nathanaël no hubiera dudado en pintar esa escena, ahí mismo hubiera hecho un retrato mental y hubiera salido corriendo a implantarla en un lienzo antes de que se esfumara, pero como era ella lo más que atinó a hacer fue a inspirarse mientras que un millón de ideas acerca de vestidos inspirados en sus nuevos compañeros asaltaban su cabeza. Tal vez, si ellos en realidad resultaban ser portadores de Miraculous y no farsantes, haría realidad todos sus diseños frescos con la tela que le había sacado al alcalde Bourgeois días antes. Y si no lo eran, las realizaría de todos modos e intentaría darles una perspectiva más de club nocturno.

  El nuevo trío de superhéroes se comunicó mediante miradas, ya no existían ataduras a sus versiones civiles completamente imperfectas, ahora eran sólo marionetas de kwamis que estaban dedicados a probar sus habilidades frente a su predecesor.

  Cellestabelle fue la primera en reaccionar, llevando su mano hacia el carcaj y logrando hacer que éste se iluminara en celeste antes de que de tres flechas brotaran unas muy inusuales plumas negras. Tomó una y la tensó, no apuntaba a nada en específico, simplemente estaba tensada contra al suelo, esperando a ser soltada de golpe muy pronto.

  Casi seguido de eso Demón Rouge tocó su espada de igual manera, logrando que ésta adquiriera un brillo amarillo antes de que el metal se tornara completamente negro y empezara a brillar inusualmente a la luz de la luna. Ladybug se obligó a retroceder.

  Y por último estuvo Agmong, quien sólo llevo su mano al estuche donde guardaba sus estrellas ninja, haciendo que éste brillara en café antes de que todas las pequeñas armas que contenía se tornaron del mismo color que la espada de Demón.

  La superheroína de traje escarlata seguía retrocediendo, temiendo por su vida y las caras macabras de los nuevos portadores, mientras que un despistado gato negro se acercaba más y más cada vez, como si ellos fueran el lado positivo de un magneto y él fuese el negativo — ¿o no era más bien al revés?

  De cualquier manera, se sentía irracionalmente atraído hacia esos seres que sonreían con autoridad ante todo París. 

  Un pensamiento rápido cruzó por su mente, fue más bien como un flash de sentimientos y una ligera duda, pero aún así se sintió intrigado por saber la respuesta. ¿Sería capaz él también de hacer lo mismo con sus poderes y su arma? Jamás lo había pensado, y temía que pudiese haber hecho eso desde hace tiempo y no se hubiera dado cuenta aún, ¿en cuántas ocasiones le habría servido algo así?

  Se preguntó que si tal vez hubiese dejado terminar de hablar a Plagg esa primera vez y pudiese haber reprimido su necesidad de libertad un poco más se habría enterado que podía hacer eso. Tal vez, se dijo, había otra infinidad de cosas acerca del anillo que podían haberle resultado útiles tiempo antes que no sabía por culpa de su impaciencia. Ahora el kwami era cerrado con él y se negaba a soltar información acerca de sus poderes a menos de tener una buena ración de queso para hacerlo... y a veces ni eso hacía.

  Antes siquiera de saberlo, ya había convocado al cataclismo y se había apresurado a tocar su bastón.

  Para su sorpresa, este se desmoronó bajo su tacto, deslizándose como arena entre sus dedos.

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