Marca

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Ella agradeció al médico siendo muy simpática, le dió indicaciones y cerró la puerta.

Quedando solo las dos en aquella habitación.

Al principio me miró con un gesto que parecía ser reproche.

Tal vez por mi estupidez.

Luego se acercó con preocupación arrodillándose frente a mí para atrapar mi mano entre la suya y comentar.

"Eres descuidada".

Yo fingí no haber captado su referencia y la ignoré.

Mierda, obviamente ella también se había dado cuenta de lo qué paso.

Era una hechicera que no se le escapaba nada.

Volteé mi rostro y pregunté qué hacía allí.

Viendo un esqueleto a mi derecha como si fuera la cosa más interesante del mundo.

Tratando de no sucumbir a su presencia.

Asami me preguntó.

"¿Por qué estás tan enojada conmigo?".

Posando una mano en mi pierna y deslizándola hasta casi llegar a mi centro.

Yo me levanté bruscamente de la silla para evitar su contacto.

Mis músculos temblaban ansiosos por el encuentro y su toqué.

Pidiendo estar cerca de su calor.

Ante la interrogante recién dicha miré al suelo para decirle.

"No deberías estar aquí perdiendo el tiempo conmigo".

Y agregué.

"Mejor ve con el profesor Mako".

Me perdí su reacción facial ante el comentario porque no le miraba el rostro.

Tenía la cabeza gacha y el orgullo alto.

Asami caminó hasta mí.

Levanto mi cara para que observara el deseo en sus ojos y sintiera un anhelo en su tacto.

"Korra, no sabía que eras tan celosa".

Ante la opinión solo fruncí el ceño.

Maldición, me había matado yo sola.

Confesé la verdad sin si quiera darme cuenta.

"Castigare esa mala actitud que tienes".

Habló sacándome de mis pensamientos la dama.

Agarrando el cuello de mi camisa y Atrayéndome con fuerza.

Plantando un beso delicioso en mis labios.

Que necesitaba más que al aire para respirar y desee cada segundo sobreviviendo apartada de ella.

Mi cuerpo respondió como si fuera autónomo.

Traicionero de su dueña pero fiel a esa mujer que le había hecho sentir vivo.

La abracé por la cintura necesitada de ella.

Pegando nuestras almas todo lo que fuera posible.

Apreté uno de sus glúteos con lujuria.

Produciendo un dolor que me separo de la hembra.

Nuevamente había utilizado mi mano estropeada.

Cielos, ¿hasta cuando lo olvidaría?

La anestesia ya había perdido un poco de efecto y la baja temperatura del lugar no ayudaba.

EnséñameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora