Capítulo 4

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—Esto va a dolerte —anuncié para el chico que aceptaba de mis manos esa infusión de sabrá el cielo cuántas porquerías.

—¿Igual que las veces pasadas? —preguntó mirando fijamente el sospechoso contenido del recipiente en sus manos y tragó grueso mirándome asentir.

—Tal vez mucho más —susurré dándole la espalda.

—¿Eh?, ¿qué?, no escuché eso, ¡repítelo!

—No fue nada —aseguré dándole la cara y regalándole una sonrisa—, además, después de que el dolor pase será bastante placentero.

—¿Qué diablos se supone que significa eso? —susurró Wolfram su pregunta. 

—No seas nena, Wolfram —dije golpeando su espalda en un par de ocasiones con mi palma— hemos llegado tan lejos que sería, más que imprudente, estúpido dejarlo porque temes un poco de dolor.

—No soy nena... y no ha sido tan poco dolor —aclaró Wolfram.

—Va a valer la pena —le recordé sonriendo.

—De verdad eso espero —espetó soltando un nuevo suspiro y bebiendo de golpe el asqueroso menjurje preparado.

Era la quinta vez que le hacía beber la poción. Habían pasado seis semanas desde que establecimos el trato y llevábamos cinco semanas con el experimento que lograría que Wolfram tuviera ese bebé que tanto deseaba.

La intención de todo lo que estábamos haciendo era lograr las condiciones propicias para que un bebé creciera dentro de Wolfram, pero para ello hacía falta un órgano importante, la matriz. 

Todos esos dolores eran porque, con los brebajes que estaba tomando, estábamos provocando a su cuerpo para crear esa matriz que alojaría al producto durante todo el embarazo.

—¿Segura que funcionará? —preguntó el rubio mientras era preso de la fiebre por tal dolor sufrido.

—No funcionará, Wolfram, ya está funcionando —aseguré acariciando su cabeza—. Lo sé yo y estoy segura que puedes sentirlo, ¿no?

—Yo solo siento dolor —susurró perdiendo una sonrisa que no logró hacer.

—Va a valer la pena —repetí y besé su frente viéndole perder el conocimiento.

Wolfram y yo habíamos pasado tanto tiempo juntos que nos habíamos convertido en algo así como amigos, además yo era su paño de lágrimas, pero eso era compensación, era yo quien le estaba causando tanto dolor.

—Tiene que funcionar, por favor —supliqué. Esa investigación llevaba mucho tiempo en mis manos y, aunque los primeros ensayos en probar algo nuevo solían fallar, tenía mucha esperanza en que diera el resultado que buscaba—. Por favor —repetí y dejé a Wolfram en su habitación para poder cambiar agua y toallas con que intentaba deshacerme de su fiebre.

—¿Volvió a sentirse mal? —preguntó Gissela que tampoco conocía nuestros planes, aunque todos sabían de los malestares recientes de ese jovencito que, antes de nuestro trato, fue lozano y enérgico, pero que ahora, por nuestras locuras, estaba decaído y casi siempre pálido.

—Solo es una muela nueva —mentí como si la comparación fuese suficiente. El dolor que Wolfram experimentaba era seguramente siete veces un terrible dolor de dientes—. Estará bien —aseguré y volví mis pasos a su habitación.

Y, justo antes de abrir la puerta, mi cuerpo se quedó helado cuando un sonido algo erótico retumbó dentro de la habitación del rubio y la ronca voz de Yuuri gruñó el nombre del que estaba gimiendo.


Continúa...


UN BEBÉ PARA WOLFRAMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora