Candente

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Me apresuro a cruzar la calle y justo cuando llego a la acera, un coche hace sonar su claxon y aún que no me paro a mirar si lo ha hecho por mi, supongo que debe ser por mi atrevimiento de pasar sin ni siquiera mirar. Olvido lo ocurrido y me concentro en correr, pues estoy llegando tarde a trabajar y no quiero tener que justificarme; siempre olvido mirar la hora que es hasta que es demasiado tarde.

Siento que me falta la respiración y la garganta me arde debido a la mala respiración que he adoptado a causa de la carrera. Mi mochila pesa como cien piedras y noto mi espalda tensa, creándome dolores que sé que duraran todo el día.

De repente, entro en una calla repleta de gente y hacerme paso entre las personas aglutinadas en mi camino me resulta una tarea sumamente difícil. Alguien pasa cerca de mí corriendo en dirección contraria a la que yo me dirijo y me da la sensación de que huye de algo, o de alguien. Trato de no dejar que mi cabeza busque alguna explicación por la cual él huye, así que me concentro en mi trayecto. No es momento para especulaciones.

Soy consciente de que golpeo a alguna que otra persona durante mi recorrido pero no me freno a escuchar cómo me maldicen. Me da igual. No debo llegar tarde, me repito. 

Sigo enfrascada en correr y justo antes de que esquive a una chica morena que se encuentra de espaldas a mí, ella se aparta y choco con fuerza contra alguien que se encuentra detrás; caigo de espaldas al suelo con fuerza y noto cómo mi mochila irrumpe contra las baldosas de la acera. Por suerte he logrado amortiguar la caída, pero los brazos me duelen horrores y debo tener el codo izquierdo pelado debido al impacto. Me levanto cómo puedo y miro a la persona frente a mí. No se ha caído, ni tan siquiera se ha movido. Aún así, sus rellenos labios sueltan respiraciones agitadas, lo que me da a entender que estaba corriendo también; y es justo eso lo que me extraña. No parece que acabe de chocar con alguien, no parece que se haya tambaleado siquiera. 

Sus ojos verde-azulado no me han divisado aún y su vista recorre el perímetro que queda tras mi espalda, su altura dándole ventaja para poder ver por encima de los demás. 

Lo noto nervioso y algo me dice que intenta encontrar algo, o a alguien. Y es justo en ese momento cuando recuerdo al chico que ha pasado minutos antes corriendo en dirección contraria y entonces entiendo el por qué. Y de repente dice algo, pero no le entiendo y ni siquiera estoy segura de que haya hablado en mi idioma.

Sus ojos abandonan la búsqueda tras un suspiro de indignación y se posan en los míos. Y es, en ese momento, que su cara se transforma. Ha pasado de la desesperación a la confusión extrema. No sé qué decir, por lo que opto por permanecer callada. Es más alto que yo y tiene el pelo oscuro, quedando a la altura de sus hombros. Va vestido con una camisa blanca holagada y unos pantalones de vestir de color negro. Noto unos fornidos brazos dibujados tras sus mangas y no puedo evitar pensar en lo bien que se ve. Sus impresionantes ojos, que bailan entre un color verde y azul, siguen fijos en mí y me da la sensación de que aún no ha pestañeado. Es cómo si estuviera viendo el cielo por primera vez. 

Agita la cabeza y su mirada se posa en algo alrededor de mí, por lo que dirijo mi vista a lo que sea que le haya hecho mirar mi silueta. Pero no veo nada. Todo sigue como hasta antes de haber chocado con él. De repente alza la mano y toca lo que sea que este bordeando mi cuerpo. Ahora el asombro ha invadido sus facciones y lo primero que pienso es en lo trastornado que debe estar este chico. Parece que esté viendo algo que nadie es capaz de ver, por lo que me resulta aún mas perturbador; como si estuviera en un mundo que no corresponde al mío.

La urgencia vuelve a mí y recuerdo que si no me doy prisa, efectivamente llegaré tarde a trabajar. Decido ponerme en marcha y justo cuando paso por su lado su mano me agarra el brazo.

El simple roce me arde. Su mano se encuentra a una temperatura bastante elevada y pienso que debe tener fiebre, por lo que sin reparos, toco su frente. Él retrocede instintivamente, pero ya me encuentro examinando su temperatura corporal.

–Estás ardiendo. –Musito, casi no confiando en que me haya escuchado.-

Y mi voz suena escéptica; no soy capaz de entender como alguien que debe estar a cuarenta y algo de fiebre luzca de la manera asombrosa en la que él lo hace. No hay ni un atisbo de que le duela la cabeza o sufra alguna enfermedad. Su rostro no suda y no muestra ningún síntoma de que algo vaya mal en él, su piel tan perfecta que pondría en ridículo a cualquiera que invirtiera millones en el tratamiento de la esta.

Él niega con la cabeza, más no dice nada. Sigue examinando mi rostro y eso me crispa los nervios. Quiero gritarle tantas cosas que no encuentro cual es la primera que quiero decirle, por lo que sigo callada. La gente sigue circulando a nuestro alrededor, ignorándonos completamente, cómo si hubiéramos desaparecido de su campo de visión.

Su mano sigue sobre mi brazo y noto esa parte de mi cuerpo bastante candente, tanto que empieza a molestarme. Me deshago de su agarre y tras mirarle un momento, inicio mi marcha hacia el trabajo de nuevo.

Y mi cabeza no logra deshacerse de la imagen de aquel chico durante las siguientes horas y de todo lo excepcional que parece rodearle. Sus ojos, sus actos, su mirada sobre mí, su incredulidad al ver lo que fuera que estuviera rodeándome, su temperatura... él.

Un ángel no puede morir | Harry S.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora