El principio del fin

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Me despierto sobresaltada apoyando los codos en lo que parece ser una cama y trato de mirar dónde estoy, pero la luz que entra por la ventana me ciega y me impide focalizar. Examino mi cuerpo y puedo ver que sigo con la misma ropa que ayer, un tanto húmeda aún debido a algo que no logro recordar.

Todo me da vueltas y una punzada de dolor irrumpe en mi cabeza, haciéndome cerrar los ojos de repente. Cómo puedo me agarro la sien con la mano derecha y un gemido sale de mi boca.

Esto no está bien, algo dentro de mí me alerta de que no soy yo la que hizo que acabara aquí.

Pasan unos minutos en los que intento aliviar el dolor punzante de mi cabeza, inhalando y exhalando, controlando mi respiración.

Y es en ese momento cuando caigo en la cuenta de que la cama que me sostiene es la de mi habitación.

Me levanto despacio no queriendo agravar mis mareos cada vez que hago un movimiento brusco.

Me siento en la cama y me hago un moño, tratando de aliviar el sofoco repentino que siento.

Mi mirada viaja por toda mi habitación y nada parece fuera de lo normal, salvo que mis cosas, las cuales estoy segura que no cogí del guarda-ropa, están ordenadas en el escritorio a mi lado.

Frunzo el ceño y decido acercarme, aún con los recuerdos muy difusos. En cuanto mis pies tocan el suelo, la vista se me nubla y un dolor repentino me recorre la pierna izquierda. Es, en ese momento, cuando veo mi tobillo sumamente hinchado y el morado tiñe gran parte de este.

¿Qué? ¿Cuando me hice esto?

Lo examino y siendo sincera se ve mal.

Trato de recordar algo que me indique por qué me encuentro aquí y en este estado.

Un chico rubio. La discoteca. El callejón. Ese mismo chico tratando de ahogarme entre sus manos. Alguien salvándome. Él. Él. Él.

Y entonces todo cobra sentido en mi cabeza, todo parece encajar ahora. Mis recuerdos carecen de conexión entre ellos debido a ciertas lagunas que aún no sé como justificar, pero por lo menos tengo una breve explicación de por qué, dónde y cómo.

Alguien entra en mi habitación de repente y mi cuerpo se relaja después de ver que es sólo mamá.

Recorre con la vista el perímetro hasta que me ve y sonríe.

–¿Cómo te encuentras? Fuiste muy silenciosa al entrar, ni siquiera te escuché. –Hay un tono divertido en su voz.-

–Estoy bien, sólo un poco mareada.

Se acerca a mí y me da un vaso con agua y algún medicamento disuelto en ella, lo aprecio debido a su color blanquecino.

–Bebe, te aliviará el dolor de cabeza y las ganas de matar a todo aquel que te hable. –Dice bromeando.-

Y es en cuanto mira mis piernas que se da cuenta de mi tobillo y de los arañazos, aunque estos no sean del mismo día.

–¡Dios mío! Tu tobillo parece una pelota de baloncesto. –Ruedo los ojos ante su exageración.-

–Estás exagerando, mamá.

–Para nada, vamos a ir de urgencias ahora mismo. –Dice, y por una vez logro ver preocupación en sus palabras.-

–Necesito cambiarme de ropa.

–¿Necesitas ayuda o...?

–Sólo acércame los pantalones de chandal de allí y alguna camiseta que sea ancha. –Digo señalando mi armario.-

Se acerca con pasos hábiles y me da la ropa que le pido. Me levanto ante su atenta mirada y le devuelvo el gesto. Con las manos le hago ademán de que puedo sola y abandona la habitación, haciendo que recupere de nuevo lo que la soledad suele brindarme: tranquilidad.

Me cambio como puedo y voy dando saltos hasta que llego a las escaleras.

–Aguarda, creo que tengo un par de muletas de cuando a tu padre le operaron de la rodilla. –Dice desapareciendo por el pasillo.-

Al cabo de unos momentos la veo viniendo hacia mí y solo pensar que voy a tener que andar con eso de ahí para allá, me entra pereza.

Me regulo las muletas para que queden a la altura correcta y empiezo a andar con ellas, evitando así que mi pie lastimado toque el suelo.

Llegamos a urgencias y nos dirigen a una sala que se encuentra, para mi sorpresa, bastante vacía.

Me siento en una de las sillas mientras mi madre arregla parte del papeleo que hay que rellenar.

No me desagradan los hospitales en sí, pero su olor a desinfectante puede conmigo. No he comido nada en todo el día y mi estómago está empezando a recordármelo, pero tampoco creo que sea capaz de engullir nada. Me siento un tanto pesada y todo me asquea.

Cuando mi madre entra a la sala me sonríe y se sienta a mi lado, posando una mano en mi rodilla.

–¿Cómo te lo hiciste? –Pregunta sin prestarme mucha atención.-

–Me caí. Perdí a Ada y estaba bastante oscuro, así que al ir a las escaleras digamos que... besé cada uno de los escalones. –Ella ríe.-








Estoy de nuevo en casa pero tengo el pie inmovilizado con el yeso que me han puesto y no siento que me duela en exceso, pues me ha mandado algún que otro medicamento para aliviarlo.

Tengo para tres semanas, nada más y nada menos.

No es que la idea de estar en la cama todo el día no me agrade, pero saber que tendré que faltar al trabajo y a la universidad no me agrada demasiado.

De repente siento pasos fuera de mi habitación, para luego ver a Ada asomándose por la puerta.

–Maldita perra, no se te puede dejar sola. –Dice viendo mi estado.-

Río ante su comentario y me encojo de hombros.

–Me preocupaste mucho ayer. Por suerte tu madre llamó a casa para explicarme qué había sucedido. –Dice posando una mano en su pecho.-

Se acerca a mí y se sienta justo al lado de mi tobillo malherido. Su mano acaricia el yeso y su ceño se frunce.

–¿Qué pasó? –Pregunta divertida, causando que ponga los ojos en blanco.– ¿Le cogiste cariño al suelo? Espero que te haya dado su número. –Dice guiñándome un ojo.-

–Me caí. –Digo con brevedad.-

Ahora es ella quién pone los ojos en blanco.

–¡Pensé que te lo hiciste sentada!

–Eres una perra. –Digo en tono jocoso.-

–Lo sé, pero en serio, ¿cómo te lo hiciste?

No sé si mentirle, o contarle la verdad y que de por hecho que su mejor amiga se ha vuelto completamente loca. Porque vamos a sincerarnos, ¿quién en su sano juicio iba a creer que hubiera presenciado un asesinato en el que no hay cuerpo porque este se ha esfumado? Es algo bastante inverosímil, lo expliques como lo expliques. Además, algo dentro de mí me incita a guardar el secreto para mí exclusivamente. Suspiro frustrada, porque realmente me gustaría contárselo, pero no puedo. ¿Y si la estoy exponiendo a alguna clase de peligro al hacerlo? ¿Y si todo lo he imaginado? Así que decido seguir con mi pequeña mentira, al menos por ahora.

–Te estaba buscando y me caí por las escaleras. –Suelta una risita y niega con la cabeza.- No vuelvo a salir jamás.











La noche llega antes de lo que quiero y es que tengo miedo de volver a soñar con él de nuevo, si es que fue siquiera un sueño.

Mamá vino hace una hora a traerme algo de comer y no ha vuelto a molestar, por lo que se lo agradezco.

Sé que debería dormir pero realmente me aterra. No quiero. No quiero dormirme y que los sueños me verifiquen algo que se hace cada vez más nítido; estoy en serios problemas y esto sólo parece ser el principio de mi fin.

Un ángel no puede morir | Harry S.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora