Miedo

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Cuando mi turno acaba, salgo del establecimiento y saludo a Alycia antes de irme. Es mi jefa y una buena amiga, por lo que trabajar con ella hace las cosas más livianas. Aún y sus cuarenta y dos años tiene un espíritu juvenil que hace que hablar con ella sea sumamente fácil. 

Me dirijo hacia casa y decido andar, pues tengo ganas de despejar mi mente y después de un día entero metida en la tienda, el aire fresco de Londres me parece de lo más apetecible. Estamos a octubre, por lo que el frío empieza a ser notable. Meto las manos en mis bolsillos y me encojo.

Siempre he sido muy friolera, cómo mi madre. Sin embargo lo prefiero cien veces antes que vivir en un sitio cálido. Me encanta la lluvia y doy gracias a la suerte de que estoy viviendo en una ciudad dónde abunda. 

Miro al cielo y sonrío, pues unas cuantas nubes lo tapan y estoy segura que esta noche van a descargar. 

Vivo cerca de Abbey Road, por lo que siempre me gusta cruzar Primrose Hill, un parque cercano que está ubicada en la parte alta de Londres y que ofrece una maravillosa vista. Por la noche es bastante tétrico pero es precisamente eso lo que me encanta.

Oigo el ulular de los búhos y me estremezco, me gusta, más no por eso no me da cierto miedo. 

Andando por el sendero de grava que lleva a la salida del parque, veo un cuervo posarse en el banco a unos diez metro de dónde estoy. No dejo de mirarlo hasta que he pasado de largo su posición y cuando creo que no voy a verlo más mi visión capta un movimiento por encima de mi cabeza. Es él, es el cuervo de nuevo. Este vuela hasta posarse en la reja que limita el parque, de nuevo mirándome.

Nunca he sido creyente, pero soy consciente del significado que suelen darle a los cuervos, al menos en Europa. Así que el hecho de que tenga a uno acechándome me crispa los nervios.

Trato de avanzar con rapidez y en menos de diez minutos me encuentro en Abbey Road. Unas calles más y podré entrar en casa y olvidarme de lo que sea. Al girar la esquina, mi cabeza sonríe ante la idea de encontrarme por fin en la que es mi calle. Sigo avanzando deprisa, odiando el hecho de no haber tomado el transporte público. Y de nuevo lo veo, parado encima de una señal de "Stop". Mis pies se frenan y lo observo, tratando de averiguar qué demonios está pasando. No quiero darle importancia, pero la imagen de mi abuela hablándome de estas cosas se proyecta en mi cabeza y una parte de mí no puede evitar sentirse asustada. Aparto la mirada del cuervo y corro hasta llegar a casa. 

Subo las escaleras de dos en dos y me apresuro a sacar las llaves del bolso. Cuando siento que estoy dentro y la puerta cerrada tras de mí, suspiro.

"¿En qué demonio estoy pensando? Es sólo un cuervo. ", trato de recordarme. 

Mi vista se dirige al suelo y veo una nota, probablemente de mi madre. Los viernes por la noche suele salir con las amigas y no me molesta, pues des de que no está con papá parece querer disfrutar de la juventud que no tuvo. 

"Cariño voy a salir hasta tarde, por lo que no te preocupes por mí. Cierra las puertas con llave porque voy a quedarme a dormir con Clodette. No hay nada en la nevera así que tienes veinte libras encima de la mesa, pide lo que quieras.. Te quiero."

Suspiro y llamo al japonés para pedir que me traigan la comida.

Voy al baño y me lavo la cara y mojo mi nunca. Apoyo mis manos en la pica, tratando de relajar la tensión de mis hombros. He practicado voleibol des de que soy pequeña, por lo que tengo la espalda bastante contracturada. Voy a mi habitación para colocarme el pijama, que consiste básicamente en un pantalón de chandal de mi equipo y una camiseta holgada. Adoro dormir así, no me gustan los pijamas estructurados y dormir desnuda me incomoda. Me tiro en la cama y me quedo un rato pensando en todo y en nada. Echo de menos a papá, sé que sigue enamorado de mamá y eso me destroza. No lo está pasando bien y su empeño en demostrar que él no sufre y es el macho alfa no le dejan canalizar el dolor. Lo odio, odio los estereotipos de la sociedad y odio que tengamos que hacernos las cosas más difíciles por no mostrar que somos débiles cuando no hay nada de malo en serlo cuando toca. 

De repente, me doy cuenta que no he revisado las puertas y ventanas, así que me levanto para cerciorarme. Cuando acabo de revisar cada una de ellas, subo a mi habitación y me asomo a la ventana para observar las nubes. Algunas gotas mojan el cristal y me abrazo a mí misma, pues el frío que se filtra me estremece poniéndome la piel de gallina. Miro la casa de al lado y veo al señor Dolay ver el partido de los Clippers contra los Nets. Es un gran fan del basquet y suele invitar a papá a ver la liga con él. 

Mi vista detecta un movimiento en mi jardín y cuando localizo su procedencia, me congelo. Hay alguien, alguien está en mi patio, mirándome. La sangre parece drenarse de mi cara y por un momento no creo ser capaz de moverme. El miedo está paralizándome y no me veo capacitada para hacer nada. Sé que está mirándome más no logro ver su rostro. Sus ojos brillan por la luz de las farolas pero su cara es indescifrable. Sólo sé que es un hombre y que estoy asustada cómo la mierda. Me acerco más al cristal con el fin de ser capaz de ver algo que pueda darme un indicio de quién es, estoy tan sumida en la persona que hay ahí fuera que cuando suena el timbre pego un bote. El corazón me va a mil y siento las manos sudarme fría. Bajo corriendo los escalones y abro la puerta. El repartidor se encuentra esperando por mí pero lo ignoro y me precipito a intentar ver quién es esa persona que ha estado observando mi casa des de vete a saber cuando. Llego a mi patio con miedo pero no hay nada. Ni rastro de el hombre que ha decidido entrar en mi jardín para acecharme. Siento una mano en mi hombro y siento cómo mi cuerpo se inmoviliza. Mierda. 

Un ángel no puede morir | Harry S.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora