Realización

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Soy consciente de que Darren sigue hablando pero no le estoy prestando ni la más mínima atención porque mi mente no deja de repetirme que hay un noventa por cien de posibilidades de que Isaías sea... de que Isaías sea un ángel. El mero hecho de nombrarlo me hace querer acudir a un psicólogo. ¿Cómo va a ser un ángel? ¿Cómo va a ser real? ¿Cómo es posible que mi mente haya estado tranquila a su alrededor aún habiendo presenciado cómo mataba a alguien que encima ni siquiera ha dejado rastro? ¿Qué es lo que hace conmigo para que no tenga ni un poco de miedo cuando está a mi lado?

Leyó mi mente, y fue capaz de desaparecer de mi habitación cómo si eso fuera lo más normal del mundo. Y es precisamente ahora cuando todo deja de ser normal y cobra un sentido abstracto. Es como si el embrujo en el que estaba se hubiera deshecho y ahora pudiera apreciar realmente la gravedad de la situación.

Alguien zarandea mi hombro y me saca de ensimismamiento en el que me encuentro, haciéndome parpadear varias veces para luego centrar mi atención a quién está a mí lado. Darren.

–¿A dónde has viajado? –Me dice curioso.– Parecía que estabas a quilómetros de aquí, ¿estás bien?

Asiento con la cabeza pero no digo nada, volviendo a perderme en los caminos de mi mente y tratando de tranquilizarme o voy a colapsar.

Recojo mis cosas ante un Darren expectante; sé que debe estar pensando que estoy loca pero ahora mismo me importa bastante poco.

Me siento nerviosa y las manos me sudan; quiero ver a Isaías.

Cuando estoy lista, me levanto y sin despedirme me dirijo a la puerta pero una mano me para, haciéndome girar con demasiada intensidad y mi cuello se resiente. Arrugo la frente y me froto la zona entumecida, tratando de aliviar el dolor.

–No vas a volver a dejarme sin saber si voy a volverte a ver, ¿no? –Pregunta Darren con una voz que me dan ganas de querer pedirle perdón por ser tan desconsiderada.–

–¿Qué quieres? –Le digo, un poco más dura de lo que quiero.–

–Una cita, sólo una. –Su tono es suave y parece expectante de mi respuesta.–

Quiero irme de aquí, necesito irme. Meto un mechón de pelo tras mi oreja y asiento, resignándome a aceptar que si no le concedo una cita no va a parar.

–Sí, lo que sea. –Digo mirándole, mientras pongo un mechón de mi pelo tras mi oreja.–

Parece que su cara se ha iluminado y sonríe, si no fuera porque mi vida se está volviendo una mierda me habría sentido afortunada de que, a pesar de ser un aparente mujeriego, alguien tan atractivo cómo él esté prestándome atención a pesar de mí actitud de mierda.

–¿Mañana? –Dice buscando algún atisbo de que me estoy arrepintiendo.–

–Pasado. –Le aclaro.– Te mandaré un mensaje.

–No confío en ti, lo siento. –Bromea.– Mejor paso a buscarte a las nueve. –Dice sonriendo.– ¿Sigues viviendo en la calle en la que casi pierdo un brazo?

Le miro y golpeo suavemente su hombro, asintiendo para luego salir como un cohete de la cafetería.

Cuando salgo, el aire me golpea la cara y me adentro en el metro para dirigirme al trabajo. La idea de tener que atender a clientes ahora mismo me apetece lo mismo que pasear descalza sobre cenizas ardientes, pero debo hacerlo.





Han sido cuatro horas cargadas de trabajo y en parte lo agradezco, porque necesitaba mantener la cabeza en este mundo y no en aquel que parece existir des de que Isaías ha aparecido en mí vida.

Un ángel no puede morir | Harry S.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora