La historia que nunca empezó

43 3 0
                                    

Porque ella no es una humana corriente. No es una humana corriente. No lo es. No. No. No. Las palabras parecen resonar en las paredes de mi mente como un eco que no termina y que me tortura con cada palabra que repite.

Sí lo soy, si soy corriente; no hay nadie más humano que yo. Me levanto por las mañanas pensando en cuando voy a volver a dormir, soy algo asustadiza y la gente en general no sé me da especialmente bien, además siempre me golpeo el dedo pequeño del pie con los muebles y no hay nada más humano que eso. Así que, o Isaías está equivocado o definitivamente estoy demente y él ni siquiera existe; y no sé exactamente cuál prefiero que sea verdad.

Pero entonces me echo a reír; profunda y intensa risa brota del interior de mi garganta y me agarro la barriga cuando siento que se estruja por la contracción de los músculos.

–¿Ves lo que consigues? –Me señala Mikael.– Ya la has asustado.

–Pero si se está riendo.–Se queja Isaías.–

–No entiendes a las mujeres. –Se ríe Mikael.– Ahora mismo no sabe si echarse a correr o a llorar.

He dejado de reír porque tiene razón, pero sé que sería inútil tratar de huir porque van a tardar menos de dos segundos en atraparme. Y entonces Isaías mira en mi dirección y asiente, supongo que respondiendo a mi suposición.

Sé que algo ha cambiado en él y no estoy segura de que sea algo bueno. Odio que no pueda saber nunca si lo que él me provoca es fruto de su poder o si es algo que realmente me sale sentir de forma natural. Y es cuando pienso esto que él me da la espalda, encarando a Mikael esta vez.

–No es ella.

Y entonces es Mikael esta vez el que estalla en una risa algo forzada, pero que hace crispar los nervios de Isaías, que se pasa las manos por su pelo en un gesto de frustración. Si tan siquiera él supiera lo atractivo que es...

Tengo que empezar a ponerle un filtro a todo lo que digo porque cuando Isaías me mira con un leve rubor cubriendo sus mejillas no puedo evitar sentir el mío el doble de intenso.

–Sabes que sí lo es. –Mikael responde.–

¿Que no soy yo? ¿Quién no soy?

–No. –Suena rotundo y enfadado.– Podría ser otra persona, no hay nada que me asegure que ella lo es.

–Lo que tú digas.

Quiero irme, quiero salir de aquí y no verles nunca más; o tal vez quiero todo lo contrario pero de una forma más sencilla. Sin demonios, sin inframundos y sin ángeles.

Tengo tantas ganas de estar enfadada con la persona frente a mí que siento una acumulación de emociones extrañas en mi pecho que me hacen querer saltar, o huir, o ambas cosas, o tal vez también reír; porque maldita sea si esta situación no es condenadamente graciosa.

Podría estar en casa, viviendo mi perfecta vida aburrida, con una madre con más espíritu juvenil que yo y un padre que vive sus días anhelando que la mujer de su vida vuelva a amarlo. Esa podría ser yo, si no fuera porque alguien ha decidido gastarme una broma de muy mal gusto que me está queriendo hacer perder los papeles.

¿Y si me voy? Harry puede que ni recuerde dónde vivo y apuesto lo que sea a que no va a echarme de menos. Tal vez pueda pedirle a Alycia unos días libres y puedo saltarme la universidad también para evitar confrontaciones aparantemente paranormales. Sí, eso va a ser lo mejor.

Mikael e Isaías están sumidos en una conversación en una lengua muerta que parece matemáticas para mí y no me prestan atención, por lo que aprovecho la ocasión para huir bien lejos y llevar a cabo el plan de hacer que el mundo olvide que existo, o yo olvidarme del mundo.

Un ángel no puede morir | Harry S.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora