¿Cuándo fue la última vez que pronunciaste esas palabras? A los que realmente te importan y les importas a ellos.
Vamos a decir esas palabras a la cuenta de tres. Uno, dos y tres, te amo.—¡Tiffany! ¿dónde están mis calcetines?, ¿de nuevo los has escondido?— Un lunes por la mañana y el reloj estaba en mi contra. Registre todo a mi paso, mientras caminaba con mis pies desnudos.
—¡Aquí están!— Levante la prenda escondida abajo del sofá de mi estancia. —¡Yah, Tiffany!, ¿cómo puede ser posible que deje todo lo que voy a vestir en mi cama, y tú vengas y lo escondas?—Me incliné y reprendí a mi pequeña gatita de siete años. Sin embargo, como si no hubiera leído mi expresión, comenzó a jalar el par de calcetines con sus garras y colmillos.
—¡Tiffany!, ¿no ves la hora? ¡No tengo tiempo de jugar contigo!— Retire lo que me faltaba vestir de sus patas y salí con rumbo a mi habitación.—¡Nos vemos a la hora de comer, Tiffany!—Alcance a divisarla en su pequeña cama, apuntó de cerrar sus ojos color plomo. Cerré la puerta de mi apartamento y corrí despavorida por las escaleras del edificio. Nunca había llegado tarde a mi trabajo de medio tiempo, por lo que no permitiría que fuera la primera vez.
Ansiosa y preocupada tome el autobús que me acercaba a la librería, donde laboraba. Baje diez minutos después y corrí por tres cuadras más, hasta llegar al establecimiento. El negocio se definía en una librería frente a la universidad pública de la ciudad, por lo que era muy demandada. —¡Llegue!—Abrí la puerta del establecimiento y suspire logrando respirar mejor.
—¡Buenos días, Amber! Cinco minutos más y no hubieras estado a tiempo.— Desde el mostrador me saludaba Victoria, hija del gerente de la tienda. —Buenos días, Vic unnie. Lo sé, menos mal que lo hice.—Le di una sonrisa cansada por el ajetreo y me dirigí a la parte trasera de la tienda, con el objetivo de registrar mi hora de llegada, guardar mi mochila en un casillero y ponerme el chaleco de empleado.
—Joven, disculpe ¿dónde puedo encontrar los libros de física cuántica?— Un señor mayor palpó mi espalda. —Los puede encontrar en la sección b, en el pasillo quince.—Le hice una seña por donde irse. —Pasillo quince, lo entiendo.—Se marchó por donde le indique.
—¡Qué grosero! Además de confundirte con un chico, ni siquiera dio las gracias.— Victoria, que estaba acomodando unos libros en un estante cerca, hizo una mala cara viendo como el señor encontraba lo que buscaba.
—No pasa nada, el sector de servicios es así. Además no es la primera vez que me confunden con un hombre.— Sonreí tratando de disminuir su molestia. —Lo dices porque no te interesa lo que digan de ti, pero a mí si. Amber, eres una chica después de todo, ¿dónde queda tu sentido de vanidad?—Niego con la cabeza y me voy a recorrer los pasillos de la librería.
—Vic unnie, me voy. Llegaré tarde al examen de física del maestro Yoo.—Eran las cinco en punto de la tarde y si no corría como loca, mi mentor cerraría la puerta del salón en mi cara. —Claro, aprueba el examen y no olvides cenar cuando llegues a casa. Besos a Tiffany.—Asentí y con mi mochila colgando en un costado y mi tarjeta de estudiante entre mis dientes, agite una mano en respuesta a su despedida.
—No hay problema, dile a uno de los chicos del siguiente turno que cierre, no te quedes hasta tarde.— Frunció el ceño. —Amber-ah, no hay nadie en este mundo tan calificada como yo para cuidar de este palacio de libros.—Movió sus brazos formando un círculo, refiriéndose a nuestro alrededor. Le sonreí aún con mi credencial entre mis labios. —Solo cuida de ti misma, me voy.—Hice un signo de paz y salí de la librería lo más rápido que pude.
A pesar de que tuve que lidiar con algún que otro empujón, golpe y palabra altisonante, logre entrar al salón de mi primera clase del día de hoy, física. —Estudiantes, pasen los exámenes.—El maestro entro justo cuando había tocado una butaca de en medio. —En cuanto lo tengan en sus manos, pueden comenzar.— Le di una última mirada al instructor Yoo, y este al sentarse en su escritorio y abrir el periódico vespertino no dio ningún aviso más.