Cuando me di la vuelta, vi que llegué más lejos de lo que pensaba. Estaba solo y de pronto tuve miedo. Cuando me vi, no sabía que estaba agotado. Estaba solo y de pronto tuve miedo
—Da Eul-ah, tiempo de ir a la cama. Ve a lavarte los dientes mientras preparo las sabanas.— Un pequeño de apenas tres años, negó con la cabeza y cruzó sus brazos al igual que apretó sus labios en un mohín. —¿Da Eul-ah? Si no lavas tus dientes, no abra hora de cuentos esta noche.— Sora, una madre con dos niños que apenas caminaban y hablaban por sí mismos, se levanto de la cama de uno de los pequeños y fue a razonar con el tierno desobediente. El niño estaba de brazos cruzados, sentado en el suelo.
—Da Eul-ah, ¿no vas a lavar tus dientes?— El mencionado negó con el ceño fruncido. —¡Dabeak! Abre grande.— Otro pequeño se reunió con ellos, con pasta dientrifica seca en una esquina de la boca. —¡Oh, ahora tienes una sonrisa brillante y podrás enseñársela a papá!— Este empezó a saltar emocionado. —¡Si!— Con el anzuelo puesto, se dirigió a su otro hijo. —Da Eul-ah, Dabeak-ah le va a enseñar su magnífica sonrisa a papá, ¿no quieres hacer lo mismo? Apuesto que papá estará orgulloso de saber que sabes cepillarte tus dientes.— Cayendo en el truco, preguntó inocente. —¿Lo hará?— Sora, enternecida y triunfante ante la escena, sonrío victoriosa. —¡Claro que si! Es más, Dabeak puede enseñarte donde cepillarte para tener una sonrisa brillante.— El niño observó a su hermanito dubitativo. —¿Puede ser brillante como el auto de papá?— Ella asintió repetidas veces. —No lo dudes, rápido vayan al aseo a cepillarse para sorprender a papá mañana.— Los dos unieron sus diminutas manos y corrieron emocionados.
Sora, ahora solo pensaba como se las tendría que arreglar su esposo para lidiar con sus dos criaturitas.
—¿Cómo estás? El horario duró mucho de seguro, ¿a cuántos lugares abras ido hoy?— Era la una de la madrugada y por fin recibía la llamada de su esposo. —No recuerdo, solo sé que los extraño mucho, ya quiero llegar y abrazarlos.— Sora sonrió comprensiva, también lo extrañaba.
—Yeobo, tú piel se ve más oscura, tus ojeras parecen las de un panda y te oyes algo mal. Seguro pescaste un resfriado de nuevo. Dios mío, ¿qué pasa con él manager que acepta cualquier evento? Ya no eres tan joven como antes, no debes sobre esforzarte.— Paso una de sus manos por la pantalla táctil de su móvil, intentando transmitirle una preocupada caricia. — Yeobo, ni siquiera escuchas. Por lo menos toma cuidado de ti mismo, por los niños. Están muy emocionados porque sea mañana y juegues con ellos. Intentan cualquier cosa para que estés orgulloso de ellos.— Oyó a su marido suspirar y desacomodar su espléndido corte de cabello. —Ya estoy orgulloso de ellos por ser nuestros hijos, no necesitan hacer nada más.— Quiso abrazarlo y ser un apoyo para el, sin embargo se limitó a acariciar por la pantalla táctil su oscuro cabello. —¿Están dormidos? Quisiera ver el rostros de nuestros angelitos.— Ella lo pensó un poco y concluyó que al acordarse de sus niños, haría algo por estar más tiempo con ellos y no trabajar tan duro.
—Guarda silencio, tienen el sueño ligero y batalle dos horas para que cayeran rendidos.— El asintió y se le formó una sonrisa de expectación. —Seré cuidadoso.— Llevo el móvil a la cama de Dabeak, el bebe menor de los dos. Estaba recostado con sus piernitas separadas, abarcando todo el colchón y en su boquita reposaba su dedo pulgar.— Mi bebe, ya no recordaba cómo era tu rostro cuando dormías. Es extraño, ahora está más largo y le creció más cabello.— Se acercó al niño y comentó. —Deberías de ver sus dientes, ya le empezaron a brotar nuevos y anda de berrinchudo todo el día, queriéndose rascar.— Los dos sonrieron fraternalmente, Leeteuk le dio un beso a su bebé a través del teléfono, deseando que durmiera bien.
—Da Eul-ah, el hermano mayor.— El niño estaba desparramado en otro colchón con el cabello hecho un nido de pájaros.— Debes tener cuidado con el, siempre lanza patadas y balbucea cuando está teniendo un sueño. Al día siguiente despierta de buen humor cuando eso pasa.— Sora explicó y acercó más la cámara para que pudiera ver bien a su hijo. —Lo entiendo. Dios mío, ¿cuánto tiempo he pasado sin verte a ti y a ellos? Seguro que cuando llegue, van a pensar que soy un desconocido.— Camino hacia la estancia y se sentó en el sofá para platicar más con el, también lo extrañaba desde que se fue al extranjero, por las promociones del grupo y su horario individual.