Contar con una vida ocupada es sumamente común, es necesario para realizar nuestros sueños y proyectos a corto y largo plazo. Los seres humanos tienen el sentimiento de la empatía cada vez que recorren el extenso camino del trabajo duro; se encuentran con compañeros de viaje que comparten sus vivencias, juntos recobran ánimos y siguen su deseo. No obstante, ¿qué sucede cuando no existe un ser que comparta nuestra manera de pensar?
Soy un inadaptado social, la primera vez que me di cuenta de ello fue al momento de entrar a la universidad. Era la primera decisión trascendental que tomaba por mi cuenta, intente seguirle el ritmo a mis compañeros de generación, ser como ellos, sin embargo como todo lo que hago, esto desencadenó más dificultades.
La macroeconomía dice que una de las razones del desempleo, es que no existen ocupaciones que tomen en cuenta las habilidades de la muchedumbre, en la realidad era eso, un desempleado más. Decidí no estudiar una carrera universitaria, mudarme a un pequeño y destartalado departamento y vivir al día con trabajos de medio tiempo. Para mí eso era suficiente.
En mi tiempo libre hacia cosas fuera de los convencionalismos, acciones que de vez en cuando pensaba que si mi madre me viera hacerlo, tan sólo me daría un ceño fruncido y después escucharía un azote de la puerta principal, indicándome su desinterés. Llegue a pensar que solo deseaba su atención, por lo que mi comportamiento era desnaturalizado únicamente cuando sentía su presencia, pero todo cambió al vivir por mi cuenta. Desarrollé un gusto enfermo que nadie podía saber, solo yo y las cuatro paredes que me encerraban, que me restringían del ojo humano.
Al terminar mi turno en el miserable trabajo que tenía en la tienda de abarrotes a una cuadra de mi casa, desviaba mi camino y me dirigía al centro de la ciudad. Buscaba en los callejones animales que crecían en la suciedad, cualquier especie era útil; pero cuando no encontraba iba a los barrios peligrosos o terrenos llenos de desperdicios, eran mis zonas favoritas para aliviar el estrés y pasar el tiempo. El aroma a drenaje y putrefacción humana era la más fina fragancia que pudiera disfrutar en el mundo entero, era mejor cuando los maleantes de los alrededores arrojaban cadáveres y animales de cualquier clase se acercaban y lo devoraban. Era la mejor vista y yo estaba en el asiento privilegiado.
A veces quería ser como esas criaturas, vivían para devorar y cumplir su rol en la cadena alimenticia, lo hacían una y otra vez por instinto. Ellos lo tenían muy fácil, en cambio yo tenía que hacer una vida, era un inadaptado social que tenía que hacer una vida.
El interés por estos animales creció y de vez en cuando los llevaba a casa para abrirlos por dentro e inspeccionar sus pequeños órganos, era tan sorprendente. Esto me llevo a trabajar diligentemente para conseguir más dinero y adquirir más libros acerca de ellos. No necesitaba acudir a una clase donde el dirigente limitaba el pensamiento y donde se tenia que tolerar a cualquier persona. Ellos lo necesitaban para acrecentar su conocimiento no académico, pero yo no, únicamente necesitaba saber más de ellos, no de mi alrededor.
Varias veces el dueño de los apartamentos, sospechaba lo que traía a casa cada noche, pero como solo le interesaba el dinero que podía sacarme, se hacía el ignorante. El olor que desprendían los animales podría delatarme también, pero descubrí por mi cuenta un simple método que hacía que el olor no se escapara de mis cuatro paredes, era sencillo, solo tenía que robarme unos cuantos medicamentos del hospital público, combinarlos y esparcirlos por todo el lugar, era una rutina semanal.
Cuando estaba de humor, tomaba conmigo los animales con que experimentaba y hacia que volvieran a sus raíces, los llevaba a terrenos abandonados y ellos corrían ansiosos en busca de restos humanos. Era como ver a un hijo jugar en el parque.
Un día que estaba a punto de volver a casa y recoger a mis preciados experimentos, un hombre se acercó detrás de mi, no lo note pero su voz me hizo estremecer. —Hey chico, no deberías estar aquí.— De un momento a otro empecé a sudar frío, de seguro me había descubierto.— Claro, estaba a punto de irme.— El hombre asintió y se hizo a un lado para darme el paso, lo hice dubitativo y nervioso, ¡estaba dejando a mis animales atrás! Aún así, avance unos pasos más, hasta que oí el chillido de uno de ellos, incluso lo pude identificar en mi mente, era el que más había evolucionado.