Desde niño había sentido admiración y fascinación por la familia Kim. Era cierto que el padre de Sung Kyu y Sung Jong le daba algo de miedo y la mirada fría y desinteresada de su madre lo perturbaba, pero el Maestro siempre fue amable con él. Siempre le sonrió. ¿Y el joven Maestro? Sung Kyu era igual de frío que su madre, igual de malvado que su padre, pero era el terror en el campo de batalla. Recordaba haberle visto matar licántropos con una facilidad sobrehumana. Una que le hacia sentir inútil. ¿Podía él hacer lo mismo? Pero sabía que no. Había gente que había nacido para brillar (como Sung Kyu) y había gente (como él mismo) que había nacido para cosas más pequeñas.
Y por eso Hee Woo había aceptado ser el chofer del Maestro, incluso antes de graduarse. No tenía un gran futuro como cazador.
Pensó en ello mientras yacía en la oficina de la enfermera, sobre aquella camilla, junto a la ventana con las cortinas cerradas. Estaba ahí por petición propia. Se lo había dicho a Sung Jong. El menor siempre fue dulce y compasivo. Hee Woo recordaba a su padre dándole azotes por no ser como él.
Hee Woo movió un poco la cabeza. Estaba solo. Como lo había deseado. Como su nuevo amo se lo había ordenado.
Una ventana.
Si. Ahí estaba. Y sabía lo que había del otro lado. El sol. Un amanecer que ya nunca más podría ver. Ya no pertenecía al Gremio. Su lealtad había cambiado. Tenía un nuevo Maestro.
Él te dejará entrar.
Pero se había equivocado, porque ese "él" que su amo mencionaba no era otro que Sung Jong y no había sido él quien le había dejado entrar, sino Sung Kyu. Y Hee Woo habría jurado que le mataría en el acto, porque sólo se podía dejar el Gremio de una forma. Y siempre era preferible morir con honor que vivir con deshonor.
Y pensó en Dong Woo. Le había visto al pasar por la enfermería. Le habían mordido, como a él... No era el primer caso. Eran cazadores, no dioses ni maquinas de muerte y eran tan vulnerables como cualquiera.
Hee Woo sabía lo que pasaba con los mordidos, con los infectados. Lo que pasaría con Jang Dong Woo.
El suicidio.
Porque valía más morir como un héroe, que vivir como una bestia...
Hee Woo miró de nuevo hacia la ventana.
Te llamaré en la noche y nos dejaras entrar.
Si, esa era la orden de su nuevo amo. Y él no podía negarse.
No debe quedar nadie vivo.
Nadie.
La sed.
Hee Woo se habría opuesto, pero la sed... el ansia. El amo dijo que se acabaría en la noche. ¿Sería verdad? Dolía.
Y pensó en Sung Jong. El niño que nunca rió ante su incompetencia, el niño que lloraba abrazado a su gato tras la muerte de sus padres.
¿Lo merecía?
Sabía que no. Sung Jong no se merecía aquello. Y menos aún cuando ni siquiera era el objetivo.
El Maestro.
Sung Kyu.
Según palabras de su nuevo amo, Sung Kyu no era digno. Así como tampoco lo había sido el anterior, el viejo Kim.
Licántropos. Los dos tienen historias con los hijos de la luna.
Hee Woo se preguntó que tan relevante sería todo aquello. Su nuevo amo tenía un acento raro, extranjero. ¿Ruso? No podía asegurarlo, pero sus ojos eran crueles, brillaban con aquel resplandor carmesí.
¿Y Sung Jong?
Si. Hee Woo creía que él si era digno. Era bueno, amable, compasivo y amaba a Lee Sung Yeol. Les había visto varias veces en los jardines de la casa del Maestro. Sus inocentes besos, sus torpes abrazos. Sung Jong no estaba "infectado" por el contacto con los perros.
Hee Woo miró la ventana de nuevo, sintiendo ardor en su piel al imaginar los rayos solares. Nunca volvería a ver el cielo.
Cada cual tiene una misión en esta vida.
Recordaba al Maestro diciéndolo. Pero Hee Woo nunca encontró la suya. Y ahora...
Y entonces decidió que eso no era lo suyo. El ardor en su garganta era insoportable, pero esa vida no era lo suyo. ¿Servir a los vampiros? ¿A esos cadáveres ambulantes?
No. Y tampoco sería uno de ellos. Era un cazador, pertenecía al Gremio desde el momento mismo de su concepción. Su Maestro había creído en él hasta el final.
Hee Woo se incorporó de la cama como pudo. Se sentía débil. La falta de sangre lo estaba matando. Y aquel colegio estaba lleno de corazones que bombeaban el vital liquido a cada segundo. Aún si era sangre de perro.
Tomó el borde las cortinas, respirando con fuerza. Recordando.
¿Podrían hacerle frente a lo que se avecinaba? ¿Podría Sung Kyu vencer? Estaba la Bestia, su amo y él... el Titiritero. Hee Woo habría deseado saber quien era. Pensó también en los vampiros.
¿Qué tenía Sung Kyu de su lado? Hombres lobo, los cuales en su vida habrían tocado un arma. Y un puñado de cazadores inexpertos.
Y los elfos. ¿Cual era el trato que Sung Kyu tenía con ellos? Hee Woo sólo sabía que estos se habían mudado al bosque cerca de la Academia Dissander tras el accidente de Sung Kyu. Y sabía lo que estos hacían.
Protegían.
A la Academia. Sabía que los vampiros de afuera no la tendrían fácil. Y eso lo tranquilizaba un poco. Hee Woo sabía que Sung Kyu al final haría lo correcto. Dejaría a Nam Woo Hyun y sería el Maestro. El Gremio no moriría.
Hee Woo sonrió, pensando en Isabelle. Ella no era tan mala para ser una mujer lobo.
Y tiró de las cortinas.
Fue hermoso.
No recordaba haber visto algo así antes. Le hizo evocar su infancia. Las sonrisas de su madre, los fuertes brazos de su padre en torno a él. Y su final. Los dos murieron como héroes. Y él...
Jamás le traicionare, Maestro.
Escuchó la puerta abrirse a sus espaldas, pero ya no importaba.
El sol lo consumió en pocos segundos. Y Hee Woo se permitió pensar que él también estaba muriendo como un héroe.
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Academia Dissander
FanfictionTras un accidente de auto Kim Sung Kyu lo olvida todo. No sabe quién es. No recuerda a su hermano. No recuerda a su abuelo. Y sobre todo no recuerda al joven de cabellos dorados que lo mira tan intensamente.