Pesadilla

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Ahí se encontraba, frente a su puerta, sus ojos estaban atónitos, su corazón estaba oprimido en su pecho. ¡Como deseaba poder regresar en el tiempo y evitarle ese sufrimiento!

Nathaniel levantó la vista. Sus ojos se encontraron, los de ella llenos de culpa, los de él llenos de dolor.

Él intentó rápidamente ocultar su rostro con la bata del hospital, se sentía avergonzado de mostrarse así de débil a la chica que amaba. Tenía tantos sentimientos revueltos en el estómago que el hecho de que ella estuviera ahí solo lo alteraba más.

-Nathaniel yo...

-G-gracias Marinette... sé que tú fuiste la que me trajo aquí, te lo agradezco. – se apresuró a decir el pelirrojo

Esas palabras le afectaron a la oji-azul, literalmente ella era la responsable de que él estuviera ahí.

-Nathaniel, quiero que sepas que puedes contar conmigo... si hay algo que necesites...

-Eres una buena persona, pero realmente no tienes que hacer esto por mi – Nath se restregó un poco los enrojecidos ojos – Esto no es tu culpa.

-Bueno... si me disculpas...- La joven dio medio vuelta mientras decía eso, no quería derramar sus lágrimas ante él.

Al poco tiempo de haber dejado la habitación, una pareja entró bastante exasperada al hospital, hicieron un gran escándalo pidiendo a gritos ver a su querido hijo.

Se trataba de los padres del pelirrojo, no habían escuchado los mensajes que Marinette había dejado en su teléfono hasta que empezaron a extrañarse de que el joven no aparecía a la hora de la cena.

La madre de Nathaniel tenía un largo cabello castaño, estaba amarrado en una elegante coleta alta con muchos detalles alrededor, también tenía unos hermosos ojos color aguamarina, que estaban un poco opacados por el costoso maquillaje en sus parpados y las enormes pestañas que parecían ser postizas. Por otro lado su esposo. El padre de Nath, tenía una piel muy pálida, que remarcaba mucho sus rasgos un poco toscos, él tenía una cabellera desarreglada de un color rojo intenso. Y unos penetrantes ojos verdes.

La peli azul pudo ver como la pareja, acompañados de un muy intimidado Just An Extra, entraron en el cuarto... sintió mucho remordimiento al escuchar a la dama sollozar descontroladamente.

Marinette tenía que compensarlo, había tomado una decisión.

Unos días después dentro de aquel hospital, Nathaniel salió de aquel sitio con su nueva silla de ruedas. Le costaba un poco dominarla, pero tendría que adaptarse. Ya se había resignado a su lamentable situación.

Mientras sus padres le ayudaban a subirse en la camioneta, él iba con un semblante muy triste... Sus progenitores le habían prohibido salir a cualquier lugar, ahora su recorrido simplemente sería de la escuela a su casa y eso era todo. Su padre en especial estaba muy molesto con él... Nathaniel no les quiso decir que estaba haciendo para terminar así, a pesar de que asumieran muchas conclusiones distintas, no les iba a hablar sobre su amor al arte, no quería ni imaginarse las consecuencias que tuviera eso.

Durante el camino a su casa, él en su mente intentaba imaginarse que dirían sus compañeros al verlo discapacitado, quizás ni siquiera le tomarían en cuenta, él siempre fue experto en no llamar la atención de nadie pasara lo que pasara. Tal vez hasta Marinette se olvidaría de él ahora... iba a ser muy duro acostumbrarse a esa difícil vida.

Otra cosa que le ponía triste, era el tener que despedirse de su ahora amigo el estudiante, aunque no sabía su verdadero nombre, pues cada vez que intentaba preguntárselo o averiguarlo había algo que se lo impedía, desde el pitido de las máquinas para hacer electrocardiogramas, el altavoz llamando a ciertos doctores o familiares de los enfermos o heridos, los gritos de algún paciente cercano con terror a las agujas, las sirenas de la ambulancia... en fin, lo había intentado tantas veces que ya mejor había desistido. Una vez al tomar la credencial de su amigo que lo acreditaba como pasante del hospital, sufrió una gran decepción al darse cuenta que no tenía su nombre donde se supone que debía poner su nombre. Ahí en la línea de pasante, solo tenía escrito Just An Extra. Sus maestros debían amar tratarlo mal. Aunque bueno, el pelinegro parecía perfectamente acostumbrado.

Si la vida te da tomates...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora