Capitulo 20

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Cualquier error de adaptacion haganmelo saber, puedo mejorar ❤.

Cincuenta y un días antes.

A la mañana siguiente, no escuché los toquidos en la puerta, si es que los hubo. Sólo oí:

—¡Arriba! ¿Sabes qué hora es?

Miré el reloj y murmuré atontado:

—Son las siete y treinta y seis.

—No, Connor. ¡Es hora de la fiesta! Sólo nos quedan siete días antes de que regresen todos. ¡Oh, Dios! Ni siquiera te puedo decir lo rico que es que estés aquí. El año pasado me pasé todas las vacaciones fabricando una sola vela masiva, a partir de la cera de todas mis velitas. Qué aburrido. Conté los mosaicos del techo. Sesenta y siete de arriba abajo. Ochenta y cuatro de derecha a izquierda. ¡Eso es sufrimiento! Absoluta tortura.

—Estoy de verdad cansado. Yo... —hablé y el me interrumpió.

—Pobrecito Connor. Uy, pobre Connorcito. ¿Quieres que me meta a la cama contigo y te abrace?

—Bueno, si me estás ofreciendo...

—¡No! ¡Arriba! ¡Ahora!

Me llevó a la parte posterior de un ala de habitaciones de Guerreros Semaneros, de la 50 a la 59. Se detuvo enfrente de una ventana, colocó las palmas de las manos contra ésta, la empujó hasta que estaba medio abierta y se metió. Yo lo seguí.

—¿Qué ves, Connor?

Vi una habitación, las mismas paredes de bloque de concreto, las mismas dimensiones, incluso la misma distribución que la mía. Su sofá era más bonito y tenían una verdadera mesa de café en vez de una MESA PARA CAFÉ. Había dos carteles en la pared. Uno tenía un gigantesco montón de billetes de cien dólares con el título El primer millón es el más difícil. En la pared opuesta, un cartel con un Ferrari rojo.

—Este, veo un dormitorio.

—No estás mirando, Connor. Cuando yo entro en tu habitación, veo un par de chicos a los que les encantan los juegos de video. Cuando veo mi habitación, veo una chico a el que le encantan los libros —se acercó al sofá y levantó una botella de plástico de refresco—. Mira esto —la señaló y vi que estaba medio llena con un líquido café, nauseabundo. Escupitajos de rapé—. Así que mastican rapé. Y evidentemente no son muy higiénicos al hacerlo. Así que, seguro no les importará si orinamos en sus cepillos de dientes. No les importará mucho, eso seguro. Mira. Dime lo que les encanta a estos cuates.

—Les encanta el dinero —dije, señalando el cartel. El alzó las manos, desesperado.

-A todos ellos les encanta el dinero, Connor. Bueno, asómate al baño. Dime lo que ves allí.

El juego empezaba a molestarme, pero entré al baño y el se sentó en ese sofá acogedor. Junto a la regadera, encontré una docena de botellas de champú y acondicionador. En el botiquín de medicinas, había una botella cilíndrica de algo llamado Rewind. Lo abrí: el gel azulado olía a flores y a alcohol de frotar, como una estética elegante. (Bajo el lavabo también encontré un tarro de Vaselina tan grande que sólo podía haber tenido un uso, pero no quería pensar en eso.) Regresé a la habitación y dije, entusiasmado:

—Les encanta su cabello.

—¡Exacto! —gritó—. Mira en la litera superior —colocada peligrosamente en la delgada tabla de madera de la cama, había una botella de gel Stawet—. Kevin no amanece con esos pelos parados como púas, Connor. Trabaja para conseguir esa apariencia. Le encanta traer el pelo así. Ellos dejan aquí sus productos para el pelo, Connor, porque tienen repuestos en casa. Todos estos chicos lo hacen. ¿Sabes por qué?

—¿Para compensar sus penes pequeños? —pregunté.

—Ja, ja. No. Por eso son machos imbéciles. Aman su cabello porque no son lo bastante listos para amar algo más interesante. Así que vamos a golpearlos donde más les duele: el cuero cabelludo.

—Okey —dije, no muy seguro de cómo hacerle travesuras al cuero cabelludo de alguien.

El se puso en pie, caminó hacia la ventana y se inclinó para salir.

—No me veas el trasero —pidió, así que miré su trasero, que se extendía a partir de su cintura delgada.

Sin esfuerzo dio una voltereta para salirse por la ventana medio abierta. Yo opté por salir primero por los pies, y una vez que puse los pies en la tierra, impulsé la parte superior del cuerpo para sacarlo por la ventana.

—Bueno —afirmó—, eso pareció difícil. Vamos al Agujero a fumar.

Arrastró los pies para patear la tierra seca color naranja del camino al puente, aparentando esquiar a campo travieso más que caminar.

Conforme seguíamos el casi sendero desde el puente hasta el Agujero, se dio la vuelta, me miró y se detuvo.

—Me pregunto dónde se conseguirá tinte de uso industrial —y detuvo la rama de un árbol para que yo pasara.

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Estos 7 dias seran interesantes (͡° ͜ʖ ͡°)

Buscando A Troye || Tronnor (Gay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora