Capitulo 34

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Cualquier error de adaptacion haganmelo saber, puedo mejorar ❤.

Cuatro días después.

Eran las cinco de la mañana y leía una biografía del explorador Meriwether Lewis (el compañero de Clark); trataba de permanecer despierto cuando se abrió la puerta y entró el Coronel.

Sus manos pálidas temblaban y el almanaque que cargaba parecía una marioneta bailando sin hilos.

-¿Tienes frío? -pregunté.

Asintió, se quitó los tenis y se metió en mi cama, en la litera de abajo, jalando las cobijas. Los dientes le castañeteaban como código Morse.

-¡Por Dios! ¿Estás bien?

-Mejor ahora. Más tibio -dijo.

Un manita blanca como fantasma apareció de abajo del edredón.

-Tómame la mano, ¿sí?

-Está bien, pero eso es todo. Nada de besarnos.

La colcha se sacudía con su risa.

-¿En dónde estabas?

-Caminé a Montevallo.

-¿Sesenta kilómetros?

-Sesenta y siete -me corrigió-. Bueno, sesenta y siete de ida. Sesenta y siete de regreso. Ciento treinta y dos kilómetros. No, ciento treinta y cuatro. Sí, ciento treinta y cuatro kilómetros en cuarenta y cinco horas.

-¿Qué rayos hay en Montevallo? -pregunté.

-Nada. Solo caminé hasta que me dio demasiado frío y luego me di la vuelta.

-¿Dormiste?

-¡No! Los sueños son terribles. En mis sueños, ni siquiera parece ser el. Ya ni siquiera me acuerdo de cómo era.

Le solté la mano, tomé el anuario del año anterior y encontré su fotografía. En la foto en blanco y negro trae su camiseta anaranjada y los pantalones de mezclilla recortados que le llegaban un poco mas abajo de sus muslos delgados. Con la boca bien abierta en una risa congelada, su brazo izquierdo tiene a Bethany en una llave de cabeza. Su flequillo cae apenas sobre su rostro, lo suficiente para oscurecer sus mejillas.

-Cierto -dijo el Coronel-. Sí, ya estaba cansado de que se molestara sin razón aparente de la manera en que se enfurruñaba y hacia referencias al peso opresivo e inesperado de la tragedia o lo que fuera. Pero nunca decía qué estaba mal, nunca daba una verdadera razón para estar triste. Y creo que uno debe tener una razón. Mi novia me dejó, así que estoy triste. Me cacharon fumando, así que estoy furioso. Me duele la cabeza, así que estoy de malas. El nunca tenía una razón, Gordo. Yo estaba tan cansado de aguantar su drama. Y por eso lo dejé ir. ¡Dios mío! Sus estados de ánimo cambiantes me habían molestado a mí también, en ocasiones, pero no esa noche. Esa noche lo dejé ir porque me pidió que lo hiciera. Fue tan sencillo para mí y así de tonto.

La mano del Coronel era pequeña y la agarré con fuerza, para que su frío entrara en mí y mi calor en él.

-Memoricé los números de habitantes -dijo.

-Uzbekistán.

-Veinticuatro millones setecientos cincuenta y cinco mil quinientos diecinueve.

-Camerún -dije, pero ya era demasiado tarde. Se había quedado dormido, con su mano flácida en la mía.

La regresé bajo la colcha y me subí a su cama; dormí como hombre de litera superior por esa noche cuando menos. Me quedé dormido oyendo su respiración lenta, pareja, su necesidad derretida finalmente ante la fatiga infranqueable.

Buscando A Troye || Tronnor (Gay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora