Capitulo 36

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Cualquier error de adaptacion haganmelo saber, puedo mejorar ❤.

Siete días después.

Pasé el siguiente día en la habitación, jugando en silencio el videojuego de fútbol, incapaz de hacer nada e incapaz de hacer mucho. Era el día de Martin Luther King, nuestro último día antes de que las clases comenzaran de nuevo, y yo no podía pensar en otra cosa que no fuera que lo había matado.

El Coronel pasó la mañana conmigo, pero luego decidió ir a la cafetería por carne mechada.

—Vamos —dijo.

—No tengo hambre.

—Tienes que comer.

—¿Quieres apostar? —propuse, sin levantar la vista del juego.

—Bueno —suspiró y se fue, azotando la puerta.

"Sigue estando muy enojado", pensé, con un poco de lastima. No hay razón para estar enojado. La ira solo distrae a la tristeza que todo lo abarca, el franco conocimiento de que tú lo mascaste y le robaste un futuro y una vida. Enfurecerse no lo iba a componer. Maldita sea.

—¿Cómo estuvo la carne mechada? —le pregunté al Coronel cuando volvió.

—Muy parecida a como la recuerdas. Ni sabe a carne ni tiene nada de mechada —el Coronel se sentó junto a mí.

—El Águila comió conmigo. Quería saber si nosotros habíamos puesto los cohetes.

Hice una pausa en el juego y volteé a verlo. Con una mano, picaba uno de los últimos pedazos remanentes de vinilo azul en el sofá de hule espuma.

—¿Y que le dijiste?

—No delaté a nadie. De cualquier manera, dijo que su tía o alguien vendrá mañana a limpiar su habitación. Así que si hay cualquier cosa que sea nuestra, o que no querríamos que su tía encontrara…

Regresé al juego y dije:

—Hoy no puedo con eso.

—Entonces lo haré yo solo —respondió. Se dio la vuelta y salió, dejando la puerta abierta, y los restos amargos de la racha de frio interfirieron en el radiador, así que hice una pausa en el juego y me levanté para cerrar la puerta —Cuando me asomé a la esquina para ver si el Coronel había entrado en su cuarto, estaba parado ahí, justo afuera de nuestra puerta, y me sujetó de la sudadera, sonrió y dijo:

—Sabía que no me dejarías hacer esto solo. Lo sabía.

Meneé la cabeza y miré arriba, pero lo seguí por la banqueta, pasamos el teléfono de monedas y el cuarto de el.

No había pensado en su olor desde que murió. Pero cuando el Coronel abrió la puerta, olí un dejo de su aroma: tierra mojada, pasto y humo de cigarros; debajo de eso, vestigios de una loción para la piel con aroma a vainilla.

Inundó mi presente y sólo el tacto evitó que hundiera mi rostro en la ropa sucia que llenaba el canasto junto a su cómoda.

Se veía como lo recordaba: cientos de libros apilados contra las paredes, el edredón color lavanda arrugado al pie de su cama, una precaria pila de libros en su mesa de noche, su vela volcánica asomada desde debajo de la cama. Se veía tal y como yo sabía que luciría, pero el olor, inequívocamente de el, me impactó.

Permanecí en el centro de la habitación, con los ojos cerrados, inhalando lentamente la vainilla y el pasto de otoño sin cortar, pero con cada respiración lenta, el olor se disipaba conforme me iba acostumbrando a él y pronto se había ido de nuevo.

Buscando A Troye || Tronnor (Gay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora