Música marina

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*Sigo siendo Sea. No creáis que en este capítulo vamos a hablaros de la música que nos gusta (que es variada y bastante sorprendente), sino que os voy a relatar la primera vez que escuché música en directo. Dice Acier que al final del capítulo quiere anunciar sus gustos musicales, a lo que yo le he contestado "pos ok, ni que fueras a encontrar novio desde aquí".*

Yo tendría unos 4 años, y a esa edad era muy precoz. Ya sabía leer y escribir (y por supuesto pescar mejor que el 80% de la población mundial, pero ese no es el caso), pero me faltaba una cosa para ser una marinera de pro: la música.

Tobías siempre insistió en que la música es parte de nosotros. Él decía poder escuchar las melodías que producía el alma de cada persona (y bien pensado puede que lo dijera en serio) pero yo siempre había pensado que eran exageraciones. Sí, me gustaba la música, pero a esa edad resulta que nunca le había prestado mucha atención. El mundo era grande, brillante y colorido, y no era plan para una niña el colocarse unos cascos y sentarse con cara de éxtasis en el sillón. Ni siquiera me gustaba bailar, porque era tan hiperactiva que siempre comenzaba a hablar, correr y perdía el compás.

Hasta que oí a Tobías tocar la guitarra. En ese momento deseé... bueno, ya os diré luego lo que deseé, aunque me vais a mirar mal (*notaréis que ese hombre era mi ídolo, y lo sigue siendo*).

Era una mañana lluviosa, y a mi padre le dolían los huesos, así que decidimos quedarnos en casa viendo la televisión y leyendo (nuestra casa era pequeña y modesta, pero tenía todas las comodidades básicas a las que puede aspirar una casa de pueblo). Tras dos horas o así sin encontrar nada interesante que hacer, Tobías sacó su gastada guitarra acústica (tenía una eléctrica, pero nunca le había visto usarla) y se puso a cantar.

Su voz era algo rasposa, pero cálida, y encajaba perfectamente con la canción ("Devotion and Desire de Bayside, por si os lo estáis preguntando). Sus manos volaban por las cuerdas con seguridad y les arrancaban sonidos brillantes y puros, que contrastaban con el desgarro de su voz y la naturaleza pesimista de la canción.

Basta decir que al final de la canción yo estaba llorando a moco tendido y el tenía los ojos ligeramente brillantes.

En ese momento decidí que quería aprender a tocar. Pero no la guitarra acústica, ni la guitarra eléctrica. No, señores, una niñata llorica de 4 años decidió que quería aprender a tocar TODOS los instrumentos existentes. Le comuniqué mi deseo a Tobías, y dijo que entonces debía aprender a cantar. *A día de hoy sé tocar exactamente 38 instrumentos, y Acier me llama la "mutante orquesta".*

Abreviando, digamos que en 2 meses ya sabía tocar todos los instrumentos de la casa (piano, guitarras varias, bajo, violín, viola y flauta), y que habíamos comprado por eBay un xilófono, un saxofón y una batería (nunca sabré de dónde leches sacaba mi padre el dinero(?)).

Esto tiene una simple explicación: a mí no me parecía raro que las notas de la partitura pasaran directamente a mis manos, sin necesidad de un esfuerzo mental más allá de una intensa concentración para que todo sonara como yo quería (después he hablado con Acier de lo mucho que le costó aprender a tocar el violín, y aunque en ese momento me parecía difícil hacer música, ahora veo que nunca tendría que haberme quejado).

Echando la vista atrás también me doy cuenta de que Tobías disimulaba a la perfección su estupefacción, ya que me enseñó las nociones musicales básicas en 3 días y a tocar las guitarras y el piano en 2 semanas. A partir de ahí yo deduje cómo debía coger el violín y el arco, y qué cuerdas tenía que oprimir para producir un determinado sonido.

Todo esto, con 4 añitos (el violín era más grande que mi cabeza, y no hablemos de la guitarra eléctrica, pero de alguna manera me las apañaba con varios cojines y un poco de cinta adhesiva para que no se me cayeran).

*Acier me dice que aligere, que estoy fardando demasiado. Puede que tenga razón, así que voy a resumir y saltar un añito hasta el acontecimiento más traumático de mi vida: la muerte de mi padre.*

En corto: música, sol, arena, mar, peces, meto cuchillo, saco tripas, partitura, pentagrama, corchea, solfeo, infarto, muerte, lágrimas y orfanato.

Eso último me ha quedado un poco escueto, pero es que es así. Me encantaría poder decir que mi padre murió defendiéndome de unos mutantes descontrolados que vinieron atraídos por mi música, o que su heroico sacrificio en medio de una tormenta en el mar consiguió que un bote lleno de pescadores llegara sano y salvo a tierra firme. Incluso podría edulcorar un poco la historia y limitarme a decir que llevaba años luchando silenciosamente contra una enfermedad dolorosa que al final se lo llevó mientras dormía.

Pero no. La vida es la que es, y no hay glamour en la muerte de un hombre bueno. Simplemente se durmió y no volvió a despertar. Y yo lloré hasta que se me sacaron los lacrimales, me bebí un vaso de agua, y volví a llorar (sí, admito que fui bastante práctica en ese momento de ofuscación mental).

Al final, recuero haber salido a la calle con la mente nublada y en pijama, con los ojos llenos de dolor. Después de eso, la realidad se volvió oscura y tenebrosa. Los vecinos llamaron a Servicios Sociales, y viví un par de meses con una familia muy desagradable que ni me miraba y me obligaba a hacer todas las tareas de la casa (os hará gracia, pero la esclavitud infantil de niñas con nombre raro es un problema real). Cuando al fin llegaron los agentes del gobierno, me aferré a ellos como a una tabla de salvación, y me llevaron al orfanato de Zaragoza, en un autobús lleno de niñas llorosas, quejicas, con las miradas vacías o con serios problemas de autocontrol (a veces todo junto).

Yo que creía que nada iba a ser peor que vivir con los Menéndez... (sí, así se llamaban, y se quedaron conmigo porque necesitaban el dinero que les daban mensualmente por hacer de familia de acogida).

En cuanto llegué al HNH (aunque tenga nombre de hotel es el acrónimo de Hogar de Niñas Huérfanas), supe que me podía dar con un canto en los dientes si me brindaban una décima parte de la hospitalidad ofrecida por mis asquerosos vecinos. El edificio era un caserón de piedra cubierto de zarzas, y tenía unos 20 metros cuadrados de jardín infestado por malas hierbas. Estaba a las afueras de Zaragoza, y al lado del río Ebro (cuyo constante estruendo no me dejaba dormir por las noches). En general, el HNH era frío (literal y metafóricamente).

*Ahora, vamos a hablar de gustos musicales. Pero primero: seguro que a estas alturas pensaréis que a pesar de ser mutates somos más o menos normales, y que nos gusta el Z-Pop y el dubstep como a la mayoría de personas ¿no?

Pues no, a las dos nos encanta la música antigua (de la que se llevaba la década del 2000 más o menos). A mí me encanta el rock alternativo (LP, MCR, TDG, Sum 41 y A7X, por ejemplo), y cuando lo toco me dicen que se me pone cara de loca sanguinaria. Je, eso es que no me han visto enfadada de verdad.*

*En concreto, la que le digo eso soy yo, Acier. A mí me gustan (no os atreváis a reíros) Taylor Swift, Cascada, Katy Perry, La Oreja de Van Gogh, Lights y Adele. En serio, no sabéis lo fácil que me resulta rebanar pescuezos y retorcer brazos cuando escucho "Dangerous". Acompasar los chasquidos de los huesos al partirse con el ritmo de la música es muuuy satisfactorio (mirada diabólica).*

Mar aceradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora